Cuando Inés llegó a la empresa, Héctor todavía no aparecía.Primero fue a su lugar de trabajo, organizó todas las tareas que necesitaban atención después de que se fuera y luego puso su carta de renuncia ya impresa entre los documentos que Héctor tenía que firmar, esperando en silencio a que llegara.A las nueve y media de la mañana, después de llegar media hora tarde, el vato por fin apareció en la oficina.Con las pestañas bajas, Inés miró la carpeta azul en sus brazos, respiró hondo y se acercó a él.—Señor Chávez, estos son los documentos que necesitan su firma esta mañana.Con los labios apretados, Inés se inclinó un poquito, puso la carpeta sobre la mesa y, como siempre, abrió las páginas que necesitaban ser firmadas.—Sale.Héctor confiaba plenamente en Inés.Al fin y al cabo, el éxito que tenía ahorita el Grupo Chávez se debía al menos la mitad a lo que Inés había aportado.Como siempre, agarró la pluma del escritorio y, mientras firmaba rápido, entrecerró los ojos y no pudo ev
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