El día de mi boda, mi hermana menor regresó al país de improviso. Mis papás, mi hermano y mi prometido me dejaron sola y se fueron al aeropuerto a recibirla. Mientras ella subía a sus redes una foto grupal, presumiendo que todo mundo la adoraba, yo marqué una y otra vez: me colgaron todas las llamadas. El único que contestó fue mi prometido: —No hagas un drama; la boda se puede volver a celebrar. Ese día me convirtieron en el hazmerreír de la boda que tanto había esperado. La gente señalaba, se burlaba, y yo tragué en seco. Respiré hondo, arreglé todo yo sola y, en mi diario, escribí un número nuevo: 99. Era la decepción número noventa y nueve. Entendí que no iba a seguir esperando su amor. Completé la solicitud para estudiar en el extranjero y empaqué mi maleta. Todos creyeron que, por fin, me había calmado. No sabían que ya me iba.
Voir plus—¿Pedir perdón significa que tengo que aceptarlo?Mi contraataque dejó mudo a Lorenzo.Estábamos a la entrada de la residencia. Iba y venía mucha gente; aunque la mayoría no entendía nuestro idioma y no sabía de qué hablábamos, eso no les impidió quedarse a mirar.Yo detestaba ser espectáculo. Esta vez, además, sí estaba enojada. Solté, sin filtro, lo que llevaba guardado.—Ustedes repiten que volcaron en Leti el amor que me debían, como si fuera una compensación. ¿Y con qué derecho? La que quedó en deuda fui yo; la que salió ganando fue ella.—En casa siempre me reprocharon que “armo drama”, que compito con Leti, que tengo mal carácter. Pero, si no hacía ruido, nadie me veía.—En su casa era menos feliz que con los abuelos.—Ahora que me fui, que estoy lejos, ¿no podemos vivir cada quien por su lado?Mamá ya lloraba a mares.—Carlotta, eres nuestra hija. La sangre nos une; ¿cómo cortas eso así nada más?—Prefiero no ser su hija.Dicho eso, me di la vuelta y subí. No miré a los Suárez,
Yo creí que aquel “no” de ese día había sido clarísimo. Aun así, una tarde, al salir del laboratorio, vi a varios rostros que no quería ver, parados al pie de mi edificio: papá, mamá, Lorenzo y, para colmo, Ernesto.Al verme, se alteraron.—Carlotta —dijo mamá—, ¡por fin volviste!Lorenzo dio un paso hacia mí, pero Ernesto lo apartó y se plantó enfrente.—Carlotta, cuánto tiempo.Se veía desmejorado, con los ojos enrojecidos, como si llevara días sin dormir.Antes, quizá me habría conmovido.Ahora, solo me fastidiaba.—Terminamos. ¿A qué vienes?A Ernesto se le pusieron más rojos los ojos.—Yo no acepto terminar. Solo nos peleamos.—Para terminar no necesito tu permiso.Lo dije en calma y miré a los Suárez, descolocados a un lado.—Lo que dijeron ese día, lo escuché.Papás y Lorenzo palidecieron. Ernesto abrió los ojos, entendiendo.Seguí con la verdad que ya había atado:—Ernesto siempre quiso a Leticia. Ustedes pensaron que la familia de él no estaba a la altura de su “princesa”, así
Al oírme, al otro lado quedó un silencio muerto.Cuando iba a colgar, Ernesto soltó una risa segura, como quien cree tenerme medida.—Carlotta, ¿segura? Llevaste tanto tiempo preparando la boda… No vas en serio con lo de terminar, ¿verdad?—Tú mismo sabes que la boda se preparó por meses —suspiré.Él, convencido de que yo “hacía berrinche”, sonó condescendiente:—No hagas drama. Ya te dije que te la repongo. Y ese jueguito de hacerte la difícil conmigo no funciona.No tenía ánimo para explicarle nada. Escuché a Lorenzo discutir con él y, sin más, colgué.Luego bloqueé a todos: a la familia Suárez y a Ernesto.Esa noche dormí como piedra y hasta soñé.En el sueño, una niña con ropa distinta a la de su hermano mayor y su hermana menor escribía un diario.Agarraba la pluma y, en un cuaderno nuevo, marcaba el número 1 mientras murmuraba:—Si llego a 99, ya no quiero a papá, mamá, ni a mi hermano ni a mi hermana.Lo pensó, tachó el 1 y escribió 0.5.[Hoy mis papás otra vez se olvidaron de c
