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Capítulo 04

ผู้เขียน: Menta Suave
Iván solo sonreía y asentía, prometiendo el oro y el moro.

Con tal de mantener feliz a la reinita Siena, nadie en esa mesa osó mencionar mi «desaparición».

Justo en ese momento, unos golpes urgentes resonaron en la puerta principal.

Los ojos de Iván, antes vacíos, se iluminaron de golpe y, antes que nadie, se lanzó hacia la puerta.

El muy iluso seguro pensó que, al enterarme del embarazo de mi «querida» hermana, yo volvería arrastrándome, sin rencores, lista para unirme a su patética celebración familiar.

Abrió la puerta de par en par y se topó con alguien que definitivamente no esperaba.

Mi mejor amiga, Sara.

Sara estaba plantada ahí, con los brazos cruzados, fulminándolo con la mirada y, sin rodeos, soltó:

—¿Dónde está Fanny?

Sara y yo éramos como hermanas desde el kínder.

La vida no había sido fácil para ella: sus papás se habían divorciado, su mamá se había vuelto a casar y a ella le había tocado vivir con un padre alcohólico.

Ese infierno la había vuelto directa y de mecha corta, pero conmigo siempre había sido la más dulce. Cuando se trataba de mí, era la primera en saltar a defenderme, era mi escudo contra todo y contra todos.

—Aquí no está. Búscala en otro lado —dijo Siena, asomando la cabeza por detrás de Iván, con intenciones de cerrarle la puerta en las narices.

Pero Sara fue más rápida y metió la mano, impidiendo que cerrara. Apartó de un empujón a quien le bloqueaba el paso, y entró como una tromba, gritando:

—¿Fanny? ¿Estás aquí?

—¡Lárgate de aquí! ¡Ella ni siquiera está en casa! —chilló Siena y se le fue encima, tratando de sacarla a empujones.

Las dos se trenzaron en una pelea ahí mismo. La escena era un reverendo desastre.

—¡Sara, por favor, cálmate! ¡Fanny de verdad no está! —exclamó Iván, quien, al verlas trenzarse en una pelea, se interpuso para proteger a Siena y empujó a Sara con fuerza.

Al ver que Iván seguía defendiendo a la víbora de Siena, Sara perdió la cabeza, levantó la mano y, ¡plaf!, le plantó una bofetada con todas sus fuerzas.

La cachetada fue tan brutal que la cabeza de Iván se ladeó y la marca de los cinco dedos apareció al instante en su mejilla.

—Iván, cancelaste todo el mismo día de la boda, ¡y te largas a casarte con esta! ¿No se te cae la cara de vergüenza? Fanny te amaba, ¡y tú le pagas con esta porquería! ¡Par de desgraciados! Y ustedes —dijo mirando a mis padres—, ¡par de cómplices! ¡Ojalá la vida se las cobre pronto! —Sara temblaba de pura furia—. ¡Y te lo advierto, Iván, si a Fanny le pasó algo, juro que, aunque sea lo último que haga, los mandaré a todos a la cárcel!

La sarta de insultos y la furia desatada de Sara los dejó helados. Nadie se atrevió ni a moverse para detenerla. Solo pudieron quedarse ahí, como estatuas, mientras ella salía, dando un portazo que retumbó en toda la casa.

Ya entrada la noche, Iván por fin logró que Siena se calmara y se durmiera. Luego bajó a la sala, donde lo esperaban mis padres.

Tenía la preocupación marcada en el rostro.

—Papá, mamá… Fanny lleva muchos días sin dar señales de vida. ¿Creen que… le haya pasado algo?

Mis padres bajaron la mirada, culpables, sin decir ni pío.

En el fondo, sabían que me habían hecho una maldad monumental, pero ya todo estaba hecho. Solo les quedaba cruzar los dedos para que yo volviera pronto y, según ellos, «compensarme» poco a poco.

Lo que no sabían es que yo ya no necesitaba sus migajas de compensación.

Mi cuerpo se había descompuesto lentamente en aquel departamento solitario, hasta que el hedor alertó al vecino.

De madrugada, el teléfono sonó, despertando a Iván. Era la policía.

—Buenas noches, ¿hablo con algún familiar de la señorita Fanny Quiroz? Lamentamos informarle que la señorita Quiroz ha sido encontrada sin vida en su departamento. Llevaba ahí aproximadamente un mes. Necesitamos que acuda a la morgue para identificar su cuerpo.

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