Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!

Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!

Por:  Esme ValverdeActualizado ahora
Idioma: Spanish
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El día que Valeria perdió al bebé, Daniel y su hijo estaban acompañando a Emilia, para ver su función favorita. —Siempre hacías el mismo drama, ¿no te cansabas? —Papá, cámbiame de mamá, ¡qué fastidiosa! En su cumpleaños, Valeria regresó del hospital y encontró a su esposo, el hombre al que amaba, celebrándole a Emilia. El hijo por el que casi entregó la vida juraba que iba a proteger a la mujer que le había arrebatado todo. Valeria sonrió con los ojos rojos y salió, por fin, de la jaula de un matrimonio que la había tenido presa cinco años. Padre e hijo creyeron que, lejos de los López, ella no iba a sobrevivir. No imaginaron que se convertiría en alguien a quien ya no podrían siquiera alcanzar: —¡Señor López, el auto que diseñó la señora Valeria quedó número uno en ventas a nivel nacional! ¡Arrasó con la línea del Grupo López! —¡Señor López! ¡La señora ganó el campeonato mundial de diseño con inteligencia artificial! —¡Señor López! ¡La invitó el presidente de un país extranjero a una cena de Estado! Daniel se arrepintió hasta el dolor. Se arrodilló junto con su hijo y le suplicó que volviera: —Amor, te lo ruego, ámame una vez más. Si regresas, hago lo que sea… aunque sea convertirme en tu perro. Pero, del otro lado de la puerta, un hombre de belleza impecable, con un collar de cuero al cuello, se arrodilló sobre una rodilla. Enroscó una correa con diamantes en la palma de Valeria y la miró con una devoción desquiciada: —Mi dueña, desde hoy me someto solo a ti. Por favor, recíbeme.

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Capítulo 1

Capítulo 1

Valeria Soto yacía sin fuerzas en la cama del hospital; el gel frío del ultrasonido se deslizaba por su bajo vientre, que le dolía a latidos.

—¿El bebé… sigue ahí? —preguntó con la voz hecha un hilo.

—Es un aborto espontáneo; no pudimos salvarlo —dijo la doctora con un suspiro de pesar.

Valeria clavó los diez dedos en la sábana. El corazón se le estrujó de golpe.

—Aun si lo hubiéramos salvado, no le aconsejaría continuar —añadió la doctora, serena—. Inhaló mucho humo durante el incendio y eso puede afectar gravemente al feto. Llevar a término este embarazo sería de alto riesgo.

Dos horas antes.

En el laboratorio de Investigación y Desarrollo (I+D) en energías limpias del Grupo López estalló un incendio eléctrico. Para rescatar el microchip recién desarrollado, Valeria se lanzó sin dudar hacia el foco del incendio.

Logró salvar el chip, pero ella, tras inhalar humo, se desmayó. La llevaron a Urgencias con varias raspaduras y sangraba entre las piernas; dolía verla así. Agotada por tantas desveladas entre la casa y el trabajo, hasta entonces no supo que estaba embarazada de casi dos meses.

—Usted es joven, habrá más hijos —la consoló la doctora mientras la limpiaba con suavidad—. Ahora está muy débil. Debe quedarse en observación. Le recomiendo avisar a su esposo para que venga a cuidarla.

A Valeria le tembló todo el cuerpo. Intentó incorporarse, pero no se atrevió a llamarlo.

Dos días antes, su marido, Daniel López, le había dicho que viajaría por trabajo a Costa Verde para negociar un proyecto. Javier López, su hijo, le rogó que lo llevara a un parque temático en el extranjero y se fue con él.

Valeria sabía que Daniel odiaba que lo molestaran cuando estaba de viaje. Sin llamadas ni mensajes en dos días… seguro estaba muy ocupado.

En ese momento, el celular vibró. Un mensaje de Emilia Molina, su media hermana, apareció en la pantalla.

Con el pulso tembloroso, Valeria lo abrió y se le cortó el aire.

En la foto, Emilia abrazaba a Javier; sonreían y formaban un corazón con los dedos. Al lado, impecable, Daniel estaba sentado. El hombre que ni siquiera quiso tomarse las fotos de la boda, esta vez aparecía en la imagen: la comisura de sus labios apenas levantada, una sonrisa rarísima en él. Los tres, en la foto, parecían una familia perfecta y feliz.

“Hermana, estoy con Dani y Javi viendo un musical. «La canción del ruiseñor» es tu favorita, ¿verdad? Me adelanté sin ti.”

«La canción del ruiseñor» llenaba salas; conseguir entradas era casi imposible. Valeria había insinuado más de una vez que quería ir con Daniel, pero él siempre la había rechazado con frialdad:

—Estoy muy ocupado, no tengo tiempo. Además, Javi es pequeño y no podemos dejarlo solo. Será en otra ocasión.

No estaba ocupado; simplemente no quería. No con ella, su esposa.

A Valeria se le enrojecieron los ojos. El corazón, ya desgarrado por el dolor, sintió otra puñalada.

De vuelta en la habitación, se acurrucó en la cama, aguantó el dolor del vientre y, aferrada a una última esperanza, marcó el número de su marido.

El teléfono sonó varias veces; al otro lado respondió la voz baja, grave y fría del hombre:

—¿Qué pasó?

