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Capítulo 2

Author: Yolanda Bozzo
Al poco tiempo, la fiesta de cumpleaños quedó lista. La mesa estaba llena de salmón, el platillo favorito de Alicia, y el pastel llevaba su nombre grabado. Tal como había dicho mi padre, la fiesta siempre fue para ella. Por eso, mi nombre no aparecía por ningún lado.

—Mamá, ¿y si preparamos otro pastel? ¿Qué tal si los invitados dicen algo? —preguntó Alicia, aferrada al brazo de Laura Rosado, poniéndose toda melosa.

—No hace falta —respondió mi madre, tranquila—. ¿Desde cuándo esa niña tiene amigos? Si no le va bien en su carrera, qué le vamos a hacer; y para colmo, tampoco tiene a nadie cercano de verdad.

Le acarició la mano, suavizando el tono:

—Piénsalo, ¿cómo te trata normalmente? No seas demasiado buena. A la gente buena la pisan.

¿Y yo, cómo la trataba? Desde que éramos niñas, ella me quitaba todo y yo nunca dije que no. Ser su hermana me hacía feliz, así que, una y otra vez, la dejé quedarse con lo mío. Pero ella se fue acostumbrando a querer cada vez más.

El día de la graduación, el proyecto que hice para ella ganó un premio internacional. No pensé demasiado en eso; era solo uno de mis trabajos más sencillos. Pero después de probar ese éxito, comenzó a apropiarse de todas mis obras.

Si no se las daba, mandaba a alguien a pegarme. Cuando pedía ayuda, nadie me creía. Todos repetían lo mismo: que yo estaba loca de celos por el “talento” de Alicia.

Fue entonces cuando lo entendí: no había perdido un trofeo, había perdido el amor de mis padres y el de Sergio.

Para ellos, Alicia era un genio, y yo, simplemente, el telón de fondo de ese genio.

Recordar eso hizo que me girara, incapaz de seguir viendo a esa familia. Pero detrás de mí, Alicia seguía con su actuación exagerada, dando un pisotón en el suelo:

—Ay, mamá, habla más bajito. ¿Y si Jimena regresa y escucha?

—Que escuche —replicó mi madre con desprecio—. Si vuelve, se lo digo en la cara.

En sus ojos no había ni una gota de amor. Me quedé allí, escuchando todo lo que decían sobre mí.

El tiempo siguió pasando y la hora de la fiesta se acercaba. Alicia regresó a su cuarto para arreglarse. Sergio revisó su celular con el ceño fruncido, buscó por toda la casa y volvió sin encontrarme.

—Papá, mamá, saldré a comprar algo. Vuelvo enseguida.

Antes de irse, me envió otro mensaje: “No sigas con tu berrinche. Es solo un vestido. Te voy a comprar uno nuevo. Regresa ya, la fiesta está por empezar.”

Lo observé alejarse con prisa y no sentí nada. Si supiera que la esposa que busca desesperadamente está justo bajo sus pies, rodeada de gusanos, ¿qué haría?

Exhalé, dejando ir el pensamiento. Mis ojos se deslizaron hacia las cajas en la esquina. Esperaba con calma el momento en que las abrieran.

Minutos después, Alicia salió de su cuarto, levantando su falda con alegría.

—Mamá, ¿adónde se fue Sergio?

—Habrá salido a buscar a Jimena —respondió mi madre con un suspiro—. Él es demasiado bueno, solo tú lo mereces.

El rostro de Alicia se tensó, la mirada se ensombreció. Sin decir nada, volvió a su cuarto.

Poco después, Sergio, empapado en sudor, regresó con un vestido en la mano. Estaba a punto de enviarme otro mensaje cuando un grito desgarrador salió del cuarto de Alicia:

—¡Mis bocetos! ¿Quién rompió mis bocetos?
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