Después de renacer, tomé la firme decisión de dejar de obsesionarme con mi amigo de la infancia, Federico Torres. En su fiesta de cumpleaños colgó un cartel que decía: «Prohibido perros y Clementina». Sin titubear, me largué a Hawái y puse océanos de por medio. Cuando comentó que el simple olor de mi perfume le revolvía el estómago, obedecí y me mudé sin chistar. Al graduarnos anunció que no pensaba respirar el mismo aire que yo en ninguna ciudad; hice mis maletas —rápido— y desaparecí para siempre. Por último, aseguró que mi mera existencia podía malinterpretarse ante su amor imposible. Asentí y, muy pronto, presenté en redes a otro chico como mi novio. Una y otra vez elegí lo contrario a lo que hice en mi vida pasada. Porque, en aquella otra vida, cuando por fin me casé con él, su amor ideal se arrojó desde un acantilado. Él me llamó asesina, me torturó, me quebró… y acabé devorada por los peces. Esta vez, lo único que quiero es vivir de verdad. Así que tomé de la mano a mi nuevo novio. Pero Federico se plantó en medio de la calle, con los ojos encendidos de rabia. —Clementina, ven conmigo ahora y olvidaré esta broma.
View MoreRodrigo y yo no pensábamos revelar lo nuestro tan rápido.Antes, él había contemplado dejar la industria.Pero la agencia lo convenció a toda costa y firmó tres años más.Tras una transición exitosa, la respuesta fue buena y ahora sólo acepta papeles de cine.Su fama no ha hecho más que crecer.Tanto que para salir a una cita debemos escabullirnos de noche, a escondidas.Rodrigo se hartó.Con un anillo diseñado por él mismo, se me declaró sin esperar más.Y yo dije que sí.—Clementina…Instintivamente me giré.Al descubrir de quién provenía la voz, fruncí el ceño con fastidio.Federico avanzaba desde la penumbra, paso a paso.Me clavaba la mirada, los ojos cada vez más enrojecidos.Arqué las cejas: —¿Federico? ¿Quién te dio mi dirección?Con voz baja respondió: —Mandé averiguarlo, Clementina. No te asustes, sólo quiero hablar.Sentí la mano de Rodrigo apretarse sobre la mía.Le di una palmada para que se adelantara.Rodrigo se fue, volteando a mirarme a cada paso.No pude evitar soltar
8Alguien conocido me mandó un enlace.Me insinuó que le echara un vistazo.Al abrirlo supe que Rosalind estaba transmitiendo en vivo desde el hospital.Lloraba a gritos y me acusaba de haberle provocado el aborto.Hacerse la frágil es su especialidad.Con el hospital de fondo y un diagnóstico clínico, era facilísimo que cualquiera le creyera.Rosalind guio a los internautas a lincharme, me agregaron a WeChat y me llamaban.En un momento mis redes quedaron invadidas.Cada vez que abría el móvil veía insultos.Hasta ex compañeros, conocidos o no, se colgaron del tema.Reí de rabia; lo primero fue denunciar a la policía y luego llamé a Federico.Le exigí que entregara las cámaras de seguridad.Pero lo que nunca calculé fue lo rastrero que podía ser Federico.—Clementina, ¿quieres limpiar tu nombre? Las grabaciones están en casa, sólo vuelve. Si regresas a mi lado, te las doy.—Ya descubrí la verdadera cara de Rosalind. No tendré más líos con ella. Clementina, de ahora en adelante, ¡soy t