—Daniel, me siento mal… Estoy en el hospital. ¿Podrías regresar antes?

—Valeria estaba pálida; la voz apenas le salía.

—El proyecto aquí todavía no se ha cerrado. Necesito dos días más. Pídele a Carla Vega que te cuide —su tono fue distante.

Valeria apretó el celular.

—Daniel, ¿estás… con Emilia ahora?

—Valeria, ¿a esto le ves sentido? —se notaba fastidiado—. Han pasado cinco años y te lo he repetido: entre Emilia y yo no hay nada; la veo como a una hermana. Y aunque ahora mismo estuviera con ella, ¿qué?

¿También aprendiste a fingir estar enferma para dar lástima?

—¡Papá, hablas muy fuerte! ¡Estás molestando a la tía y a mí! —la voz infantil de Javier irrumpió en la llamada—. No le hagas caso a mami, ¿sí? ¡Qué fastidiosa es!

Antes de que Valeria pudiera responder, Daniel colgó. No le concedió ni una pizca de paciencia.

La habitación, vacía, se quedó inmensa. Ella se acurrucó bajo las sábanas y el frío le caló hasta los huesos.

Tres días después, Valeria decidió salir del hospital antes de tiempo.

En I+D quedaban demasiados pendientes y no podía estar tranquila. Además, Daniel valoraba mucho el lanzamiento del nuevo producto; quería que todo saliera bien. Al fin y al cabo, llevaba dos años trabajando en silencio para lograrlo.

Al atardecer, regresó agotada a Villa La Ola y sintió que el cuerpo le pesaba como plomo. Apenas entró a la sala, escuchó risas: eran Javier y Emilia.

A Valeria se le hundió el pecho. Se escondió detrás de una maceta y miró de reojo.

En el sofá, Emilia —delicada, de rasgos finos y dulces— estaba sentada entre Daniel y Javier. En la mesa de centro había un pastel de cumpleaños. En su cuello relucía un collar con un colgante de rubí, de una casa de alta joyería, edición limitada a nivel mundial. Valeria lo había visto por casualidad en la vitrina del centro comercial el mes pasado; le encantó, pero el precio era tan exorbitante que ni siquiera se atrevió a soñarlo. Y ahora brillaba en el cuello de Emilia.

—Gracias por tu regalo, Dani. De verdad me encantó —dijo ella, acariciando el colgante. Alzó la mirada al perfil elegante del hombre; los ojos le brillaron—. Debe ser carísimo, ¿no? No vuelvas a gastar tanto en mí. Ya te lo dije: los regalos no importan; lo que cuenta es el detalle.

Daniel respondió sin inmutarse:

—El dinero no es problema. Lo importante es que te guste.

—¡Tía Emi, cierra los ojos! —pidió Javier, riéndose.

Emilia obedeció, dócil.

Las manos pequeñas de Javier deslizaron una pulsera de cristales multicolor en la muñeca de ella.

—¡Listo! —anunció orgulloso.

—¡Qué precioso! —Emilia se iluminó de sorpresa.

Javier soltó una risita y se rascó la cabeza.

—E-elegí cada cuenta con muchísimo cuidado y la ensarté yo solito. Es… es mi regalo de cumpleaños para ti, tía.

—Gracias, Javi. La voy a guardar toda la vida, te lo prometo —Emilia se inclinó; sus labios se acercaron a la frente del niño.

Justo entonces, Javier alzó la carita y, ¡muac!, le plantó un beso en la mejilla.

Javier había salido a su padre: reservado, orgulloso, casi nunca buscaba a su madre para darle cariño. A Emilia, en cambio, le entregó con una facilidad desarmante eso que Valeria había deseado sin conseguir.

Valeria sintió que se le encogía el corazón, como si lo exprimieran; el amargor le subió a la boca.

Con los ojos brillando, Javier habló muy serio:

—Tía, como estás delicada, de ahora en adelante papá y yo te vamos a cuidar. Vamos a protegerte de todo, ¿sí?

—Claro, de ahora en adelante voy a contar con tu protección —Emilia se ruborizó y miró de reojo al hombre a su lado.

Daniel sonrió con la mirada, cortó él mismo una porción de pastel y se la dio a Emilia.

Esa escena dejó a Valeria sin una gota de color en el rostro; casi no pudo sostenerse en pie.

El hombre al que amaba con todo el alma celebraba el cumpleaños de otra mujer; el hijo por el que casi entregó la mitad de su vida prometía proteger a la mujer que le estaba arrebatando todo a su madre.

Con los ojos enrojecidos, Valeria sonrió. Se dio la vuelta y salió, paso a paso, de la jaula que había llamado matrimonio durante cinco años.

Afuera, la llovizna caía fina y constante.

Empapada, se quedó a la orilla de la acera y marcó un número que no llamaba desde hacía mucho. Del otro lado, un hombre respondió con alegría:

—¡Señorita! Hace siglos que no hablamos. ¿Cómo ha estado?

Valeria sonrió; en su mirada hubo una frialdad nítida, resuelta como nunca.

—Bien. Me voy a divorciar.

—¿Qué?

—Por favor, ayúdame a redactar un convenio de divorcio. Lo antes posible.
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