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El Regalo Mortal para Mi Familia
El Regalo Mortal para Mi Familia
Author: Yolanda Bozzo

Capítulo 1

Author: Yolanda Bozzo
Morí sufriendo el mismo día de mi cumpleaños, y mi familia ni siquiera lo supo. Me culparon por no presentarme a la gran fiesta de Alicia, cuando en realidad, yo sí estuve allí, solo que ya no en cuerpo, sino como alma.

***

Esa noche, todos entraron cargando bolsas de regalos. Todos menos Alicia, que venía feliz comiendo un helado. La habían criado como a una princesita, incapaces de permitir que se cansara ni un poquito.

Comenzaron a decorar la casa, y Sergio Sandarti gritó hacia el piso de arriba:

—Jimena Gonzáles, baja a ayudar con la decoración. No creas que porque hoy es tu cumpleaños puedes hacerte la floja.

En otro momento, yo habría bajado corriendo. Ahora solo flotaba a su lado, observándolo con frialdad.

Al no escuchar movimiento arriba, volvió a llamarme. Nadie contestó. Fue entonces cuando Alicia se acercó, le arrebató el celular y, con esa voz dulce que todos adoraban, dijo:

—Si Jimena no está, yo te ayudo.

Sergio sonrió, le acarició la cabeza con cariño.

—Ve a sentarte. Si no te acabas ese helado, se te va a derretir.

Apenas terminó la frase, su sonrisa desapareció y, frunciendo el ceño, me dejó un mensaje en el celular:

—Regresa ya. La fiesta empieza en una hora. Hoy viene mucha gente, no arruines el ambiente.

Cuando volvió al salón, mis padres lo miraron preocupados y soltaron una risa fría.

—¿Otra vez Jimena con sus berrinches? —dijo Javier Gonzáles.

Sergio colocaba globos mientras suspiraba una y otra vez.

—Sí, con cualquier cosa desaparece. Hay que rogarle para que vuelva.

—Claro, todo por estarla consintiendo —bufó mi padre—. ¿Acaso cree que sin ella no podemos hacer la fiesta? Ingenua. La protagonista es Alicia; que ella venga o no, da igual. Cuando vuelva mañana, que se coma el pastel que sobre. Así aprende.

Estaba tan molesto que cada frase le salía más fuerte. Alicia enseguida se acercó a consolarlo, dándole palmaditas en la espalda.

—Papá, no digas eso. Si Jimena escuchara, le dolería muchísimo. Hoy también es su cumpleaños, no puede faltar. Voy a buscarla.

Salió a grandes zancadas y todos suspiraron por lo “tierna y considerada” que era. Pero yo la seguí y vi que en realidad no salió a buscarme. Se escabulló directamente al sótano y de una patada abrió la puerta metálica.

Al verme tirada en el suelo, sangrando y sin moverme, soltó una carcajada que apenas la dejaba respirar. Se acercó y me dio dos patadas fuertes.

—Oye. Deja de hacerte la muerta y levántate.

No reaccioné. Ya estaba muerta. Ella no lo notó. Se agachó, me tomó del cabello y tiró con fuerza.

Apreté los ojos; quizá sintió algo extraño, pero un ruido en el exterior la distrajo.

—¿Por qué está abierta la puerta del jardín?

Se sobresaltó, me soltó de inmediato y, antes de irse, volvió a patearme.

—Quédate aquí quietecita. Ni pienses venir a la fiesta para robarme el protagonismo.

Luego subió, recuperó su sonrisa perfecta y se lanzó a los brazos de Sergio.

—Fui yo quien dejó la puerta abierta. Busqué por todos lados, pero no encontré a Jimena.

Él la consoló al instante.

—No pienses en ella. Hoy es tu día. No vale la pena amargarte por alguien que no lo merece.

Sonreí con amargura.

No era que yo no lo mereciera. Era que, para ellos, solo existía Alicia.

Aunque compartíamos cumpleaños, en todos estos años siempre celebré sola. Pero este cumpleaños era diferente. No solo era mi día, era mi despedida.

Hace un mes me diagnosticaron cáncer terminal. No quise ocultarlo; dejé el resultado sobre la mesa. Jamás olvidaré cómo mis padres lo tomaron entre risas de burla.

Según ellos, yo fingía para dar lástima, para llamar su atención. Pero yo nunca quise competir con Alicia por su cariño, ni quería participar en esa fiesta.

Había dejado un regalo preparado y pensaba pasar mi último cumpleaños con una amiga. Pero, apenas salí de casa, unos hombres vestidos de negro me golpearon con un bate de béisbol.

Cuando desperté, estaba en el sótano.

El que parecía el líder hacía girar entre los dedos una llave con el llavero favorito de Alicia colgando: un osito de Winnie Pooh. Los demás sostenían bates y barras de metal. Mis piernas temblaban mientras suplicaba por mi vida. No escucharon; golpe tras golpe caían sobre mí, sin piedad. Cuando casi perdí el conocimiento, rompieron mi ropa y tomaron fotos humillantes.

Al terminar, sacudieron la llave y se marcharon. Me lancé hacia ellos y solo logré arrancarles el llavero del osito; después, todo fue oscuridad.

Con lo último de mis fuerzas intenté llamar a mamá, a papá, a Sergio, pero nadie contestó.

Mis dedos, torcidos y deformados, ya no podían escribir. Así que solo pude marcar 9395.

El código de auxilio que Sergio y yo habíamos acordado: "Si alguna vez estás en peligro, mándame este número misterioso. Iré por ti", me dijo una vez, acariciando mi cabello.

Yo me reí entonces: "Estamos en un país con leyes, ¿qué peligro podría encontrarme?"

Nunca pensé que ese código sería real, o que, cuando por fin lo enviara, recibiría esto: "Jimena, solo porque no te compramos un vestido nuevo, ¿ya estás haciendo drama? El del año pasado sirve. Te veo en la fiesta. Hoy es tu cumpleaños, no voy a discutir contigo. Nos vemos al rato."

Pero no iré; no nos volveremos a ver en esta vida.

Cuando cuelguen el teléfono, lo único que podrán encontrar será mi cuerpo lleno de gusanos.

Y el último regalo que les preparé.
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