Esta vez me fui y nadie me detuvo.Tampoco me importó el “¿cómo que ahora no haces drama?” de Lorenzo.De vuelta en la universidad, puse el celular en modo avión y me encerré en el laboratorio durante trece días.Recién el día anterior a mi viaje terminé los experimentos y salí.Al encender el teléfono, explotaron las notificaciones.Había mensajes de todo mundo: de la familia Suárez, de Ernesto, de mis amigas.Abrí primero los de mi mejor amiga. Estaba furiosa: me había escrito setenta u ochenta mensajes seguidos, despotricando contra Ernesto y Leticia.Entre ellos venía una captura de la publicación de Leticia en redes.Una foto familiar: papá, mamá, Lorenzo, Leticia… y hasta Ernesto.Él estaba a su lado, mirándola fijo, con los ojos llenos de ternura; parecía su caballero guardián.El pie de foto decía: [Con mi familia más querida.]Ese numerito dejó a mi amiga echando chispas; además de desahogarse conmigo, fue y comentó debajo: [Como tu hermana no está, se nota que el cuñado te cu
Ella todavía creyó que el cuarto estaba a oscuras y que yo dormía. No sabía cuánto había alcanzado a escuchar.Ignoré el pinchazo en el pecho y pasé frente a ella sin detenerme.—Tengo asuntos en la universidad. Me voy a regresar un rato.Al verme “normal”, mis papás se miraron entre sí y por fin se calmaron.Lorenzo se fijó en la maleta y frunció el ceño.—¿También te llevas la maleta a la uni? ¿Qué, te da miedo que te reclamemos por la alergia de Leti y piensas pelarte?Apenas mencionó el tema, mis papás, que hacía un segundo se sentían culpables, se irguieron de nuevo y me miraron desde arriba.—¡Sí, casi se me olvida!—Carlotta, ¿sabes que por tu culpa tu hermana terminó internada?—¿Y encima quieres irte sin disculparte? ¿Dónde se ha visto?Verlos tan encendidos, empeñados en no soltar el pleito, me dio fastidio. Saqué el celular, llamé a Leticia y puse el altavoz.Leti ya estaba despierta. En ese momento recibía los cuidados “atentos” de Ernesto.Apenas contestó, soltó, con ese t
Terminé de empacar lo poco que tenía y lo metí en la maleta.El permiso por boda que había pedido a mi mentora ya no me serviría.Pensaba llamarla para avisar que mañana regresaba al laboratorio cuando el celular sonó de golpe.Era Ernesto Gómez, mi prometido.Creí que hablaría de los pendientes de la boda, pero apenas contesté me cayó encima a gritos.—Carlotta, ¿qué le hiciste a Leti? ¿Por qué está en el hospital?El hombre siempre sereno había perdido la compostura dos veces el mismo día:primero cuando supo que Leti volvía al país; ahora, otra vez.Y lo irónico era que se suponía que era mi prometido.—Le dio alergia. Fue por tu culpa, ¿verdad? ¿Cómo puedes tratar así a tu hermana? —Su voz sonó encendida—. Carlotta, siempre pensé que eras buena. Por una tontería mandaste a Leti al hospital. ¿Eres humana?Lo escuché acusarme sin ganas siquiera de explicarme.—Ajá, no soy humana. La que le debe una disculpa a Leti soy yo. Cuando vuelva, se la doy. ¿Listo? Si ya terminaste, cuelgo. Te
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