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Capítulo 4

Penulis: Pececillo Jinete
La familia García vivía en el Residencial Costa de Plata, en pleno centro de la ciudad, el enclave más lujoso y exclusivo de todo el lugar.

Aunque era un terreno donde cada metro cuadrado costaba una fortuna, las casas tenían un 80 % de áreas verdes; además de un lago artificial privado, contaban con jardines y montañas rocosas diseñadas a base de grandes inversiones.

La seguridad estaba a cargo de exmiembros de fuerzas especiales. Para visitar o comprar se necesitaba comprobar solvencia porque aquí vivían únicamente las familias más poderosas.

Elena conocía este lugar.

Manuel había soñado durante años con comprar una casa ahí. Porque vivir en ese lugar significaba tener a los más influyentes por vecinos y ser considerado uno de ellos.

El escuadrón de helicópteros aterrizó en la amplia pista del condominio. A un lado ya los esperaba un Maybach negro. Los tres cambiaron de vehículo y, tras atravesar el césped impecable del complejo, se detuvieron frente a una mansión de cuatro plantas.

Martín bajó del auto junto con Elena y Dylan se quedó sentado.

Cuando se trata de reuniones familiares, aunque la amistad sea muy cercana, uno no debe aparecer de improviso. Era cuestión de respeto.

Martín hizo un gesto con la mano, y el Maybach volvió a arrancar, adentrándose más en la propiedad.

—La familia Cruz vive allá adelante. Después te llevaré a visitarlos oficialmente —explicó, antes de guiar a Elena hacia dentro.

La mansión, de estilo europeo, rebosaba lujo y solemnidad.

Atravesaron el jardín, cruzaron la puerta principal y, tras el recibidor, entraron en la sala. De inmediato, Elena vio a un nutrido grupo de miembros de la familia García.

En el camino, Martín ya le había dado una explicación breve.

Tal como Elena había pensado, la familia García era una de las cuatro grandes familias de la ciudad. Eran cuatro ramas: tres hijos varones y una hija, todos con su propia familia.

El patriarca, Don García, se había retirado por cuestiones de salud hacía dos años y había dejado el Grupo García en manos del hijo mayor, Carlos.

El segundo, Marcos, había sido en su juventud un cantante de primer nivel que arrasó en todo el país, luego fundó su propia empresa de entretenimiento y hoy era un peso pesado de ese mundo.

El tercero, Tomás, era vicepresidente en el Grupo García, responsable de varias industrias clave.

La única hija, Sara, era una mujer de negocios que por sí sola había creado una marca internacional de primer nivel con gran influencia en el mundo de la moda.

En cuanto a la generación más joven, quizá por la marcada energía masculina de la familia, casi todos los nietos eran varones, solo en la segunda rama había una hija pequeña, además de Lucía Ramírez, la muchacha acogida de la familia materna de Doña García.

A simple vista, casi todos los García estaban presentes.

Cuando vieron entrar a Martín y Elena, todos alzaron la vista. Las miradas hacia ella eran de examen, de curiosidad, de desprecio o, de disimulada desaprobación.

—Abuelo —dijo Martín dando un paso hacia el anciano que estaba sentado en el centro del sofá—. Ella es Elena.

Luego le hizo una seña a ella:

—Elena, saluda a tu abuelo.

Elena miró al anciano, que la contemplaba sonriendo desde el centro del salón. No era experta en leer rostros, pero aunque él sonreía, su nariz recta, la frente amplia y las cejas marcadas le daban un aire de alguien acostumbrado a mandar.

—Abuelo —dijo Elena con respeto.

El anciano asintió con amabilidad:

—Bien, me alegra que estés de vuelta. A partir de ahora eres la señorita de nuestra familia, nadie podrá hacerte daño.

Martín se volvió hacia Carlos, sentado junto al Don García:

—Este es papá.

A diferencia de la cordialidad del abuelo, Carlos tenía un aire más frío y disciplinado, en el perfil, los rasgos marcados mostraban la belleza de su juventud.

Las arrugas del tiempo no lo hacían ver viejo sino lleno de la madurez de un hombre en plenitud.

Un tipo distinto a Manuel.

Elena abrió la boca y lo llamó:

—Papá.

Los labios delgados de Carlos se tensaron apenas al escucharla. Su rostro no mostró emoción. Tras un largo momento, contestó:

—Ajá.

Martín fue presentándole a Elena a los demás mayores de la familia.

Ella miró en silencio. Excepto la abuela, que estaba en recuperación, y otro primo que no estaba presente, todos parecían allí.

Pero entre esa gente no estaba su madre.

Según Martín, el día que Elena fue raptada, su madre persiguió sola al secuestrador y terminó cayendo al mar, hasta hoy no habían podido encontrar su cuerpo.

Quizá por esa tristeza, la mujer a la que Martín había presentado como Lidia se le acercó y, con gesto cariñoso, le tomó del brazo, la mirada llena de compasión y afecto.

—Elena, debes estar cansada de tanto viaje. Ya hice que te prepararan un cuarto. Mira si te gusta. Si no, me avisas y lo cambiamos.

Don García era de pensamiento tradicional en asuntos familiares, creía que mientras vivieran los padres no debía dividirse la casa. Así, salvo Sara que ya estaba casada, las tres ramas vivían juntas en esta mansión.

Esa mujer se llama Lidia Flores, tendría unos cuarenta años, pero conservaba muy bien su figura y su piel, a simple vista era la imagen misma de una dama de alta sociedad.

Sin embargo, ese aire de compasión mezclado con su rostro algo vanidoso y obstinado resultaba contradictorio a ojos de Elena.

Ella retiró el brazo disimuladamente, dispuesta a agradecer con cortesía, cuando un muchacho de unos trece o catorce años saltó delante de ellos y dijo:

—Tía Lidia, mejor prepárale otro cuarto. Ese era el cuarto de muñecas de Lucía. Ahora que se lo diste, ¿dónde va a poner sus muñecas?

Era Samuel, el hijo menor de la tercera rama. Entre todos, era el más atrevido.

Apenas habló, varias personas en la sala pusieron cara de incomodidad.

Tomás frunció el ceño y le soltó:

—¿Qué tonterías dices? No es asunto tuyo.

—¿Y por qué me regañas si no miento? —Samuel alzó el cuello—. Hay tantas habitaciones y justo le dieron el cuarto de muñecas de Lucía. ¿Por qué?

Entre los jóvenes, una muchacha se levantó. Su rostro delicado mostraba algo de culpa.

—Samuel, ya basta.

Era Lucía Ramírez.

Esa era la sobrina de Doña García, acogida desde los tres años para compensar la pérdida de Elena y equilibrar la falta de mujeres en la familia. Creció junto a los primos.

Lucía se volvió hacia Elena y le habló con dulzura:

—No lo tomes a mal, Elena. Samuel no tiene mala intención, solo no soporta verme sufrir. Esa habitación ya es tuya, a mí no me importa.

Su actitud era impecable, pero cada palabra subrayaba que ella era la perjudicada.

Elena se sorprendió:

"¿Será que tengo un imán para estas chicas tan angelicales que siempre me salen con la misma fórmula que Rebeca?"

Lucía giró la cabeza y fingió reprender:

—Samuel, discúlpate. Elena es tu prima.

—Pff. —Samuel hizo un gesto de desprecio y murmuró por lo bajo—. ¿Prima de qué?

No se supo quién golpeó con fuerza su taza contra la mesa de mármol. La sala quedó en silencio de golpe.
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