Su Obsesión Me Liberó, Mi Boda Lo Destruyó

Su Obsesión Me Liberó, Mi Boda Lo Destruyó

Oleh:  Valeria LunaBaru saja diperbarui
Bahasa: Spanish
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Todo el mundo sabía que Inés andaba tras Héctor, y lo amaba con todo el corazón. Hace cinco años, dejó sus propios sueños para venir a cuidarlo cuando sus piernas ya no le sirvieron. Ella pensaba que con amor sincero seguro recibiría amor sincero a cambio. Pero hasta la víspera de la boda, el hombre se casó por el civil con la chava que le gustaba. Fue entonces que se dio cuenta de que para él ella no era más que una hierba cualquiera. Cinco años humillándose, cinco años siendo una tonta, finalmente despertó. Eligió llamar a su familia: —Acepto el matrimonio arreglado. No esperaba que el día de su boda fuera también el día de la boda de él. Al bajarse del carro nupcial, Héctor vio a Inés vestida de blanco, a punto de casarse con otro. En ese momento, el hombre que se creía la gran cosa, que estaba seguro de que ella nunca lo dejaría, ¡se volvió completamente loco! —Inés... entre ella y yo no pasó nada, fue mi culpa, perdóname por favor... El hombre se arrodilló frente a ella, rogándole humildemente que lo perdonara, llorando y suplicándole que no lo dejara. Inés lo miró con asco mientras se arrodillaba frente a ella como un perro, su corazón ya sin ninguna emoción. —El amor que llega tarde vale menos que la hierba, ¡mejor ve a hacerle de papá al hijo de ella!

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Bab 1

Capítulo 01

Para cuidar a Héctor Chávez, quien quedó bien jodido en un choque y con las dos patas pa’l arrastre, Inés Ybarra dejó ir un futuro que pintaba retebién, quedándose a su lado cinco años sin ser nada ni tener puesto.

Ella lo apapachó desde sus días más oscuros y amargos hasta verlo otra vez con power, tomando las riendas del changarro familiar y agarrando un poderazo.

En toda Ciudad D se sabía que Héctor se moría por Inés.

Él se gastaba una lana gacha por ella, comprándole joyas de esas que valen un ojo de la cara, ¡millones de dólares!

Personalmente armó una boda de aquellas, lujosa y a todo dar, nomás pa’ cumplirle su sueño.

Con solo verla hacer un gesito feo, él sufría tanto que parecía capaz de darle hasta el último suspiro.

Pero solo Inés sabía que este Héctor que tanto la juraba, en vísperas de su boda, a sus espaldas, ya había firmado los papeles con su amor de la prepa que recién volvía al país.

No podía ver sufrir a su querendona, ni que al hijo de ella lo señalarán como el perro de las dos tortas.

Sin embargo, a ella no le importó hacerle esa jugada.

Entonces Inés entendió que para él, ella no era más que una hierbita insignificante en su corazón.

Cinco años de aguantar vara, cinco años de sentirse menos. Finalmente se avivó y aceptó el matrimonio arreglado por su familia.

A este cabrón, ya no lo quería ni tantito.

El día de la boda, dos carros nupciales se toparon, y al ver a Inés vestida de blanco…

¡Al vato, siempre tan gallito y frío, se le botó la canica por completo!

***

—Inés, estás retebonita.

En el espejo grandote, Inés, con su vestido de novia blanco hecho a la medida, mostraba una figura de aquellas y un rostro hermoso como pintado. En su carita, cada rasgo era una chulada.

Héctor estaba pegadito a ella por detrás, sus manotas rodeando bien su cinturita. Su aliento caliente le recorría lento el cuello blanco y delicado, haciéndola estremecerse con su calorcito.

—Héctor, no estés jugando, hay banda afuera —susurró Inés, tensando el cuerpo con las mejillas coloradas.

—¿Y qué? De todas formas, el mes que viene nos vamos a dar el sí.

Los dedos frescos del vato se resbalaron por su espalda descubierta hasta llegar a la suave cintura de la mujer…

—No, no podemos…

Mordiendo suavemente su labio con sus dientes blancos, Inés no pudo evitar temblar mientras trataba de controlar su respiración agitada.

—¡Ay, güey, qué ingenua eres! Nomás te estaba cotorreando.

Al ver la carita de borrega espantada de la mujer, Héctor quitó su mano y la abrazó por la cintura mientras soltaba una risita suave.

