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Capítulo 7

Autor: Esme Valverde
Al ver que su madre lo trataba como si fuera aire, Javier frunció más el ceño.

“¿Mami había vuelto? ¿Cuándo? Ni me di cuenta.”

Antes, cada vez que ella regresaba, lo primero que hacía era buscarlo por toda la casa; cuando lo encontraba, lo abrazaba con una sonrisa suave y le besaba la frente.

Luego, cuando él empezó a encariñarse con Emilia, descubrió que cada vez que se acercaba a su mamá, su tía se ponía triste. Poco a poco se fue alejando de Valeria y dejó de gustarle que ella lo besara.

Aun así, cada vez que su mamá lo veía, se le iluminaban los ojos. Nunca había sido tan fría como ahora.

—Javi, ¿me oyes? —preguntó Emilia por el teléfono.

—Tía Emi, hablamos mañana, ¿sí?

Cortó la llamada y le gritó a su madre:

—¡Mami!

Valeria se detuvo y miró por encima del hombro, tranquila.

Javier se bajó del sofá; con las manos a la espalda, caminó hacia ella con un paso demasiado serio para un niño.

—¿Por qué no me avisaste que habías vuelto?

Valeria guardó silencio un instante; cuando habló, su voz no dejó ver emoción.

—No quise interrumpir tu charla con tu tía Emi. ¿No es eso lo que querías?

Javier apretó los labios.

Su madre tenía razón: ver a su tía todos los días, hablar con ella sin pensar en el ánimo de mamá… eso era la vida que él decía querer.

Y, sin embargo, algo le incomodó. Hoy su mamá estaba inusualmente dócil, y eso le cayó mal.

Frunció el ceño, molesto.

—Mami, ¿estás enojada conmigo y con papá porque yo quiero estar con la tía Emi?

Valeria sonrió cansada; sentía que el corazón se le había enfriado.

—No voy a meterme más en cómo convives con ella. Al contrario, espero que se lleven siempre bien.

“Al final, será tu madrastra.”

—Javier López, buenas noches. Adiós.

Valeria se despidió con solemnidad del hijo al que había protegido cinco años y dio un paso para irse. Javier, serio, la detuvo:

—¡Mami!

Valeria, que ya había decidido marcharse, volvió a quedarse quieta.

Pensó que, aunque fuera sin regalo, al menos él le diría un “feliz cumpleaños”. Habría bastado para que todo su esfuerzo no hubiera sido en vano.

Pero lo que oyó a continuación le cayó como un balde de agua helada:

—Hoy, en el hospital, hiciste llorar a la tía Emi de susto. Creo que deberías llamarla y pedirle perdón.

Al ver que Valeria no reaccionaba, Javier endureció el tono:

—Mami, ¿no me enseñas siempre que uno debe hacerse cargo y reconocer sus errores? ¿Por qué tú no puedes?

—Sí te lo enseñé, pero solo cuando de verdad nos equivocamos. Si no hice nada malo, ¿por qué habría de pedir perdón? —respondió Valeria, con los ojos fríos y claros—. Creo que quien debe disculparse eres tú, Javier. Hoy, ¿por qué mentiste delante de todos? ¿Y por qué culpaste a Don Ernesto?

Javier alzó la vista hacia el rostro hermoso y solemne de su madre; se le puso pálido el rostro y sintió un nudo en el estómago. Mami solía ser suave, pero cuando se ponía seria imponía casi tanto como papá. Le dio miedo.

“Mejor la tía Emi”, pensó. Con ella todo era fácil: lo apoyaba en todo y nunca le negaba antojos.

—Si no hubieras hecho quedar mal a la tía Emi, yo no habría mentido —refunfuñó—. No te gusta que esté con ella; siempre te enojas. ¡Me siento atrapado en medio!

—Mentiste para “protegerla”, pero pudiste elegir otra forma y escogiste la más inadecuada, la más vergonzosa —dijo Valeria, mirándolo sin parpadear—. Si de verdad quieres cuidarla, primero tienes que ser alguien honesto y recto. Solo así tendrás derecho a proteger a otros.

No lo regañó más; ya no estaba tan enojada por la mañana. En el fondo sabía que quizá no volvería a tener muchas oportunidades de educarlo. Él era el heredero de los López, y esa familia no aceptaría que una “inútil” —como la llamaban— lo formara.

Valeria no añadió nada. Se dio la vuelta y salió por la puerta.

Javier miró la silueta solitaria de su madre y la maleta que arrastraba. Abrió la boca: quiso preguntarle adónde iba. Pero recordó lo que papá le repetía: “No muestres tus emociones. Sé maduro. No hagas berrinche como un niño que no puede vivir sin su mamá”.

Entonces giró sobre sus talones y caminó en dirección contraria.

“Igual no importa a dónde vaya; al final volverá con papá y conmigo. No tiene a dónde ir.”

