Share

Capítulo 3

Author: Celia Soler
—¡Que antes haya dicho que eras mi tío no lo hace verdad! ¡Déjame en paz!Regina Morales logró salir de la tina con dificultad.

«Qué estupidez haber venido con él a un hotel», pensó. Sabía perfectamente que él nunca la había tratado bien.

—¿Piensas salir así?

Su voz, cargada de un matiz indescifrable, resonó a sus espaldas.

Regina, que ya tenía la mano en la perilla, se detuvo. Bajó la mirada.

Estaba empapada. La tela del vestido veraniego, ya de por sí fina, se le adhería al cuerpo de forma incómoda. Dejando una zona particularmente expuesta.

Salir en ese estado era impensable.

Apretó la mano en la perilla, se cubrió el pecho con la otra y abrió la puerta.

No salió. En cambio, lo corrió con sequedad:

—¡Salte! ¡Necesito descansar aquí!

Gabriel sacó un cigarro y un encendedor del bolsillo y lo prendió.

—Ven acá. Cuéntame qué pasó.

Regina ya se sentía fatal, pero Gabriel parecía empeñado en poner sal en la herida.

No tenía ganas de desahogarse, menos con él.

Verlo le traía a la mente a Jimena, y la vez que le había ayudado a entregarle una carta de amor.

Su relación siempre había sido conflictiva; por Jimena, en aquel entonces, había perdido toda dignidad.

¿Y cómo le pagaba Jimena?

Cuanto más pensaba Regina, más crecía su rabia, avivada por el alcohol. Miró a Gabriel, el hombre que Jimena había amado durante cuatro años sin éxito.

Jimena le había quitado a su novio.

«Si me acuesto con Gabriel… ¿no sería una forma de desquitarme?»

La impulsividad es momentánea.

Con la cabeza ardiendo, Regina cerró la puerta, bajó la mano que cubría su pecho y caminó hacia Gabriel.

El vestido mojado dibujaba la silueta curvilínea y delicada de la joven.

A sus veintidós años, su cuerpo había florecido por completo.

Gabriel la observó con mirada profunda, sin apartar la vista de aquella escena llena de vida y sensualidad, sin el menor asomo de recato.

Cuando la tuvo cerca, la visión fue aún más clara. Su nuez de Adán se movió, pero antes de que pudiera articular palabra, Regina se puso de puntitas, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó con abandono.

Un beso urgente, torpe, desordenado, que aterrizó en sus labios.

Cargado de locura y de un temblor perceptible.

Gabriel no esperaba esa reacción. El cigarro se le cayó de la mano. Se quedó rígido, todos sus músculos tensos en un instante.

Reaccionó pronto, la apartó de sí de un tirón y la hizo a un lado. Su expresión se endureció al reprenderla:

—¿Sabes lo que estás haciendo?

Regina había planeado entregarse a Maximiliano ese día.

Pero él estaba con Jimena.

Gabriel era el hombre que le gustaba a Jimena, y además, era más atractivo que Maximiliano.

Lo mirara por donde lo mirara, no salía perdiendo.

—¡Claro que sé!

Aprovechando un instante de distracción de él, Regina se zafó y volvió a lanzarse sobre él como una gata, besándole los labios, el mentón. Con los ojos nublados, dijo con voz lastimera:

—Hoy es mi cumpleaños, Gabriel… ¿no puedes tratarme bien, por una vez?

La chica había depuesto las armas; el erizo desafiante se había transformado en un conejito de ojos enrojecidos.

Gabriel volvió a sujetarle las manos con rapidez y le tomó el mentón.

—¿Y cómo sería tratarte bien?

—¡Quiero que te acuestes conmigo!

Aunque quizá lo había intuido, la respuesta lo desconcertó un poco.

Contempló aquel bello semblante, tan cercano que no se distinguía ni un poro. Unos ojos empañados por la humedad, llenos de fragilidad y desamparo, que inspiraban ternura.

Los labios, de un rosa pálido, eran suaves y muy tentadores.

Su mirada descendió por el cuello esbelto y bien formado, y más abajo…

Gabriel se obligó a no seguir mirando. Sabía bien que había cosas que no debía hacer, que solo traerían complicaciones.

Y él era una persona a la que no le gustaban las complicaciones.

—Estás borracha.

Reprimió con fuerza el calor que ascendía lento desde su vientre. Su voz sonó grave y ronca.

—Descansa. Voy a pedir otro cuarto. Mañana hablamos con calma.

La soltó y se dispuso a salir.

—¡Si no te acuestas conmigo, me voy a buscar a otro!

El pie que Gabriel había adelantado se quedó suspendido en el aire. Su atractivo semblante, habitualmente impasible, adquirió un tono lívido.

—¡¿Qué dijiste?!

—Dije que quiero acostarme con alguien, y si tú no… ¡Mmf!

Gabriel la sujetó por la nuca y silenció sus palabras con un beso brutal.

Fue un beso que desbordaba una rudeza y una violencia incontenibles, teñido por el deseo oculto de él.

