Capítulo 6

Acababa de cerrar la última maleta cuando la puerta del refugio salió disparada de sus bisagras.

Vincenzo estaba en la entrada, con los ojos inyectados en sangre y ardiendo de rabia.

—Te he encontrado —gruñó con voz grave y amenazante.

Mi mano se dirigió a mi pistola. La suya fue más rápida. Por supuesto que lo fue.

Tres zancadas y me tenía. Me empujó contra la pared, con su mano como un tornillo de banco de hierro alrededor de mi muñeca.

—¿Adónde creías que podías correr? —gruñó, con su aliento caliente en mi cara, oliendo a whisky y furia.

Luché, pero me tenía inmovilizada.

De repente, la rabia en sus ojos parpadeó, reemplazada por algo casi roto.

—He estado buscándote toda la noche —dijo, con la frente apoyada en la mía, la voz áspera por el cansancio—. Pensé que algo te había pasado...

Un dolor agudo me atravesó el pecho.

Pero mi cabeza sabía más. Esto era solo otra trampa.

—Suéltame, Vincenzo.

—No hasta que me digas qué demonios estás haciendo.

—No tiene nada que ver contigo.

—¿Nada que ver conmigo? —soltó una risa fría y me agarró la barbilla—. Eres mía, Chiara. Cada centímetro de tu cuerpo lleva marcado el nombre de Russo desde hace diez años. Tú no decides cuándo no tiene nada que ver conmigo.

—Las marcas se desgastan y se sustituyen —lo miré fijamente a los ojos—. Tú y tu familia... ya no significan nada para mí.

Las palabras fueron un cuchillo envenenado, y dieron en el blanco.

CRACK.

Su mano se estrelló contra mi rostro. La fuerza fue tan fuerte que sentí el sabor de la sangre.

—Retráctate —dijo con voz gélida—. No solo me estás insultando a mí. Estás insultando a la familia Russo.

Limpié la sangre de mi labio con el dorso de la mano y sonreí. Una sonrisa rota.

—Me pegaste por ella. Me pegaste por la familia. Vincenzo, ¿cuál es tu límite? ¿Hay algo por lo que no me pegarías?

—¡No te toca a ti hablar de límites! —estaba furioso. Metió la mano en su traje y sacó un medallón viejo y pesado tallado con una serpiente de dos cabezas. Lo golpeó contra la mesa.

El sello del juramento de sangre de la familia Rossi.

—Tu padre hizo un juramento de sangre con el honor y la sangre de la familia Rossi —su voz era ahora la del Don, cada palabra era una piedra que aplastaba mi corazón—. Tu vida, tu lealtad, todo lo que eres... desde el día en que naciste, pertenece a la familia Russo. ¡Me pertenece a mí!

Me quedé mirando el sello. Mi sangre se congeló. Esta era la cadena que nunca podría romper.

—¿Vas a usar el juramento de mi padre en mi contra?

—Si es la única forma de hacerte obedecer —recogió el sello, y sus ojos volvieron a ponerse fríos y duros de nuevo—. Pasado mañana por la noche. La fiesta de compromiso. Estarás allí.

Hizo una pausa y luego asestó el golpe final y cruel.

—Y serás tú quien le presente a Katerina el 'pacto de paz' de los Petrov: la daga de diamantes. Te arrodillarás y le mostrarás a cada familia en esa sala cómo es la lealtad Rossi.

Me limité a mirarlo. El hombre por el que habría dado la vida.

Viéndolo encadenarme con el honor de mi familia, solo para humillarme con la hoja más afilada.

—Entiendo —dije, con voz vacía.

—Bien —se giró para irse, satisfecho—. Recuerda tu lugar, Chiara. Eres mi propiedad. No mi enemiga.

Él y sus hombres se fueron.

Me quedé sola en el apartamento destrozado. El sol poniente proyectaba una sombra larga y solitaria en el suelo.

Un juramento de sangre.

Me estaba atando a un juramento de sangre.

Recogí la pequeña cuchilla que usaba para cortar lienzos. Me quedé mirando su borde afilado.

—Una deuda de sangre —susurré, con voz tan ligera como una pluma—. Debe pagarse con sangre.