En un sillón individual a un costado del salón, Carlos permanecía sentado sin expresión. Frente a él, la taza de té dejaba un cerco de agua que se desvanecía sobre la mesa.Pasó un buen rato antes de que, apenas girando los ojos hacia Samuel, preguntara con calma:—Elena es mi hija. Mi hija, ¿no merece ser tu prima?El muchacho, que hacía un momento estaba tan desafiante, se encogió.—Tío Carlos, yo… No quise decir eso.Martín, que observaba sonriente cómo su padre había logrado poner en su sitio al más joven con solo una mirada, giró la cabeza y miró a Lucía:—Lucía, ¿sientes que al vivir en la familia García te han tratado mal?Lucía, al oír su nombre, se puso pálida y se apresuró a negar:—No, Martín, me malinterpretaste.—Si no es así, entonces no digas cosas que puedan causar malos entendidos —Martín seguía con esa sonrisa en la comisura de los ojos, la voz cálida y elegante, pero con un peso que hacía difícil contradecirlo.Lucía abrió la boca, pero al cabo de unos segundos bajó
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