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Capítulo 4

Author: Llama Silvestre
Clara sintió que se le detuvo el corazón.

Durante dos años, había amado a Gael con toda el alma, sin prestar atención a los detalles. Por eso la había engañado de una forma tan cruel.

—No me ocultes nada.

Olivia no tuvo más remedio que contarle todo lo que sabía. Hacía cuatro años, Gael, que entonces tenía veintitrés, se había enamorado de Sara a primera vista durante una carrera de motocicletas.

Para encontrar a Sara, puso de cabeza toda la ciudad. En ese entonces, ella apenas tenía diecinueve años y estudiaba la universidad en Corvallis.

El distinguido y arrogante Gael la cortejó durante dos años. Le preparó una propuesta de matrimonio espectacular a la orilla del mar, cubriendo un yate entero con rosas traídas por avión.

El espectáculo de fuegos artificiales duró tres horas y costó más de un millón de dólares. Todos daban por hecho que se ganaría su corazón, pero Sara lo rechazó de la forma más cruel. Le dijo que jamás se enamoraría de él, que se diera por vencido y dejara de molestarla.

Afirmó que preferiría fijarse en un perro antes que en él. La única razón por la que había mantenido el contacto durante dos años era para humillarlo ese día y así recuperar el honor que la familia había perdido décadas atrás.

Desde ese momento, Gael cambió. Sara se graduó y regresó a Grisal para trabajar en Innovartis. Fue entonces cuando la rivalidad entre las familias Quintana y Reyes se intensificó al máximo.

Clara sabía que a su hermana le encantaban las motocicletas; había ganado un trofeo tras otro en varias carreras de circuito abierto.

Pero no era una obsesión para ella. Sabía que su futuro era dirigir Innovartis, así que solo lo veía como un pasatiempo. De hecho, su verdadero objetivo al asistir a las carreras era conocer a los jóvenes herederos de familias influyentes y así abrirle camino a la empresa familiar.

En la familia Reyes solo había dos hijas. A Sara la educaron desde pequeña para ser la heredera de Innovartis, con una disciplina muy estricta. En cambio, a Clara, por ser la menor y tener un carácter dulce y tranquilo, la consintieron hasta el punto de criarla en una burbuja.

Hace cuatro años, con la intención de acercarse a Gael, Clara tomó a escondidas la motocicleta de su hermana y le ganó en una carrera.

Cuando Sara lo descubrió, se enfureció y la reprendió con dureza. Le dijo que las motocicletas no eran para ella, que eran peligrosas y que el ambiente de las carreras era muy turbio. Creía que, por ser tan ingenua y vulnerable, alguien podría aprovecharse de ella.

Para no hacer enojar a la hermana que tanto la quería, no volvió a tocar una motocicleta. Clara se mordió el labio.

—¿Y tú cómo sabes todo eso?

—Pues he tenido muchos novios, ¿no? Uno de mis ex, de hace… uff, ni me acuerdo, era de los mejores amigos de Gael. Él me lo contó. Dicen que Sara es el gran amor de su vida, la que nunca pudo olvidar. A pesar de cómo lo rechazó, él sigue sin superarla.

Clara apretó el celular con tanta fuerza que el borde se le clavó en la palma de la mano.

Su hermana no solo era guapísima y carismática, sino también implacable en los negocios, una figura destacada entre las mujeres de su generación. Había un sinfín de hombres poderosos, tanto en la política como en las finanzas, que deseaban conquistarla.

Tenía todo el sentido del mundo que fuera el amor imposible de Gael Quintana. Clara se quedó en silencio.

—Por eso te digo, no te preocupes por los asuntos de la familia Reyes. Con Sara al mando, todo está bajo control. Tú solo sigue siendo la niña buena de siempre y no te metas en problemas, ¿ok?

—Sí, ya entendí.

Hablaron un rato más de otras cosas antes de colgar.

Ya era muy tarde. Clara estaba en la cama, revisando su celular, cuando vio una publicación de la persona que acababa de agregar ese día.

“Era su cumpleaños y se suponía que yo debía darle un regalo, pero al final fue él quien me sorprendió a mí. ¡Qué feliz soy! Ojalá tengamos una noche increíble.”

La publicación incluía una foto: un hombre colocándole un anillo a una mujer. El nombre de usuario de la mujer era Evy.