Regina se sintió agredida e intentó empujarlo, pero Gabriel le inmovilizó las manos, reteniéndola sin esfuerzo en su abrazo. Los brazos y el pecho de él eran como una muralla; por mucho que ella forcejeara y se retorciera, no lograba moverlo ni un centímetro.

Si al principio la había besado por el enfado ante su falta de amor propio, pronto se vio arrastrado por el beso, dominado por un anhelo profundo y el instinto primario masculino.

Cuando Regina fue empujada sobre la cama y él se inclinó sobre ella, sintió un mareo intenso. Algo se revolvió en su estómago, una oleada de náuseas le subió por la garganta y, sin poder contenerse, vomitó todo el alcohol.

La cara de Gabriel se ensombreció; era evidente que no esperaba ese desenlace.

La pasión se esfumó al instante.

Llamó a recepción y pidió que subiera personal de limpieza.

...

Al día siguiente.

La cabeza de Regina palpitaba como si fuera a explotar.

Abrió los ojos y contempló una habitación desconocida, un techo extraño. Su mente solo daba vueltas.

Se llevó una mano a la sien y se incorporó despacio en la cama.

—Despertaste.

Una voz grave y sensual resonó con claridad en el silencio.

Regina se sobresaltó y, por un instante, se quedó paralizada.

Esa voz era…

Giró la cabeza hacia el origen del sonido.

Gabriel estaba sentado en el sillón individual junto al ventanal. Entre sus dedos largos y bien definidos sostenía un cigarro a medio consumir. El humo blanquecino flotaba a su alrededor, difuminando sus facciones perfectas y confiriéndole un aire de notable distancia.

Fragmentos de la noche anterior desfilaron por su mente como escenas inconexas.

Sintió frío en los hombros y la piel expuesta al aire.

Bajó la mirada y vio marcas violáceas sobre su piel pálida, que se extendían desde el pecho hacia abajo, ocultas por la sábana.

Solo entonces fue consciente de que, bajo la tela, estaba completamente desnuda.

Palideció al instante y se aferró a la sábana, cubriéndose hasta el cuello.

—¿Todavía estás aquí?

Gabriel apagó el cigarro en el cenicero y se puso de pie.

—La ropa está en esa bolsa. Vístete. Te espero afuera.

Dicho esto, abrió la puerta y salió.

Regina se mordió el labio, apretando la sábana con fuerza. Solo cuando se quedó sola en la habitación, la tensión empezó a disminuir.

Su cuerpo no parecía sentir ninguna molestia particular.

«¿Habrá pasado algo? No me duele nada… No recuerdo.»

Se levantó de la cama y fue al baño.

Al ver en el espejo las manchas rojizas y amoratadas que salpicaban su piel, una profunda tristeza la invadió y las lágrimas brotaron sin control.

Se arrepintió. En el fondo, se arrepintió de todo.

Continue to read this book for free
Scan code to download App

Latest chapter

  • La Perdición del Cirujano   Capítulo 220

    Vio las dos llamadas perdidas de hace un momento. Su mirada bajó hasta el registro de llamadas de ayer.Así que por eso salió tan de prisa… para ver a Mónica.¡Seguía en contacto con ella!«¿Qué hicieron anoche?»«¿Qué se puede hacer de noche?»Regina sintió un impulso tan fuerte de estrellar el celular contra la pared que apenas pudo contenerse, pero se obligó a dejarlo donde estaba.Gabriel abrió la puerta del baño y, al ver a Regina todavía acostada, se acercó y se sentó en el borde de la cama. Extendió la mano para acariciarle la cara.—¿Estás muy cansada?Ella esquivó su caricia.Gabriel supuso que seguía molesta por lo de antes.Retiró la mano, y una sonrisa se dibujó en sus labios.—Voy a pedir el desayuno. Tú descansa otro rato, yo te aviso cuando llegue.Regina no le respondió.Él se levantó y cerró la puerta al salir.En cuanto se fue, ella abrió los ojos y las lágrimas brotaron sin control.***Durante el desayuno, Regina permaneció en silencio.Gabriel no pareció notar nada

  • La Perdición del Cirujano   Capítulo 219

    Gabriel estacionó el carro frente al Hotel Real de Minas.Cuando quitó los seguros, Mónica se quitó el cinturón, lista para bajar, pero se detuvo y volteó a verlo.—¿No quieres subir un rato?Gabriel clavó la mirada en ella.—Tengo esposa.La respuesta fue como una cachetada. Mónica sintió que la cara le ardía y se apresuró a justificarse.—Solo quería invitarte un café, para seguir platicando… No tengo muchos amigos. Pero tienes razón, no se ve bien. Lo siento, no debí decir eso.Él no respondió.Ella abrió la puerta y bajó del carro.Gabriel la observó entrar al hotel y después condujo de regreso a casa.***Al llegar, la luz de la sala seguía encendida. Abrió la puerta de la habitación y vio que la lámpara de la mesita de noche tampoco estaba apagada. Bajo la tenue luz amarillenta, distinguió un bulto en la cama, Regina estaba hecha un ovillo bajo las sábanas.Por instinto, caminó sin hacer ruido.Se detuvo al borde de la cama y la contempló en silencio por un momento. Su respiració