Después de aquel día.Los padres de Federico me llamaron una y otra vez. Me preguntaron si quería volver.Me negué de plano.Salí de ese lugar con mucho esfuerzo; ¿cómo pretenden que regrese?El día que quedé a comer con Rodrigo.Seguía cubierto de pies a cabeza.Lo entiendo: su rostro llama demasiado la atención.Reservé un salón privado.Pero el destino es cruel: me topé de nuevo con el patán de Federico.Se lanzó y me sujetó la mano.—¡Clementina, ¿de verdad me traicionaste?—Creí que bromeabas, ¡y resulta que sales a comer con este tipo!—¿Quién es él?—¿Me estás haciendo un teatro, Federico?Rodé los ojos y le pellizqué con saña el antebrazo.Cuando me soltó, protegí a Rodrigo y retrocedí.Federico sufre un “síndrome del supermacho”; se enloquece a la mínima.Ya antes había estampado mis maletas sin motivo y las dejó inservibles.Sus ojos se llenaron de dolor.—¡Clementina, lo defiendes a él!—¿Y quieres que defienda a un patán como tú? —respondí harta—. Vete ya. Cada dos por tres
6¿Dijo Federico que mi existencia le estorba para volar libre junto a Rosalind?Perfecto.Ese mismo día subí una foto de dos manos entrelazadas.La mano grande, blanca y de dedos largos de un hombre sujetaba con fuerza la mía.Juntas formábamos la silueta de un corazón.El pie de foto no podía ser más directo.“ANUNCIO OFICIAL”Apenas lo publiqué en mis redes, la sección de comentarios estalló.“¿Qué está pasando?”“Esa mano no se parece a la de nuestro Fede.”“Clementina, ¿qué te traes?”“Borra eso ya.”Los amigotes de Federico salieron en tropel.Yo, feliz de la vida, dejé el celular a un lado.—Te conozco. Eres el centro de aquel boy band famoso, ¿Rodrigo Morales?Él agitó la mano, apenado: —El grupo ya se disolvió y dejé de ser el centro.Con sólo un rato de charla, capté más o menos su carácter.Se había cubierto de pies a cabeza.Podía ser una celebridad… o un pervertido… o simplemente un fóbico social.Le sonreí: —Gracias por ayudarme dos veces. Si no te molesta, te invito a co
—¡Federico Torres, te he soportado demasiado tiempo!Federico se quedó boquiabierto, incapaz de creerlo.Me froté las manos.Asentí a los dos mayores que miraban desde la puerta sin saber qué pensar.—Señor, señora, tengo que irme.Sin esperar su reacción, me marché.Apenas crucé la puerta, me desplomé junto a la acera.El golpe de Federico debió de venir con toda su fuerza.La mejilla me ardía y hormigueaba.De haberlo sabido, le habría propinado yo un par más.Federico siempre ha sido así.Ante cualquier problema, jamás se pone de mi lado; sólo sabe culparme.Rosalind adora hacerse la víctima y jugar sus truquitos.En la prepa ya me hizo pasar todo tipo de penurias.Una vez la encerraron en el baño y gritaba pidiendo ayuda.Fui yo quien la sacó.De inmediato se lanzó a los brazos de Federico insinuando que yo la había encerrado.Ni siquiera pude defenderme.Federico nunca me creería.Con el tiempo dejé de explicarme.Y las culpas sobre mí se apilaron una tras otra.—Hola, ¿necesitas
4Recibí mi diploma de graduación.Las hojas de vida que envié empezaron a dar frutos.La oferta que más me entusiasmó vino de una gran empresa en la ciudad vecina.Concerté la entrevista de inmediato.Tener un empleo propio era el sueño que más anhelé en mi vida pasada.Estaba nerviosa a morir, pero antes de subir al tren la empresa llamó.Aprobé.Sentada en el tren de alta velocidad, busqué con entusiasmo un departamento adecuado.La idea de poner kilómetros entre Federico y yo me tenía eufórica.Apenas bajé del tren,me entró una llamada de Federico Torres.En cuanto contesté, su voz áspera tronó:—¡Clementina, ¿dónde estás?!Mi buen humor se apagó como si me vaciaran un balde de agua fría.—¿Qué quieres?Su tono se heló aún más: —Mis padres volvieron. Quieren que regreses a cenar.Llegué a la mansión de la Familia Torres al atardecer.En la mesa había cuatro personas.El matrimonio Torres, Federico y Rosalind; ninguno lucía buena cara.Seguro había pasado algo mientras yo no estaba
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