El aire del salón se congeló.Me cubría detrás de él, sus feromonas de Alfa estallaban como tormenta hacia el hombre que estaba en la puerta. Pero ese hombre se erguía como una montaña en un campo helado, inmóvil.—¿Una relación arreglada? —La voz de Ángel temblaba con rabia contenida, con un matiz de incredulidad—. ¿Cómo es que yo no sabía nada de esto? Lea es mía.—Eso es lo que te preocupa —El tono de Andrés era calmo y directo—. Ya llegué a un acuerdo con Marcos Redwood, el padre de Lea.Su significado era claro: había negociado con quien tenía autoridad. Y ese no era Ángel.—¡Puras mentiras! —rugió Ángel—. ¡Lea nunca se va a ir con usted!Mi loba, Lilith, aulló de emoción en mi cabeza.—¡Wow! Este es fuerte, Lea, ¡me gusta! ¡Mira la cara constipada de Ángel, ja! Vámonos con él, ¡ahora!Miré a Andrés, mi supuesto prometido.Alto, de hombros anchos, su cuerpo fuerte irradiaba fiabilidad. Piernas largas, porte de modelo, facciones marcadas y esos profundos ojos grises cargado
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