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Capítulo 4

Author: Amanda Dasilva
De camino de regreso al auditorio, Soraya se topó con Lucas y un par de sus amigos.

Lucas, más alto que todos por media cabeza, destacaba de inmediato con su porte y aquel rostro atractivo imposible de confundir.

Ellos caminaban delante de Soraya, sin notar su presencia.

—Oye, Lucas, dicen que tu “lamebotas” ni siquiera te buscó antes de que empezaran las clases —dijo uno de sus amigos.

—Seguro fue porque se enteró de que andas de novio, y se le rompió el corazón —añadió otro.

—Hoy hasta en la clase del profesor Alonso estaba distraída… fijo fue porque estabas sentado con Yolanda justo delante de ella. Le ha de haber dolido, ¡jajajaja! —remató otro.

Fue en ese momento que Soraya entendió: aquella “lamebotas” de la que hablaban… era ella.

Cierto que tanto Lucas como ella estaban entre los diez mejores de la carrera y, por eso, y porque le gustaba, lo había buscado con frecuencia para estudiar juntos. Jamás se imaginó que, a ojos de sus amigos, eso la convertía en una lamebotas.

Sintió la ironía como una cachetada. Porque al final, la actitud de los amigos marcaba también la de Lucas. Y si ellos la veían así… seguramente él también.

Aunque claro, él nunca había rechazado sus invitaciones. Y cada vez que discutían problemas de estudio, todo fluía con tanta naturalidad y complicidad que Soraya había caído en la ilusión de que quizá había una esperanza.

Entonces, escuchó a Lucas decir:

—Mejor ya no hablen de ella frente a Yolanda, si no se va a molestar.

—Está bien, está bien —respondió uno de sus amigos—. Ahora Yolanda es tu novia oficial.

—La verdad, bro, eres un suertudo: tienes a Yolanda, tan guapa… y además a Soraya, la más inteligente de la clase, detrás de ti. ¿Por qué no te quedas con las dos?

—¡Ya, deja de decir tonterías! Yo solo veo a Soraya como amiga —respondió Lucas.

—Tú la ves como amiga… pero ella lo que quiere es ser tu novia —comentó otro.

—Oigan, ¿creen que Soraya todavía está enamorada de Lucas? Seguro pasó de amor a primera vista a un amor en secreto, esperando a que rompa con Yolanda.

—¿Y si Lucas nunca rompe con ella?

—Entonces se va a pasar la vida entera esperándolo, ¡sin casarse jamás, jajajaja!

—Ay, ya, ni que esto fuera una telenovela.

—Mejor apostemos: ¿cuántos años creen que Soraya se quedará soltera por Lucas?

—¿Uno? ¿Dos? ¿Cinco?

Lucas los interrumpió justo a tiempo.

—Ya, paren de bromear.

Aun así, sonrió con un dejo de satisfacción imposible de ocultar.

Al parecer, para ellos, que una muchacha pudiera quedarse sola durante años solo por un tipo era algo digno de presumir.

Las siluetas de Lucas y sus amigos se fueron desdibujando en la distancia.

Soraya, en cambio, permaneció inmóvil en el mismo sitio, apretando los puños sin darse cuenta.

“Descubrir la verdadera cara de Lucas a este precio… bueno, tampoco es tan malo”, pensó.

El día había sido un auténtico infierno para Soraya: primero, enterarse de que el hombre con el que había pasado la noche resultaba ser su profesor; y después, soportar los comentarios de Lucas y sus amigos, que terminaron por arrancar de raíz aquel amor juvenil.

Cuando terminó la clase, le pidió a Zulma que llevara sus libros de vuelta al dormitorio; ella tenía que ir directo a su turno en la cafetería.

—Desde que empezaste la universidad, trabajas todos los días. Hasta te saltas los cursos de refuerzo en la noche… y aun así sigues entre los diez primeros de la carrera. En serio, te admiro —dijo Zulma, mirándola mientras guardaba sus cosas.

—Ni modo, tengo que ganarme la vida —respondió Soraya con sencillez.

Zulma, que llevaba tantos años siendo su amiga, sabía más o menos la situación en su casa.

—Tus padres sí que tienen lo suyo… Eres una hija tan brillante y te dejan a la suerte, y en cambio a tu hermano, que no da pie con bola, lo siguen alcahueteando.

Apenas lo dijo, se dio cuenta de que quizá había sonado demasiado dura y, casi tartamudeando, añadió:

—Perdón, Sora, se me salió. No quería ofenderte.

Soraya le sonrió con calma.

—No pasa nada, sé que lo dices por mi bien. Pero ya se me hace tarde, mejor me voy.

Dicho esto, se colgó la mochila y salió casi corriendo por la puerta del campus.

El camino de la universidad a la cafetería lo había recorrido más de un año. Mientras sus compañeros aprovechaban la noche para repasar, ella se iba a trabajar. Y cuando todos ya dormían, su lamparita seguía encendida, acompañándola mientras estudiaba hasta la medianoche.

Muchos decían que a Soraya la beca le había caído del cielo. Solo ella sabía lo duro que había sido ganarla.

Al llegar a la cafetería, se puso el uniforme y cubrió el turno de la compañera del día.

Aunque ella trabajaba solo medio tiempo, después de más de un año allí ya se movía como si fuera una funcionaria fija.

Esa noche, el local estaba especialmente tranquilo. Tras avisar a su compañera, entró al baño.

Apenas se levantó del inodoro, un mareo intenso la hizo tambalearse. Tuvo que apoyarse en la pared para no desplomarse, con el corazón latiéndole a mil por hora en el pecho.

Y entonces, un pensamiento aterrador le cruzó la mente, “¡Este mes no me ha bajado!”

—No… no puede ser… —murmuró, helándose por dentro.

Lo recordaba perfectamente: aquella noche, Ezequiel había usado condón. De lo contrario, ¡ni de broma se hubiera dejado llevar! “¿Y si se rompió?”, pensó. Un nudo de miedo le apretó el estómago.

Al terminar su turno, salió volando hacia una farmacia. No se atrevió a comprar la prueba cerca de la universidad; pidió un taxi y se fue a una que quedaba a unos cinco o seis kilómetros.

Con la prueba de embarazo en la mano, Soraya temblaba tanto que apenas podía sostenerla. Mientras esperaba el resultado, se acuclilló en el baño, juntó las manos y empezó a rezar con desesperación.

—Por favor, que no sea… Te lo suplico, Dios mío, por favor… Te juro que, si me salvas de esta, no me vuelvo a arriesgar en la vida… ¡Por favor, por favor, cielos! ¡Diosito, Virgen, Buda, Zeus, Ganesha, Jesús, cualquier santo que esté disponible, ayúdenme!

Invocó a todos los dioses y deidades que se le pasaron por la cabeza, de oriente a occidente, antes de entrecerrar los ojos y espiar el palito con un hilo de esperanza.

Dos rayas rojas.

El mundo entero se le vino abajo.

Se acabó. Esta vez estaba, de verdad, completamente jodida.
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