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La Desconocida que Me Encendió en el Show
La Desconocida que Me Encendió en el Show
Author: Mangonel

Capítulo 1

Author: Mangonel
—Ay papi, ya no sigas, me voy a venir…

El Auditorio estaba hasta el tope, un mar de gente que no paraba de empujar. Yo me pegué a propósito a la chica que tenía enfrente. Traía una faldita de colegiala que apenas le tapaba nada.

Se la levanté un poco y le di arrimón en sus nalgotas. Lo mejor es que la tela de su tanga era tan delgada que parecía que no había nada. Ese culo redondito me hizo perder la cabeza en segundos. Y lo más cabrón: ella también se me puso.

Me llamo Javier Castillo y siempre había oído que en los conciertos abundan las morritas jóvenes y que se sueltan rapidísimo. Por eso me apuré para conseguir una entrada del cantante del momento, a ver si era cierto.

Llegué al Auditorio y sí era un desmadre de gente. De un vistazo: puro muchachita de veintitantos, todas enseñando pierna y tetas, bien buenas.

Las mismas que en la calle te hacen el feo o que tardan tres años en soltarse con su novio. Aquí, en cuanto vieron al ídolo en el escenario, se volvieron locas, gritando como si les pagaran.

Se ponían de puntitas, brincaban sin importarles que se les viera todo, con tal de que el cantante les echara aunque fuera una miradita. Hasta una gritó: “¡Te amo, mi amor, cógeme!”

Seguí la voz y era una chica guapísima con faldita de colegiala, cortísima. Cada que se empinaba, se le veía la tanga blanca. Esa onda de “inocentita pero caliente” me prendió de inmediato.

Me abrí paso entre la gente hasta ponerme detrás de ella. Estaba tan metida en la música que ni cuenta se daba, movía la cintura al ritmo y la falda se le subía y bajaba sola. Me empezó a latir rápido el corazón, me sudaban las manos, pero no me atrevía a nada.

El ambiente estaba bien prendido, todos empujando. Alguien me dio un empujón por detrás y quedé pegadísimo a su espalda. Ella ni se dio cuenta, toda su atención en el escenario. En un concierto así, que te rocen o te peguen es más que normal. Aunque estuviera encima de ella, ni se quejaba.

Entonces me envalentoné y me le puse encima, sintiendo lo suavecito que era su cuerpo. A lo mejor me pasé porque volteó un segundo, se retorció un poquito.

—No te me arrimes tanto, me incomodas.

Retrocedí un paso y me agaché para hablarle al oído.

—Perdón, es que atrás me están aplastando.

—No pasa nada —me sonrió y volvió a perderse en la música.

Ese breve contacto me dejó loco. Nunca había tocado a una morrita tan rica. Ahí la tenía, a centímetros, y me comía la ansiedad. Esta vez fui más listo: ya no me le pegué entero. Lo que hice fue sacar cadera y meterle debajo de la falda, echándome un poco para atrás para disimular.

Ella era bien movida y el concierto estaba en su apogeo. Sus nalgotas perfectas se movían de un lado a otro, rozándome sin parar, haciéndome temblar.

Y cuando llegó el coro que todos se saben, empezó a brincar como loca. Arriba, abajo, arriba, abajo… chocando contra mí con todo. Esa fricción tan fuerte hizo que en menos de nada se me parara durísimo, se me marcó un bulto que ni cómo esconder.

Valió la pena la reventa. Afuera, una vieja así te cuesta un dineral y ni te pela. Aquí la tenía yo, agarrándola como se me antojara, sin que nadie dijera nada. Con tanta gente alrededor, esa sensación de prohibido me ponía mil veces más caliente.

Y ella lo notó, claro que lo notó. Sentía algo duro entre las piernas y, en vez de correr, dejó escapar unos gemiditos suaves, como de gusto. Lo que nunca me imaginé es que no solo no se apartó… sino que ella misma empujó las nalgas hacia atrás y me apretó más con sus muslos.

Sentí que encontré en su entradita, que hasta me envolvió un poquito. Desde mi ángulo veía todo: esas nalgas enormes y firmes, y la tela de la tanga hundida por la presión. Ella seguía agitando la linterna del celular como loca, gritando al escenario:

—¡Te amo! ¡Te amo tanto!

Parecía toda una santita por fuera, pero por dentro estaba que ardía. Seguro se estaba imaginando que el que la tenía agarrada así era el cantante.
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