—No es que no te crea, es que conozco a Sofía desde hace dieciséis años y siete meses, y ella nunca ha dicho una mentira —dijo Julián, frunciendo el ceño, y, después de una pausa, decidió terminar con el asunto—. Yanet, hiciste llorar a Sofía, así que te toca consolarla.Sofía, que había estado llorando en silencio, arrojó el anillo que tenía en la mano a la piscina, y gritó:—¡Julián, el anillo que me regalaste se me cayó sin querer a la piscina!Luego miró a Yanet, y, con una amplia sonrisa en sus labios rojos, lanzó una provocación:—Listo. No es necesario que me consueles. Si recuperas el anillo, te perdono todo el daño que me hiciste.Apenas empezaba el invierno, y el agua de la piscina estaba helada.La herida de la cabeza de Yanet todavía no sanaba. Bajó la vista hacia Julián, que estaba sentado. Él tenía el ceño fruncido, los ojos ocultos bajo los párpados, los dedos largos tamborileando sobre la mesa, y la cabeza gacha, negándose siquiera a mirarla. En este instante,
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