—Te prometí que me portaría bien y que guardaríamos nuestro momento más chido pa’ la noche de bodas. ¡Cuando llegue ese día, no te vas a levantar de la cama en tres días, mi chiquita!

Al escuchar esas palabras picaronas, a Inés se le subieron los colores y ya iba a contestarle algo.

De repente, el ringtone cantadito de un celular retumbó en el probador chiquito.

Al ver la pantalla, Héctor echó una miradita rápida a Inés antes de darse la vuelta pa’ contestar.

Inés esperaba sonrojada a un lado, alcanzando a ver de reojo el nombre en la pantalla del teléfono: Sergio Cruz, uno de los tres mejores cuates de Héctor.

—¡Qué rollo! —contestó Héctor.

—¡Héctor, qué pedo con tú y Nubelia Zapata! ¡El Face está que arde! —la voz agüitada de Sergio llegó desde el auricular.

Nubelia Zapata.

Al escuchar ese nombre conocido, el corazón de Inés dio un brinco feo y levantó la mirada sin pensarlo hacia Héctor.

Los dedos que agarraban el teléfono se pusieron tensos y el cuerpo de Héctor se quedó tieso. Luego, contestó como si nada en francés: —Je ne peux pas parler ici, parlons français. (No puedo hablar aquí, usemos francés.)

Del otro lado del teléfono, Sergio se quedó pasmado un momento antes de respirar hondo y seguir en francés.

—¡Héctor, los paparazzi sacaron todas las fotos tuyas y de Nubelia firmando el acta de matrimonio esta mañana!

—Hace cinco años, cuando quedaste en silla de ruedas por salvarla, la familia Chávez te mandó a volar y te dejó tirado como basura en la Casa Antigua. Sin embargo, ella te dejó por su sueño de ser actriz y se fue a Francia con otro vato. ¿Ya se te olvidó todo eso?

Inés asimiló rápidamente el idioma complicado, transformándolo en su español familiar.

Con la mirada gacha, sintió como si hubiera caído en un pozo de hielo, temblando sin poder controlarse.

Nunca imaginó que tanto esfuerzo por aprender idiomas pa’ estar a la altura de Héctor algún día serviría pa’ esto.

Las cejas de Héctor se juntaron bien feo, sus ojos oscuros mostraron un brillo tenebroso mientras apretaba los labios y contestaba con voz gruesa: —No lo he olvidado, pero su situación ahorita está bien cabrona. Si no la ayudo, sus papás adoptivos la van a vender con un viejo como esposa. No puedo quedarme cruzado de brazos viéndola sufrir.

—¡Héctor, neta que ya se te zafó un tornillo!

—gruñó Sergio con voz ronca del otro lado del teléfono—. ¿Y qué va a pasar con Inés? Si no fuera por ella, que nunca te dejó solo, que te cuidó, que te ayudó día tras día con tu rehabilitación, tus piernas nunca se hubieran recuperado. ¡Se van a casar el mes que viene! ¿Cómo puedes hacerle esa bronca?

—¡Yo no la he traicionado! —repuso Héctor al instante con frialdad—. La noticia de mi matrimonio se va a bloquear, y mi boda con Inés se va a llevar a cabo como lo planeado. En cuanto al acta de matrimonio, voy a conseguir una falsa pa’ engatusar a Inés.

—¿Podrás mentirle ahorita, pero podrás hacerlo toda la vida? ¿Ya pensaste qué va a pasar si Inés se entera de todo?

—¡Inés nunca lo sabrá! —afirmó Héctor con decisión.

Mientras él no dejara que Inés se diera cuenta, confiaba en poder mantener el equilibrio entre ella y Nubelia.

Héctor sabía perfectamente cuánto lo quería Inés. ¡Estaba seguro de que aunque algún día Inés descubriera todo, jamás lo dejaría!

—¿Sabes que Nubelia regresó con un niño?

Héctor bajó la mirada, con la voz tensa: —Lo sé. El niño necesita un padre. Después de que me case con Nubelia, podrá evitar el chisme de la gente.

Del otro lado, Sergio quiso decir algo más, pero Héctor colgó rapidísimo.

A Inés le temblaba todo el cuerpo sin control. El rostro que hace ratito estaba lleno de alegría ahora estaba pálido, con lágrimas nublándole los ojos. Sentía un hormigueo horrible en todo el cuero cabelludo.

