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Capítulo 6

Author: Gala Montero
«¿Qué? ¿Leonardo es el tío de Diego? ¡Qué casualidad!»

—Tío, ella es Julieta, una compañera. Siempre ha estado loca por mí, ¿sabes? Hoy hasta me escribió una carta de amor. Deja te la leo.

Mientras hablaba, Diego sacó una carta del bolsillo.

Julieta se quedó helada.

«¿Cuándo le escribí yo una carta a Diego? Seguro fue una broma de algún compañero, usaron mi nombre.»

Entonces, Diego empezó a leer la carta en voz alta, con un dramatismo exagerado.

—«Mi querido Diego: Me gustas muchísimo. Me encantan tus labios... quiero besarte. Me fascina tu abdomen marcado... quiero quitarte la ropa. Aunque soy fea, soy muy tierna. Por favor, déjame ser tu novia. Firma: Julieta, la chica fea.»

Julieta no sabía dónde meterse.

Levantó la vista, mirando hacia el asiento del conductor. Leonardo parecía recién salido de una junta de negocios. Llevaba un abrigo negro sobre un traje del mismo color, impecable, adornado en la solapa con un costoso prendedor de diseño intrincado que reflejaba destellos luminosos.

Sus manos largas y firmes sujetaban el volante; giraba, aceleraba y cambiaba de carril con una fluidez experta, cada movimiento preciso y seguro.

Quizás fue por lo explícito de la carta, o tal vez porque sintió la mirada de Julieta sobre él, pero Leonardo levantó la vista y sus ojos oscuros, profundos, se encontraron con los de ella por un instante en el retrovisor.

Sus miradas se cruzaron.

—Tum tum tum—

El pulso de Julieta se disparó. No se atrevió a sostenerle la mirada; hacerlo la transportaba de inmediato a aquella noche en la habitación del Hotel Palacio Real, a sentir sus manos apretando con fuerza su cintura, a recordar la intensidad de sus ojos fijos en ella. Una mirada oscura, casi feroz, cargada de un deseo posesivo; la forma en que un hombre mira a la mujer que considera suya.

Julieta apartó la vista a toda prisa. Contuvo el impulso de echar a Diego del carro a patadas y le arrebató la carta de las manos.

«¡Ya cállate!», pensó, furiosa.

La verdad era que Diego se había fijado en Julieta desde hacía tiempo. En la universidad muchos se burlaban de ella, pero su actitud reservada y tranquila, casi indiferente, la hacía destacar. Le parecía una chica muy particular.

—Vaya, chica fea, no sabía que te gustaba tanto. Pues bueno, seamos novios. A partir de ahora eres mi novia.

Diego le pasó un brazo por los hombros a Julieta.

Julieta estaba a punto de quitárselo de encima cuando el carro frenó en seco con un chirrido de llantas. Leonardo se había detenido junto a la acera.

—Diego, bájate.

La voz grave y autoritaria de Leonardo resonó en el silencio del carro.

—Pero tío, todavía no llego a mi casa.

—¿Se te olvidó caminar? Vete.

Diego tragó saliva. Le tenía un miedo considerable a su tío, así que soltó a Julieta de inmediato.

—Bueno... eh... chica fea, nos vemos mañana, ¿va? Mañana paso por ti para salir. Adiós, tío.

Leonardo pisó el acelerador y se alejó sin esperar respuesta.

Ahora solo quedaban ellos dos en el carro lujoso. Leonardo conducía en silencio, y ella permanecía sentada, tensa e incómoda.

Quince minutos después, el Rolls-Royce se detuvo frente a la entrada de Hacienda Esmeralda.

Él bajó del carro y Julieta lo siguió.

Fue entonces cuando su voz grave volvió a sonar:

—Deja en paz a mi sobrino.

Julieta levantó la mirada hacia él, pero la figura distante de Leonardo ya había desaparecido tras las puertas de Hacienda Esmeralda.

Julieta bajó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta.

«Seguro cree que yo escribí esa carta. Pensará que soy una chica fácil, que solo busca problemas, ¿no?»

...

Leonardo terminó de revisar unos documentos en su despacho y subió a su habitación. Se acostó, pero el sueño lo eludía.

El delicado aroma que había quedado impregnado en las sábanas se había desvanecido por completo. Sin esa fragancia, su insomnio habitual regresaba.

Leonardo se frotó el entrecejo con frustración y tomó el teléfono de la mesita de noche.

—Que suba la señora.

Abajo, Verónica dio un brinco de alegría al recibir el aviso. Corrió a buscar a Julieta, con los ojos brillantes de emoción.

—¡Julieta! ¡Leonardo pidió que suba! ¡Por fin voy a pasar la noche con mi esposo!

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