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Capítulo 4

Author: Sergio
Sonreí levemente, y dije sin dudarlo:

—No hace falta. Que paséis bien.

Después de decir eso, colgué la llamada, sin preocuparme por la reacción de Iván al otro lado.

Al volver a casa, recibió la notificación de la empresa.

Dice que mi solicitud para regresar al país ya había sido aprobada, me pedían que arreglara todo lo antes posible para el traslado.

Era la primera buena noticia que recibía en días.

Cuando Iván volvió, yo estaba organizando los documentos de traspaso del trabajo.

Él aún seguía molesto por la forma en que lo había tratado por teléfono.

Sin decir una palabra, tomó su ropa limpia y se metió en el baño.

Cuando él salió, yo ya estaba acostada, lista para dormir.

Iván se quedó de pie al lado de la cama, observándome fijamente.

Su mirada ardiente se sentía incluso con los ojos cerrados.

Justo cuando empezaba a molestarme, el teléfono sonó.

—¡Eva! ¿No es hoy tu cumpleaños? La empresa te mandó algunos regalitos, ¡te los traje!

La voz fuerte del gerente sonaba clara en medio del silencio nocturno.

Vi cómo la expresión de Iván se tornaba fea al oír esas palabras.

Después de colgar la llamada, me levanté para salir a recibir los regalos.

Agradecí al gerente y regresé con monos cargados.

Al abrir la puerta, vi a Iván hurgando dentro del refrigerador, como buscando algo.

Sin darle importancia, dejé las cosas por un lado y regresé a la habitación.

Poco después, Iván entró algo inquieto, dijo.

—Ya no quedan pasteles en casa, quería...

Bostecé y lo interrumpí:

—No hace falta, ya comí bastante.

La incomodidad en el rostro de Iván aumentó.

— Me olvidé que hoy era tu cumpleaños. Lo siento...

Respondí con indiferencia:

—No pasa nada, solo es un cumpleaños. Da igual celebrarlo o no.

Después de eso, apagué la luz y me dormí.

Esa noche, no soñé nada.

***

Durante los días siguientes, Iván volvió cada noche a la habitación a su hora.

Pero yo estaba ocupada con los trámites de salida, y no le presté atención.

Pensé que esta calma se mantendría hasta el día de mi partida.

Pero ese día, cuando recogía el estudio, encontré una solicitud para cambiar el apellido.

El solicitante era Iván Rodríguez.

La fecha, hacía dos meses.

Me quedé inmóvil por un instante.

Seguí revolviendo los cajones, hasta que en la parte más profunda encontré un libro de familia.

Escrito: “Marco Rodríguez, nombre anterior: Marco Gómez.”

En ese momento, todo lo que aún vacilaba dentro de mí por culpa de Iván, finalmente se desmoronó.

Mi corazón, que estos días había estado tambaleándose por él, volvió a endurecerse como una piedra.

Tomé el libro de familia y el acuerdo de divorcio que él me había dado, y fui al salón.

Iván estaba viendo una película con Mónica.

Me vio entrar repentinamente, antes de que pudiera preguntar algo, ya le había puesto el libro de familia.

Él bajó la mirada para verlo, y su rostro se deformó en una mueca de horror.

—Eva... amor... déjame explicarte… Es que Marco es muy pequeño... no podía ser tan cruel con él...

Sus palabras me hicieron soltar una risa amarga, llena de burla.

—Ocultarme que ya tenías un hijo... Vaya, Iván Rodríguez, sí que eres muy inteligente.

La cara de Iván se puso un poco más pálida por cada palabra que decía, sus labios se movieron varias veces, pero no logró decir nada.

Lo miré con frialdad, y le extendí el acuerdo de divorcio.

—Iván Rodríguez, divorciémonos. Ya firmé el acuerdo, y ya no tienes que fingir más con ese divorcio temporal. Yo los dejo estar juntos.
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