INICIAR SESIÓNEl día que Valeria perdió al bebé, Daniel y su hijo estaban acompañando a Emilia, para ver su función favorita. —Siempre hacías el mismo drama, ¿no te cansabas? —Papá, cámbiame de mamá, ¡qué fastidiosa! En su cumpleaños, Valeria regresó del hospital y encontró a su esposo, el hombre al que amaba, celebrándole a Emilia. El hijo por el que casi entregó la vida juraba que iba a proteger a la mujer que le había arrebatado todo. Valeria sonrió con los ojos rojos y salió, por fin, de la jaula de un matrimonio que la había tenido presa cinco años. Padre e hijo creyeron que, lejos de los López, ella no iba a sobrevivir. No imaginaron que se convertiría en alguien a quien ya no podrían siquiera alcanzar: —¡Señor López, el auto que diseñó la señora Valeria quedó número uno en ventas a nivel nacional! ¡Arrasó con la línea del Grupo López! —¡Señor López! ¡La señora ganó el campeonato mundial de diseño con inteligencia artificial! —¡Señor López! ¡La invitó el presidente de un país extranjero a una cena de Estado! Daniel se arrepintió hasta el dolor. Se arrodilló junto con su hijo y le suplicó que volviera: —Amor, te lo ruego, ámame una vez más. Si regresas, hago lo que sea… aunque sea convertirme en tu perro. Pero, del otro lado de la puerta, un hombre de belleza impecable, con un collar de cuero al cuello, se arrodilló sobre una rodilla. Enroscó una correa con diamantes en la palma de Valeria y la miró con una devoción desquiciada: —Mi dueña, desde hoy me someto solo a ti. Por favor, recíbeme.
Ver másValeria alzó la mirada y se encontró con el porte sereno de doña María.—¿Mamá? —Juana bajó el tono de inmediato.—Valeria —dijo doña María, volviéndose hacia la mujer sentada a su lado, con una voz cálida y cercana—, de ahora en adelante, en esta casa, sea cena familiar o cualquier comida, no vas a meterte a la cocina ni a servir los platos.Valeria abrió los ojos un instante.—Abuela, yo…Doña María se inclinó y le dio una palmadita en la mano.—Niña, siéntate a gusto y come tranquila. Hoy pedí que hicieran varios de tus platos favoritos. Come bien.Una tibieza repentina le subió al pecho; los ojos se le humedecieron apenas. En esa casa, el único calor siempre había venido de la abuela.Emilia apretó los labios y miró de reojo a Daniel, a su lado. Daniel no reaccionó. A quien sí se le tensó la cara fue Juana.—Mamá, las nueras de los López, usted y yo incluidas, siempre han ayudado en la cocina. Es nuestra tradición…—¿Y solo porque es “tradición” ya está bien? —cortó doña María, con
—Doña María, señora Juana… De verdad, perdón. Fue culpa mía…Emilia llevaba sobre los hombros el saco ancho de Daniel; tenía el cabello un poco revuelto y los ojos vidriosos, como si hubiera pasado por la peor de las vergüenzas. Esa cara despertaba el instinto de protección de cualquiera.—No tienes que disculparte —dijo Daniel, grave—. No fue tu culpa.Valeria bajó la mirada. Se le apretó el pecho, inevitable. Que Daniel hubiera dejado el trabajo para ir a sacarla del apuro, ya lo había aceptado; que además le prestara su saco, también. Pero traerla a la casa de los López, delante de la abuela… ese gesto, tan protector y tan público, le dejó claro que Daniel adoraba a Emilia.—Tía Emi, ¿estás bien? —se apresuró a preguntar Javier—. ¿No te pasó nada?Emilia forzó una sonrisa pálida.—La tía está bien.—Que esté bien es lo primero —dijo Leticia, riendo—. Con mi hermano ahí, ¿qué problema no se resuelve?Doña María carraspeó un par de veces; se le endureció el gesto.—¿No era hoy la cena