Clara extendió su mano y observó el anillo de diamante rosa que llevaba en el dedo anular. Era idéntico al de la foto de Evy. Era el que Gael le había mandado a la universidad ese mediodía.

El diamante rosa puro de 9.99 quilates era un nuevo modelo de Aura Jewels, una edición limitada de la que solo había una pieza por boutique en cada estado.

Clara se lo quitó y lo arrojó sin cuidado sobre el buró. Abrió el perfil de Evy para ver sus publicaciones.

La mirada de Clara se quedó fija en la pantalla. El mismo bolso, los mismos zapatos, los mismos aretes, la misma pulsera…

Clara atesoraba cada regalo que Gael le había dado; recordaba el día en que había recibido casi todos.

¡Las fechas coincidían! ¡Eran exactamente las mismas!

El Maserati que manejaba se lo había regalado Gael al día siguiente de que se acostaran por primera vez. Y en la publicación de Evy de esa misma fecha, ella también había recibido un Maserati idéntico.

Clara presionó la foto de perfil de Evy. Cuando la imagen se amplió, cerró los ojos.

¡Esa tal Evy se parecía más a Sara que ella misma, su propia hermana!

Hasta ese momento, no se había dado cuenta de que todas las mujeres con las que se había rumorado que Gael había salido en los últimos años tenían, de una u otra forma, algún parecido con su hermana.

¡Incluida ella! Y Evy sin duda, era la más parecida de todas. Con razón se había casado con ella.

Si en esta vida no podía casarse con Sara, estaba claro que elegiría a la mujer que más se le pareciera. Y ella… al parecer, no era lo suficientemente parecida.

Esos dos años de amor… no, más bien de un amor no correspondido de su parte. Le había entregado su cuerpo y también su corazón. Y al final, todo había terminado en una derrota absoluta.

Se mordió el labio con tanta fuerza que lo hizo sangrar. Hizo un esfuerzo sobrehumano para no llorar. Gael no merecía sus lágrimas.

***

Al día siguiente. La luz del amanecer apenas se filtraba por la ventana. En cuanto se levantó, Clara contactó a una tienda de artículos de lujo de segunda mano.

Empacó todos los regalos que Gael le había dado durante esos dos años para venderlos. Incluido el Maserati.

Obtuvo un total de cinco millones de dólares. En dos años, Gael le había regalado cosas por un valor de más de diez millones de dólares. Y eso sin contar Villa Clara.

Cualquier otra persona habría pensado que él la amaba con locura. Pero ahora caía en la cuenta de que Gael nunca le había dicho que la amaba. Y todo el dinero que había gastado en ella no era más que una inversión para destruirla en mes y medio.

Después de que la tienda se llevó todo, el vestidor quedó vacío. Clara se quedó ahí de pie, con la mente en blanco.

Sintió unas manos que la rodeaban por la cintura desde atrás. Su espalda se pegó a un pecho cálido y familiar, y el agradable y refinado aroma a cedro inundó sus sentidos.

Había estado tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera escuchó los pasos de Gael al entrar.

La voz de Gael susurró su nombre mientras él frotaba el mentón contra su cuello.

—Clarita. Te extrañé.

“Seguramente acaba de salir de la cama de Evy”.

Clara contuvo las náuseas, apartó las manos de él y se dio la vuelta para enfrentarlo, clavando la mirada en sus ojos oscuros.

Un destello de dureza en su mirada clara desapareció tan rápido como había llegado. Gael entrecerró los ojos y luego recorrió el vestidor con la mirada.

Estaba vacío. Apenas quedaban un par de cosas sueltas. Arqueó una ceja.

—¿Y todo lo que tenías en el vestidor?

Clara respondió con voz tranquila:

—Dejaron de gustarme, así que los vendí. Algunos eran regalos tuyos… no te vas a enojar, ¿o sí?

Los labios de Gael se tensaron por un instante antes de curvarse en una sonrisa sutil.

—Claro que no, ¿cómo crees? Clarita, si ya no te gustaban, te compro otros nuevos y ya.

De pronto, la levantó en brazos, tomándola por la cintura como si fuera una niña. Su mano grande y firme le sostuvo los glúteos, aprovechando para darle un apretón. La miró con una intensidad oscura, la voz ronca y seductora.

—Apenas pasamos una noche separados y ya te extraño…

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