  • La Perdición del Cirujano   Capítulo 218

    La mirada de Gabriel era amenazante.—¿En serio crees que no te puedo hacer nada?—No sabía que era tu mujer —dijo Eduardo con sarcasmo—. Pero ahora que lo sé, tranquilo, primo. No la vuelvo a tocar. Hasta yo tengo palabra. Una noche así no tiene precio. Diviértanse. Yo me largo.Eduardo se marchó con aire prepotente.Gabriel lo vio alejarse, con la cara contraída por el enojo.Mónica, que había permanecido a un lado, lo miró y dijo en voz baja:—No pensé que vendrías por mí.Él le dirigió una breve mirada y empezó a caminar hacia la salida.Ella tomó su bolso y lo siguió.Era muy tarde y, al salir, los golpeó el aire fresco de la noche.Mónica se detuvo detrás de él.—Gabriel, voy a tomar un taxi por allá.Él se detuvo y se volteó para mirarla.—Gracias por lo de hace rato.Ella se dispuso a irse.—Yo te llevo.Mónica se detuvo y, tras mirarlo un momento, asintió con suavidad.Una vez que el carro se incorporó a la avenida, Mónica, sentada en el asiento del copiloto, no podía evitar m

  • La Perdición del Cirujano   Capítulo 217

    Gabriel arrugó la frente.—¿Qué pasa?—Es Eduardo, me está molestando y no me deja irme… Eduardo, ¡devuélveme el celular!…Se escuchó otra voz al otro lado de la línea.—Pensé que ya habías terminado con ella. ¿Así que todavía se hablan?—¿Quieres que te mate?La voz de Gabriel era dura y amenazante.Al otro lado de la línea, Eduardo notó su enojo y se rio con sarcasmo.—Te doy media hora. Si llegas y me demuestras que en serio te importa, dejo que se vaya contigo. Si no vienes, entonces será mía.Antes de que Gabriel pudiera responder, colgó y, un segundo después, le envió un mensaje de texto.[Era una dirección.]Gabriel dio media vuelta y entró de nuevo a la casa.Mientras él había estado fuera, Regina había apagado la luz del techo y cerrado las cortinas. Solo dejó encendida la lámpara de la mesita de noche. Una luz cálida y anaranjada envolvía la cama, creando un ambiente íntimo y seductor.Acostada bajo las sábanas, sentía el corazón latiéndole con fuerza.Al escuchar sus pasos,

  • La Perdición del Cirujano   Capítulo 216

    En la televisión daban una película de guerra. Regina no tenía ganas de cambiar de canal, así que dejó el control remoto a un lado y, después de mirar la pantalla sin mucho interés, por fin se animó a romper el silencio.—Me acaba de marcar la amiga de Mónica para disculparse.Él solo emitió un "mm" indiferente, sin continuar la conversación.A Regina le pareció extraño. Volteó a verlo.—¿No vas a decir nada?Gabriel volteó a su vez y fijó la vista en ella, tratando de descifrarla.—¿Ya te sientes mejor?Ella se quedó confundida un momento.—¿Qué le hiciste?Él tomó el control remoto y cambió de canal.—Es la hija no reconocida de Tomás Garza. Tengo algunos tratos con su papá, así que le pedí que la pusiera en su lugar.Una hija no reconocida.«Con razón se llevaba tan bien con Mónica», pensó, haciendo una mueca.—Es amiga de Mónica, ¿no te preocupa que se enoje contigo?Gabriel la observó en silencio.Regina notó su gesto de fastidio, una clara señal de impaciencia.—Eres mi esposa. N

  • La Perdición del Cirujano   Capítulo 215

    El sol de afuera era intenso y la habitación estaba inundada de luz.Regina, por supuesto, notó la reacción del hombre y el deseo claro en su mirada, pero lo ignoró.—Cierra las cortinas, por favor.Él emitió un sonido de afirmación, grave.Ella se subió a la cama, dejó el celular a un lado y se metió bajo la cobija para recostarse.Poco después, las cortinas se cerraron.Escuchó sus pasos alejarse y luego el sonido de la puerta al cerrarse.Regina abrió los ojos. En realidad, no tenía nada de sueño.«Con lo que acaba de pasar, ¿cómo me voy a dormir?»Se incorporó, encendió la lámpara del buró y tomó su celular para seguir usándolo.Poco después, escuchó el sonido de la puerta principal al abrirse y cerrarse.Gabriel se había ido.Regina se sentía fatal.La única forma de canalizar esa frustración fue a través de los videojuegos, así que se pasó toda la tarde jugando.Gabriel regresó a las cinco de la tarde. Ella escuchó el ruido de su llegada, pero no salió de la habitación.No se lev

More Chapters
Explore and read good novels for free
Free access to a vast number of good novels on GoodNovel app. Download the books you like and read anywhere & anytime.
Read books for free on the app
SCAN CODE TO READ ON APP
DMCA.com Protection Status