Al oírlo, doña María frunció el ceño. Valeria bajó la mirada; se le tensaron los dedos en la taza.—¿Abuela, a tía Emi le pasó algo? ¿Está bien? —se apresuró a preguntar Javier.Esa preocupación espontánea por Emilia era un calco de la de su padre.—Sí, mamá —secundó Leticia, con gesto preocupado—. Emilia siempre ha sido una mujer buena, tranquila y correcta. ¿Cómo pudieron rodearla los reporteros así de repente? No vaya a ser que le tendieron una trampa. Además, no anda muy bien de salud; si se llevó un susto, a mi hermano le debe doler el alma.Lo dijo para herir a Valeria; sin embargo, en el rostro frío de la mujer no se movió ni un músculo.Juana suspiró.—Cuando vuelva Dani, que nos lo explique.—¿Y qué, esa Emilia es una muñeca de cristal? Con lo curtida que está, ¿unos periodistas la espantan? ¿De cuándo acá tan frágil? —soltó doña María, dejando la taza con un golpe que hizo vibrar la mesa. Luego miró a Juana—. Juana, llámalo y dile que regrese a la casa de inmediato.—Sí, mamá
—Encuentra la forma —dijo Leticia, bajando la voz—: un bloqueo, un cierre, lo que sea. Retrasa a Valeria para que no llegue a tiempo al aeropuerto.Un día como hoy, si Valeria llegaba tarde, a su bisabuela y a su madre no les iba a gustar nada. Y esa mujer “sin clase” quedaría aún peor parada en la familia.—Sí, señora. Me encargo ahora mismo.***En la autopista, Valeria sintió que algo no cuadraba. Alzó la vista al retrovisor: un sedán negro aceleró de golpe hasta emparejarse con su SUV blanca.Aferró el volante. Cuando iba a pisar a fondo, el sedán se le echó encima por el costado.No era ninguna novata al volante.Se le endureció la mirada; hundió el acelerador, viró con la izquierda y, con la derecha, redujo y volvió a acelerar. Todo salió limpio, fluido, preciso. La SUV ganó distancia en segundos; por más que el sedán intentó cerrarle el paso, no logró rozarla.En un latido, la SUV de Valeria ya había dejado al sedán muy atrás.El perseguidor no se rindió: iba a lanzarse de nuevo
Valeria se volvió al oír la voz.La puerta de una van Mercedes-Benz de lujo se abrió despacio. Adentro estaban sentados una madre y su hijo. La mujer llevaba un vestido burdeos de alta costura y, al cuello, un colgante con una esmeralda de un verde intenso. De mentón afilado y ceja alzada, tenía una belleza cortante. Se parecía mucho a su madre, Juana López. Era la hermana menor de Daniel, la segunda hija de los López: Leticia López.Javier, en realidad, había visto a su mamá de inmediato. Su piel era muy clara; al sol parecía rodeada por un halo suave. Llamaba la atención. Pero él aún estaba enojado con su mamá, así que la ignoró y, mirando hacia la van, saludó:—¡Tía!Leticia bajó con paso altivo, se plantó junto a Valeria —que iba sencilla— y la barrió con la mirada, despectiva.—¿De veras viniste así a recoger al futuro heredero de los López, Valeria? ¿No te parece de mal gusto? Nos dejas en ridículo.En cinco años, ni en privado ni en público le había dicho “cuñada”. En el fondo,
—Si van a salir, que lo hagan en otro lado. ¿Qué hace esa en el despacho? —preguntó Natalia, con media sonrisa.—Vino por un caso —susurró la colega, mirando a su alrededor.—¿Qué caso?—Hace unos días denunciaron a una alta directiva del Grupo López por exigir favores sexuales y abuso de poder. Dicen que la denunciante es esa señorita. Y el caso lo tomó el propio abogado Méndez.La colega chasqueó la lengua.—Lo hace por ella. Los honorarios y la asesoría de ese abogado son de otro planeta. ¿Con qué iba a pagarlos la chica? Bajarse del pedestal por la mujer que te importa… eso suena a amor del bueno.Apenas se fue la colega, Natalia entró a la escalera de emergencia y marcó.—¿Hola, Nati? —contestó Emilia, con un tono lánguido y segura de sí misma.—Emi, adivina a quién vi en nuestro despacho: a Valeria Soto. Entró pegadita a Gabriel Méndez, coqueteando y todo. ¿No te parece una descarada? —escupió Natalia, descargando su mal humor.—Oh, ¿sí? —respondió Emilia, sin sorpresa.—¿Y no te






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