Nubelia había regresado, y Héctor no quería que sufriera, así que se casó con ella…

El hijo de Nubelia también había vuelto con ella, y Héctor, preocupado por el niño, ¡hasta se ofreció a ser su padre!

¿Y ella? ¿Qué era ella?

¿Una sirvienta? ¿Un objeto pa’ calentarle la cama? ¿Alguien que con unas cuantas palabras bonitas trabajaría hasta morir por la empresa?

¿Cinco años de su vida habían sido pura jalada?

Rabia, humillación, tristeza, resentimiento… Todas esas emociones se le juntaron en el pecho, haciendo que Inés apenas pudiera respirar. Su cuerpo se debilitó y, sin pensarlo, se agarró de un perchero cercano.

Apenas logrando mantenerse en pie, miró con los ojos rojos la espalda del vato, queriendo preguntarle qué significaba ella realmente para él.

—Héctor, tú…

¡Ring ring~!

Un tono especial de WhatsApp interrumpió las palabras de Inés.

Al ver el mensaje, Héctor se arregló rápido la ropa, se dio la vuelta y le dio un besito suave en la frente.

—Inés, mi amor, tengo un broncón urgente que atender. Cuando termines de probarte el vestido, regrésate a la casa solita.

Dicho esto, ni siquiera la volvió a mirar. Mientras contestaba el mensaje, salió echando bala del probador.

—¡Pum!

El golpe fuerte de la puerta resonó en sus oídos.

Inés, que ya no podía más, se dejó caer al suelo. Levantó la mano pa’ tocar las lágrimas frías en su cara, con un sabor amargo en la boca.

¿Qué bronca tan urgente podía ser que ni ella, su secretaria personal, lo sabía?

A ojo de buen cubero, sabía perfectamente quién le acababa de mandar un mensaje a Héctor.

Le dolía. Le dolía tanto el corazón que sentía punzadas en todos los órganos, y el tul sobre su pecho se había arrugado de la fuerza con que lo agarraba su mano derecha.

Inés miró su reflejo en el espejo con los ojos vidriosos. Lágrimas gordas caían sobre el vestido de satín, formando florecitas húmedas.

No supo cuánto tiempo estuvo llorando hasta que escuchó las voces de las empleadas afuera. Solo entonces respiró hondo y, apoyándose en sus brazos, se levantó tambaleándose del suelo.

Sus ojos rojos miraron fijamente su imagen desgreñada en el espejo, y sus labios dibujaron una sonrisa burlona: —¡Qué pinche horror!

Su aspecto, tan humilde como el polvo, tan patéticamente degradado, ¡era neta un asco!

Le había entregado su corazón y su alma a Héctor durante cinco años, pero ni así pudo calentar su corazón helado.

Si así era la cosa, entonces ya no lo quería ni madres.

Levantando la mano de golpe, Inés se arrancó con fuerza el velo de la cabeza.

Rápido se quitó el vestido de novia, se secó las lágrimas de las mejillas y sacó sus polvos pa’ darse una retocada al maquillaje.

Todos sus movimientos los hizo de una sola vez, pero con una decisión que daba miedo.

Respirando profundo, miró su imagen ya compuesta en el espejo. Inés agarró el vestido de novia pesado y salió derechito por la puerta.

—El señor Chávez que encargó el vestido de novia en nuestra tienda llamó ayer de repente y pidió urgentemente otro vestido de novia. ¿Así de despilfarradores son todos los ricos?

—¿Quién sabe? Pero escuché que las medidas de los dos vestidos son diferentes…

—¿Qué? ¿A poco los encargó pa’ dos mujeres diferentes?

Sus pasos se detuvieron en seco. Sus manos, que agarraban fuerte el vestido, temblaron un poquito. Al escuchar lo que decían, sintió un dolor punzante en el pecho.

—Señorita Inés, ¿está contenta con el vestido?

—Este vestido fue diseñado especialmente para usted por un diseñador extranjero que el señor Chávez contrató pagando una lana gacha. Usted…

—No estoy contenta. Regrésenlo. Poniendo el vestido en las manos de la empleada que esperaba afuera, Inés se tragó las emociones que le quemaban la garganta y, después de decirlo con frialdad, se fue sin voltear.

Apenas salió de la tienda, sacó su celular de la bolsa y marcó un número.

—Abuelo, acepto el matrimonio arreglado. En cuanto termine de arreglar mis broncas aquí, vuelvo pa’ casarme en un mes.

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