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Capítulo 07

Author: Chispa Viva
A la mañana siguiente, apenas Yanet despertó, escuchó risas dulces provenientes del segundo piso.

Se levantó y salió de su habitación. Desde lejos vio en el gran salón del segundo piso a Julián enseñándole a Sofía cómo hacer arreglos florales.

Estaban muy cerca. Julián le explicaba con delicadeza a Sofía cómo podar diferentes flores.

Al observar aquella cálida escena entre ambos, Yanet sintió una punzada de incomodidad.

Cuando Julián estaba discapacitado, ella se había preocupado por que no se aburriera, por lo que durante un tiempo le había enseñado voluntariamente a hacer arreglos florales.

Él tenía muy buena memoria. Solo había necesitado una clase para aprender. Tras esto, él le había a su asistente que ordenara flores. Cada mañana, al despertar, o primero que hacía era preparar un ramo y colocarlo junto a su cama.

Pero desde que Sofía había regresado al país, parecía que ya no lo hacía eso más...

Las pestañas de Yanet bajaron ligeramente, ocultando la tristeza en sus ojos, y bajó las escaleras, preparándose para ir a desayunar.

Sin embargo, apenas había dado unos pasos cuando un jarrón pesado cayó sobre ella y la tiró al suelo.

¡Bang!

La cabeza se le abrió cabeza al instante, y un chorro de sangre brotó de la herida, mientras el dolor la hacía acurrucarse en el suelo.

En medio de la confusión, alcanzó a ver a Sofía bajando lentamente del segundo piso, con una sonrisa radiante:

—Ay, cuñada, solo quería enseñarte las flores que acabo de arreglar. Se me resbaló sin querer y te pegué en la cabeza. ¿Qué hago? Estás llena de sangre. Se ve terrible. ¿Llamo a una ambulancia? Pero tengo tanto miedo que no puedo ni tomar el teléfono. No me vas a culpar, ¿verdad? Cuñada, aguanta un poco más…

Antes de que Yanet pudiera escuchar todo, se desmayó por el dolor.

Un momento después fue una sirvienta quien la encontró y, tras el susto inicial, la llevó de inmediato al hospital.

Cuando Yanet volvió en sí, ya era mediodía.

Le habían dado treinta puntadas en la cabeza, y la herida lucía realmente grave.

El doctor le informó que tenía una conmoción cerebral leve, acompañada de ceguera temporal en el ojo derecho.

Julián, que estaba parado junto a la cama del hospital, se inclinó para preguntarle si le dolía, y con delicadeza la ayudó a sentarse para darle agua.

Su actitud parecía atenta, pero las palabras que salían de su boca favorecían a Sofía otra vez.

—Sofía sabe que cometió un error. Se siente muy culpable. Hace un momento casi se desmaya por el remordimiento. Cuando la sirvienta te trajo al hospital, un reportero se coló y tomó una fotografía. Ahora todos esperan que aclares la situación públicamente. Yanet, cuando llegue el momento, di que te golpeaste de manera accidental, que fue una caída. Así, los Quiroz también te quedarán debiendo un favor. Ya sabes, Sofía es «Sin Sonido», ella me salvó la vida en su momento…

Yanet se dio la vuelta y se cubrió la cabeza con la manta. No sabía si el dolor que sentía era físico o del alma. Acurrucada bajo las sábanas, sus ojos se llenaron de lágrimas.

Recordó que cuando su salud era frágil, sufría fiebres constantes, por lo que Julián había contratado a tres médicos privados para que la cuidaran por turnos, las veinticuatro horas. Incluso, cuando tenía dolor de vientre por culpa de la regla, él la consolaba todo el día y la dejaba quedarse en la cama para comer y beber.

Sin embargo, ahora, la persona frente a ella ya no era la misma de antes.

Julián notó que Yanet sollozaba por lo bajo, encogida en la cama, y sintió que el corazón se le contraía de dolor, pero, justo cuando iba a consolarla, una enfermera entró apresuradamente.

—Señor Fuentes, la chica que vino con usted esta mañana se desmayó mientras lloraba. ¿Desea ir a verla?

Al escuchar que Sofía se había desmayado llorando, Julián dejó de lado a Yanet y se dirigió hacia el pasillo.

Pronto, el cuarto del hospital volvió a quedar en silencio. Solo Yanet permanecía allí.

Diez minutos después, su móvil vibró con un mensaje de «Sofía la más feliz», quien le había mandado un texto.

«¿Y qué si tienes treinta puntadas en la cabeza y ceguera en el ojo derecho? Yo ni siquiera necesito llorar, él inmediatamente corre a buscarme.»

«Yanet, desaparecí por años, regresé y solo tuve que decirle que quería tener un hijo suyo… y él aceptó. ¿Todavía crees que no me ama?»

Poco después, Yanet recibió un video en el que se veía cómo Julián consolaba a Sofía, quien lloraba suavemente, con pena y los ojos enrojecidos.

—Mi amor, no te culpes. Te prometí que siempre te protegería. Yanet solo se lastimó la cabeza, no es gran cosa. Ella no dirá que tú la lastimaste. Ahora estás embarazada, debes cuidar tu salud. No te preocupes por asuntos menores.

Después de ver el video, Yanet apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas.

A continuación, se levantó como pudo y salió sola del hospital.

Faltaban seis horas para su vuelo. Sin pensarlo, Yanet fue al templo Lingxuan y rompió el papelito del deseo que había escrito a mano: «quiero casarme con Julián».

En el templo se levantó un viento helado, y los dos papelitos de deseos antiguos escritos por Julián volaron hacia sus manos.

Yanet los leyó.

El primer papelito decía: «Casarme con Yanet en cinco años.».

Y el segundo: «Mientras regreses, sin importar cuándo, siempre te elegiré a ti.»

Yanet se rio con frialdad:

—Felicidades, Julián. Conseguiste lo que querías.

Tras esto, Yanet regresó a la villa, mientras su teléfono seguía vibrando sin parar con los mensajes provocadores de Sofía.

Yanet solo miró el móvil una vez, se sentó en el escritorio y, con lentitud, escribió una carta de despedida, adjuntando una foto de «Sin Sonido», tras lo cual tomó su maleta y bajó las escaleras.

Colocó el anillo de compromiso que Julián le había dado cuando le propuso matrimonio en el hospital en una caja de terciopelo gris y se la entregó al mayordomo.

—Cuando Julián regrese, hazme el favor de entregarle esto, y dile que también que hay una carta para él sobre el escritorio.

El mayordomo, al ver Yanet acababa de quitarse el anillo de compromiso, comprendió lo que estaba ocurriendo, y, conmovido, dijo:

—Señora, usted… ¿Esto es...?

—Gracias por cuidarme todos estos años, Tío Cortés. Que el destino nos permita encontrarnos de nuevo.

Yanet agitó la mano en señal de despedida, y, arrastrando su maleta, tomó un taxi rumbo al aeropuerto.

Una hora después, en la entrada, su amiga Melisa se despidió de ella con tristeza.

—Yanet, cuando te vayas… no regreses. Cuídate mucho en el extranjero. Y no pienses nunca más en ese miserable de Julián.

Con los ojos rojos Yanet abrazó a Melisa, antes de mirar por última vez la ciudad, y levantó ligeramente la barbilla.

«Adiós, Ciudad L.»

«Nunca más nos volveremos a ver, Julián.»

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