***

Durante los tres días siguientes, Valeria se quedó en Villa Luna Creciente para recuperar fuerzas.

Ni Daniel ni Javier la llamaron.

Y eso, en el fondo, era lo que quería: por fin su vida se había aquietado; ya no vivía corriendo entre los quehaceres del hogar, entregándose con humildad sin recibir jamás una sola retribución.

Por fin podía sumergirse en lo suyo: investigación y desarrollo, lo que de verdad amaba.

—Señorita, ¿ya le entregaste a Daniel el convenio de divorcio? —la voz clara de un hombre se oyó por el teléfono sobre la mesa.

—Sí. Aunque no sé cuándo lo va a firmar —contestó Valeria, ajustando piezas de una maqueta de automóvil. Aunque solo era un modelo, ya dejaba ver su línea elegante y potente—. Y te lo he dicho mil veces: no me llames “señorita”. Me da pena. Cada vez que lo dices siento que, en cualquier momento, vas a bailar en pareja conmigo.

El hombre rió, con una calidez que le rozó el oído.

—Si te gusta, te bailo.

Valeria encajó otra pieza —clic, clic, clic— con dedos ágiles y precisos.

—Paso. Coordinación no es lo tuyo. Para eso, mejor me quedo mirando al muñeco inflable de la tienda del centro, bailando con el viento.

—Qué alivio —dijo él, divertido—. Vale, volviste a ser tú: filosa, aguda, inquieta y bromista. Me gusta verte así.

A Valeria se le estremeció la punta de los dedos; una curva tenue y amarga se dibujó en sus labios.

Para casarse con Daniel, había renunciado a un doctorado en una universidad de élite en el extranjero; había dejado su sueño de investigación, su círculo social. Entró a Grupo López con perfil bajo, en el puesto más discreto, haciendo un trabajo que, para lo que ella valía, era perder el tiempo.

Por capacidad y talento podía estar en el núcleo de I+D: llevar IA a los vehículos eléctricos de la empresa y empujar los productos a otro nivel.

Pero Daniel nunca le dio la oportunidad. Al principio la encasilló en Administración; solo después de insistir una y otra vez, la dejó pasar a I+D.

Durante dos años, Valeria trabajó sin descanso y soportó acoso laboral que no cualquiera aguanta, con tal de quedarse y esperar el día en que la dejaran entrar al equipo central.

Entonces todavía fantaseaba: “Si me conduzco con prudencia, si equilibro casa y trabajo, si soy dócil y discreta… quizá Daniel me mire distinto. Quizá cambie de opinión sobre mí.”

La realidad fue otra: era como guiñarle un ojo a un ciego.

O, simplemente, en los ojos de Daniel solo cabía Emilia. Nadie más.

—Val —la llamó él, sacándola de sus pensamientos—, ya están a un paso del divorcio. ¿Daniel sabe quién eres en realidad?
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Último capítulo

  • Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!   Capítulo 30

    Valeria alzó la mirada y se encontró con el porte sereno de doña María.—¿Mamá? —Juana bajó el tono de inmediato.—Valeria —dijo doña María, volviéndose hacia la mujer sentada a su lado, con una voz cálida y cercana—, de ahora en adelante, en esta casa, sea cena familiar o cualquier comida, no vas a meterte a la cocina ni a servir los platos.Valeria abrió los ojos un instante.—Abuela, yo…Doña María se inclinó y le dio una palmadita en la mano.—Niña, siéntate a gusto y come tranquila. Hoy pedí que hicieran varios de tus platos favoritos. Come bien.Una tibieza repentina le subió al pecho; los ojos se le humedecieron apenas. En esa casa, el único calor siempre había venido de la abuela.Emilia apretó los labios y miró de reojo a Daniel, a su lado. Daniel no reaccionó. A quien sí se le tensó la cara fue Juana.—Mamá, las nueras de los López, usted y yo incluidas, siempre han ayudado en la cocina. Es nuestra tradición…—¿Y solo porque es “tradición” ya está bien? —cortó doña María, con

  • Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!   Capítulo 29

    —Doña María, señora Juana… De verdad, perdón. Fue culpa mía…Emilia llevaba sobre los hombros el saco ancho de Daniel; tenía el cabello un poco revuelto y los ojos vidriosos, como si hubiera pasado por la peor de las vergüenzas. Esa cara despertaba el instinto de protección de cualquiera.—No tienes que disculparte —dijo Daniel, grave—. No fue tu culpa.Valeria bajó la mirada. Se le apretó el pecho, inevitable. Que Daniel hubiera dejado el trabajo para ir a sacarla del apuro, ya lo había aceptado; que además le prestara su saco, también. Pero traerla a la casa de los López, delante de la abuela… ese gesto, tan protector y tan público, le dejó claro que Daniel adoraba a Emilia.—Tía Emi, ¿estás bien? —se apresuró a preguntar Javier—. ¿No te pasó nada?Emilia forzó una sonrisa pálida.—La tía está bien.—Que esté bien es lo primero —dijo Leticia, riendo—. Con mi hermano ahí, ¿qué problema no se resuelve?Doña María carraspeó un par de veces; se le endureció el gesto.—¿No era hoy la cena

  • Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!   Capítulo 28

    Al oírlo, doña María frunció el ceño. Valeria bajó la mirada; se le tensaron los dedos en la taza.—¿Abuela, a tía Emi le pasó algo? ¿Está bien? —se apresuró a preguntar Javier.Esa preocupación espontánea por Emilia era un calco de la de su padre.—Sí, mamá —secundó Leticia, con gesto preocupado—. Emilia siempre ha sido una mujer buena, tranquila y correcta. ¿Cómo pudieron rodearla los reporteros así de repente? No vaya a ser que le tendieron una trampa. Además, no anda muy bien de salud; si se llevó un susto, a mi hermano le debe doler el alma.Lo dijo para herir a Valeria; sin embargo, en el rostro frío de la mujer no se movió ni un músculo.Juana suspiró.—Cuando vuelva Dani, que nos lo explique.—¿Y qué, esa Emilia es una muñeca de cristal? Con lo curtida que está, ¿unos periodistas la espantan? ¿De cuándo acá tan frágil? —soltó doña María, dejando la taza con un golpe que hizo vibrar la mesa. Luego miró a Juana—. Juana, llámalo y dile que regrese a la casa de inmediato.—Sí, mamá

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    —Encuentra la forma —dijo Leticia, bajando la voz—: un bloqueo, un cierre, lo que sea. Retrasa a Valeria para que no llegue a tiempo al aeropuerto.Un día como hoy, si Valeria llegaba tarde, a su bisabuela y a su madre no les iba a gustar nada. Y esa mujer “sin clase” quedaría aún peor parada en la familia.—Sí, señora. Me encargo ahora mismo.***En la autopista, Valeria sintió que algo no cuadraba. Alzó la vista al retrovisor: un sedán negro aceleró de golpe hasta emparejarse con su SUV blanca.Aferró el volante. Cuando iba a pisar a fondo, el sedán se le echó encima por el costado.No era ninguna novata al volante.Se le endureció la mirada; hundió el acelerador, viró con la izquierda y, con la derecha, redujo y volvió a acelerar. Todo salió limpio, fluido, preciso. La SUV ganó distancia en segundos; por más que el sedán intentó cerrarle el paso, no logró rozarla.En un latido, la SUV de Valeria ya había dejado al sedán muy atrás.El perseguidor no se rindió: iba a lanzarse de nuevo

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    Valeria se volvió al oír la voz.La puerta de una van Mercedes-Benz de lujo se abrió despacio. Adentro estaban sentados una madre y su hijo. La mujer llevaba un vestido burdeos de alta costura y, al cuello, un colgante con una esmeralda de un verde intenso. De mentón afilado y ceja alzada, tenía una belleza cortante. Se parecía mucho a su madre, Juana López. Era la hermana menor de Daniel, la segunda hija de los López: Leticia López.Javier, en realidad, había visto a su mamá de inmediato. Su piel era muy clara; al sol parecía rodeada por un halo suave. Llamaba la atención. Pero él aún estaba enojado con su mamá, así que la ignoró y, mirando hacia la van, saludó:—¡Tía!Leticia bajó con paso altivo, se plantó junto a Valeria —que iba sencilla— y la barrió con la mirada, despectiva.—¿De veras viniste así a recoger al futuro heredero de los López, Valeria? ¿No te parece de mal gusto? Nos dejas en ridículo.En cinco años, ni en privado ni en público le había dicho “cuñada”. En el fondo,

  • Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!   Capítulo 25

    —Si van a salir, que lo hagan en otro lado. ¿Qué hace esa en el despacho? —preguntó Natalia, con media sonrisa.—Vino por un caso —susurró la colega, mirando a su alrededor.—¿Qué caso?—Hace unos días denunciaron a una alta directiva del Grupo López por exigir favores sexuales y abuso de poder. Dicen que la denunciante es esa señorita. Y el caso lo tomó el propio abogado Méndez.La colega chasqueó la lengua.—Lo hace por ella. Los honorarios y la asesoría de ese abogado son de otro planeta. ¿Con qué iba a pagarlos la chica? Bajarse del pedestal por la mujer que te importa… eso suena a amor del bueno.Apenas se fue la colega, Natalia entró a la escalera de emergencia y marcó.—¿Hola, Nati? —contestó Emilia, con un tono lánguido y segura de sí misma.—Emi, adivina a quién vi en nuestro despacho: a Valeria Soto. Entró pegadita a Gabriel Méndez, coqueteando y todo. ¿No te parece una descarada? —escupió Natalia, descargando su mal humor.—Oh, ¿sí? —respondió Emilia, sin sorpresa.—¿Y no te

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