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Capítulo 9
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La Luna que se negó a arrodillarse Capítulo 24
El avión aterrizó, y a través de la ventana pude ver la pista, iluminada por el sol. Ante mí aparecían lugares familiares de mi ciudad natal.—¿Despierta? —la voz de Andrés vino desde mi lado.Giré la cabeza. Él se estaba desabrochando el cinturón de seguridad y se inclinaba para revisar a los niños. Nuestros gemelos, Ian y Clara, dormían profundamente, sus pequeños rostros idénticos sonrojados. Ya tenían dos años, llenos de pura sangre Alfa, y su energía inagotable era suficiente para agotar a cualquiera. Que pudieran dormir tan tranquilos durante todo el vuelo parecía una bendición de la propia Diosa de la Luna.Habían pasado tres años. Desde que Andrés y yo nos casamos en el Norte, habíamos estado ocupados gestionando nuestro territorio y no habíamos regresado ni una sola vez. Todo aquí se sentía familiar y, al mismo tiempo, extraño.—Mami… —Clara se frotó los ojos y hizo un puchero, lista para llorar.—Shh, cariño, ya llegamos —desabroché rápidamente mi cinturón y la levanté en
La Luna que se negó a arrodillarse Capítulo 23
El Templo de la Luna estaba construido en la cima del pico más alto del Norte. No había escaleras que llevaran hasta él, solo un antiguo sendero de piedra, alisado por el tiempo, que serpenteaba hacia arriba. Nuestro auto solo podía llegar hasta la mitad de la montaña; el resto del trayecto debía hacerse a pie. Era un ritual, una manera de mostrarle a la Diosa de la Luna nuestra devoción.Hoy, el camino estaba bordeado de gente. Líderes de cada manada del Norte, varias familias prominentes del Sur e incluso representantes de manadas neutrales sin vínculos previos con nosotros habían venido a presenciar la ceremonia.Llevaba un vestido suelto de seda color luz de luna, bordado con hilos de plata que representaban el tótem de la manada Walker: un lobo plateado aullando al cielo. El dobladillo se arrastraba sobre el antiguo sendero de piedra, susurrando suavemente a cada paso.Mis ojos vieron a Andrés, que me esperaba bajo los macizos pilares blancos del Templo de la Luna. Su mirada er
La Luna que se negó a arrodillarse Capítulo 22
Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto privado del Norte, el cielo aquí era más alto y más azul que en cualquier otro lugar que hubiera visto.Bajamos las escaleras, y un SUV negro nos esperaba abajo. Un hombre alto, de hombros anchos y rostro severo, estaba junto al vehículo. Al ver a Andrés, inmediatamente bajó la cabeza, cerrando el puño derecho sobre el pecho.—Alfa —dijo, con voz calmada y autoritaria.Luego su mirada se posó en mí, y saludó de nuevo. —Luna.Aquí, yo era la Luna. El título se sentía profundamente real, especialmente por el respeto que transmitía la actitud de este hombre.—Este es Cael, mi Beta —me lo presentó Andrés.Asentí a Cael. Él abrió las puertas traseras para nosotros con movimientos precisos y eficientes.El auto se alejó del aeropuerto y entró en un vasto bosque de coníferas. Los árboles eran altos y rectos, y la luz del sol se filtraba entre las hojas, proyectando patrones moteados sobre el suelo. El Norte era sorprendentemente vivo y vibrante.
La Luna que se negó a arrodillarse Capítulo 21
El auto no fue directo al aeropuerto; se detuvo en una finca tranquila a las afueras de la ciudad.La voz de Andrés rompió el silencio en el carro.—Deberíamos ir a ver a tu padre juntos.Asentí. Era momento de despedirme.Ese era el lugar donde yo había crecido.Al abrir la puerta del auto, mi padre ya estaba de pie en los escalones. Erguido y digno, el tiempo había dibujado líneas en su rostro. Su mirada pasó por encima de mí y se posó en Andrés: un intercambio de miradas entre dos Alfas.Tras varios segundos largos, mi padre inclinó la cabeza.—Andrés Walker.—Señor Marcos Redwood —respondió Andrés con una leve inclinación, respetuoso.Mi padre me miró con dulzura.—Entra, Lea.La cena fue sencilla, pero llena de mis platillos favoritos de la infancia. Durante la comida, mi padre hizo muchas preguntas sobre el Norte. Tras terminar, Andrés esperó prudentemente afuera. Mi padre me llamó a su estudio y me sirvió una taza de té caliente.Observaba la figura de Andrés a través de
La Luna que se negó a arrodillarse Capítulo 20
El Consejo de Ancianos de la Manada Blood pronto entregó su veredicto.Nancy, por practicar brujería, planear daños contra uno de los suyos y cometer un robo generalizado, fue despojada de todos sus honores y exiliada —desterrada como una renegada.En cuanto a Ángel, el consejo, considerándolo “engañado”, revocó temporalmente su calificación como futuro heredero Alfa.El resultado era exactamente lo que esperaba. La manada nunca descartaría tan fácilmente a un sucesor con sangre Alfa pura.No presté más atención a las consecuencias. Andrés se encargó de las entregas, mientras yo empacaba las pocas pertenencias que tenía. En tres días iría con él hacia el Norte.—¿Todo listo? —la voz de Andrés llegó desde el marco de la puerta.Asentí. —Sí.—Entonces descansa temprano. —Se acercó, me rodeó con sus brazos desde atrás y apoyó ligeramente la barbilla sobre mi cabeza—. Tenemos que levantarnos temprano mañana.Lo sentí —el vínculo entre nosotros, espíritu a espíritu, fortaleciéndose, más
La Luna que se negó a arrodillarse Capítulo 19
En el siguiente instante la puerta principal de la villa fue pateada. Ángel irrumpió como una bestia enfurecida, con los ojos inyectados en sangre.—¡Lea! —gruñó, el odio marcando cada sílaba—. ¡Maldita mujer! ¿Qué le hiciste a Nancy? ¡La destruiste!Subió las escaleras a toda prisa, desatado y sin razón.Andrés se puso delante de mí, y una presión invisible —la autoridad de un Alfa superior— cayó sobre la habitación como si fuera algo físico.Los pasos de Ángel se detuvieron de golpe como si hubiera chocado contra un muro invisible. Quedó clavado por esa fuerza, incapaz de moverse.—Fuera. —La voz de Andrés fue baja y controlada.Ángel me miró; la locura en sus ojos se tornó en una desesperación herida y hueca.—Lea… ¿por qué? —pronunció con voz quebrada—. Admito que te hice daño… pero… ¿por qué vengarte de ella tan cruelmente? Ella… ella me amaba demasiado…—Te crees demasiado importante. Solo estoy recuperando lo mío —respondí.—En cuanto a Nancy —miré la angustia esculpida
