Capítulo 5

A la mañana siguiente, sonó mi teléfono desechable. Era Vincenzo.

—El taller de Viktor —ordenó con voz desprovista de emoción—. Una hora. Katerina necesita una nueva pieza. Tú la diseñarás.

—Me niego.

—No es una petición, Chiara. No me obligues a enviar a mis hombres a que te "busquen" de nuevo.

Y colgó.

Una hora más tarde, estaba en el sótano de la fábrica abandonada.

Vincenzo y Katerina ya estaban allí.

—Viktor —dijo Vincenzo al propietario del taller, un legendario armero ruso—. Esta es Chiara. La mejor falsificadora de arte de Chicago y la mejor experta en armas. Necesito que cree un arma corta única para Katerina.

Los ojos de Víktor se iluminaron.

—¡Arte y armas! ¡Me gusta!

Nos llevó a un banco de trabajo cubierto de terciopelo negro, repleto de metales y gemas raras.

Vincenzo se acercó a mí. Su voz era un susurro bajo, solo para mí.

—Quiero que le construyas la pistola perfecta. Usa las mismas especificaciones que mi Glock. La que construiste para mí mano.

Se me cortó la respiración.

—Sé que recuerdas cada detalle —continuó, su voz fría—. La inclinación de 7 grados en la empuñadura, el gatillo de 2 mm, el punto de mira de platino que capta la más mínima luz en la oscuridad. Réplicalo todo. Para ella.

Lo entendí.

Él quería que abriera nuestro pasado, que tomara la confianza y la sangre que habíamos construido y que lo envolviera para regalárselo a otra mujer.

Fue cien veces más cruel que otro tatuaje.

—¿Chiara? —Katerina se acercó, con voz dulce e inocente—. ¿Puedes ayudarme? Siempre he querido una pistola grabada con mis iniciales y las de Vincenzo. ¿No sería el símbolo más romántico de nuestro amor?

Miré su sonrisa inocente y la mirada inflexible de Vincenzo. Forcé una sonrisa.

—Por supuesto.

Tomé el lápiz óptico, pero me temblaba la mano.

Dibujé el marco aerodinámico, el equilibrio perfecto, cada detalle que una vez había sido nuestro.

Mi mano dibujaba, pero mi corazón sangraba.

—¡Brillante! —Víktor admiró el plano—. ¡Esto es una obra de arte!

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Vincenzo.

—Tres semanas —respondió Víktor—. Si la señorita Chiara está dispuesta a supervisar la producción.

Supervisarlo. Observar a otra mujer sostener un "símbolo de amor" hecho de mi pasado con él.

—No.

Me levanté bruscamente, con la voz ronca.

Todos me miraron fijamente.

Tomé el diseño que acababa de terminar y, delante de todos, lo hice pedazos.

—¡Yo no construyo malditos símbolos de amor para tu nueva puta! —tiré los pedazos al suelo, liberando una rabia que se había estado acumulando durante lo que me pareció una eternidad.

Los ojos de Vincenzo se volvieron peligrosos.

—Chiara...

Me di la vuelta para irme.

—Si cruzas esa puerta —su voz era una amenaza—, no me obligues a aplicar las reglas de la familia contigo. Ya sabes lo que les pasa a los traidores.

Lo miré, con ojos fríos.

—Entonces, pruébame.

Salí sin mirar atrás, con el grito aterrado de Katerina y el rugido de ira de Vincenzo persiguiéndome.

De vuelta en mi refugio, una invitación con letras doradas me esperaba en la puerta.

[Estás cordialmente invitada a la fiesta de compromiso del Sr. Vincenzo Russo y la Srta. Katerina Petrov.]

Me quedé mirando la preciosa tarjeta, imaginándolos a los dos eligiéndola juntos.

Luego, mi teléfono vibró. Era una foto de Marco.

Vincenzo estaba en mi campo de tiro privado favorito, entrenando a Katerina.

En sus manos estaba la SIG Sauer P226 personalizada que solía ser mi favorita.

Abrí mi encendedor y acerqué la llama a la esquina de la invitación.

Observé cómo ardía. Vi cómo sus nombres se convertían en cenizas negras y, con ellos, la última pizca de esperanza que me quedaba.

Marqué el número cifrado de mi padre.

—Papá.

—¿Ya es hora?

Vi cómo la invitación se convertía en ceniza. Mi voz era gélida.

—Ya es hora. Lo haremos esta noche.