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Capítulo 03

Penulis: Valeria Luna
Cuando Inés llegó a la empresa, Héctor todavía no aparecía.

Primero fue a su lugar de trabajo, organizó todas las tareas que necesitaban atención después de que se fuera y luego puso su carta de renuncia ya impresa entre los documentos que Héctor tenía que firmar, esperando en silencio a que llegara.

A las nueve y media de la mañana, después de llegar media hora tarde, el vato por fin apareció en la oficina.

Con las pestañas bajas, Inés miró la carpeta azul en sus brazos, respiró hondo y se acercó a él.

—Señor Chávez, estos son los documentos que necesitan su firma esta mañana.

Con los labios apretados, Inés se inclinó un poquito, puso la carpeta sobre la mesa y, como siempre, abrió las páginas que necesitaban ser firmadas.

—Sale.

Héctor confiaba plenamente en Inés.

Al fin y al cabo, el éxito que tenía ahorita el Grupo Chávez se debía al menos la mitad a lo que Inés había aportado.

Como siempre, agarró la pluma del escritorio y, mientras firmaba rápido, entrecerró los ojos y no pudo evitar echarle un vistazo, con un brillo de admiración en sus ojos negros.

—Inés, hoy te ves bien diferente a lo usual. ¿Por qué cambiaste de estilo de repente?

Hoy, Inés no traía el traje negro austero de siempre, sino un vestido largo blanco de gasa, con la bastilla hasta los pies, y ¡sorpresa!, zapatos bajos.

Al notarlo, Héctor arqueó sus cejas pobladas, y la pluma negra en su mano se detuvo de golpe. Inclinó un poco la cabeza, con sorpresa en su cara: —¿No eras tú la que más cuidaba su imagen?

—En todos estos años en la empresa, siempre has usado traje negro y tacones. ¿Por qué cambiar de repente hoy?

—¿Qué onda? ¿Ya te cansaste después de tanto tiempo?

Su cuerpo ligeramente inclinado se quedó tieso de repente, y los dedos que pasaban las hojas del contrato se encogieron sin querer. Con un destello de nerviosismo en sus pupilas negras, Inés se puso un mechón de cabello detrás de la oreja y esbozó una sonrisa.

—Sí, ya me cansé. Por eso ya no quería seguir así.

En realidad, a Inés le gustaba vestirse con ropa deportiva y tenis, pero por Héctor, se había puesto los tacones que tanto detestaba durante tantos años.

Ahora, por fin había decidido darse por vencida y volver a ser ella misma.

—Neta que creo que te verías mejor usando otro tipo de ropa de vez en cuando.

Si la Inés de traje, parecida a una mujer de negocios, era como una rosa roja deslumbrante, la Inés de hoy, con su vestido largo blanco, era como una florecita blanca a punto de abrirse.

Mirando a esta Inés tan pura y tentadora, la nuez de Adán de Héctor se movió un poquito y su voz se puso ronca: —Inés, creo que hoy estás retebonita.

Tan bonita que se le antojaba tumbarla y aprovecharse de ella ahorita mismo.

—¿En serio?

Contestando sin ninguna emoción en la voz, la mirada de Inés se quedó fija en la pluma negra en la mano del vato. Solo cuando lo vio terminar de firmar la carta de renuncia, su corazón, que latía como loco, por fin volvió a calmarse.

¡Lo había logrado!

Las cejas que habían estado fruncidas se relajaron un poquito. Se lamió los labios secos por los nervios y rápido recogió la carpeta del escritorio, abrazándola otra vez.

Aunque sabía que Héctor confiaba en ella y no revisaría fácil los documentos pa’ firmar, mientras él firmaba, el corazón de Inés se le apretó sin remedio.

Desde el momento en que entró al Grupo Chávez, Héctor había dicho que ella era su secretaria personal, directo bajo su mando.

Si algún día quería renunciar, necesitaría su firma pa’ hacerlo.

En aquel entonces, a Inés le pareció ridículo, ¿cómo iba a renunciar? Ella estaría siempre a su lado, ayudándolo a hacer crecer la empresa hasta convertirla en la mejor del mundo.

Pero nunca imaginó que, en tan solo unos años, todo cambiaría y tendría que usar este método pa’ irse sin broncas.

—Ahora que ya terminamos con el trabajo, ¿podemos hablar de cosas personales?

—Te pido disculpas por lo de anoche, debí haberte avisado.

—Pero cuando Nubelia me llamó, era bien urgente y no tuve otra opción más que llevarla a ella y a su hijo a la casa.

—Sé que te preocupa lo que pasó entre ella y yo, pero debes creerme, no hay nada entre nosotros. Tú eres a quien más quiero.

—Ella está en problemas y acudió a mí. La ayudé por humanidad. Lo entiendes, ¿verdad? Mi Inés siempre es tan comprensiva.

—Pa’ disculparme, esta mañana hice fila especialmente pa’ comprarte galletas de nuez de esa tienda del sur de la ciudad. Pruébalas.

Héctor se levantó, sacó las galletas de un armario cercano, se acercó a Inés, acercó una silla y se sentó con una sonrisa cálida en la cara.

Sus ojos negros se achicaron. Inés miró las galletas en su mano y curvó los labios con una sonrisa fría.

¿Hizo fila especialmente por ella?

¡Qué ridículo!

Este vato ahora mentía sin siquiera pestañear.

De camino al trabajo, Inés ya había visto la actualización de Facebook de Nubelia.

¡Las galletas de la foto eran idénticas a las que Héctor tenía en la mano!

Los dedos que agarraban la carpeta se pusieron blancos. Inés sintió una revoltura en el estómago que le subió por todo el cuerpo.

Se le cerró el pecho, su cara se fue poniendo pálida y le salió sudor frío en la frente.

—Inés, ¿qué te pasa? ¿Por qué te ves tan mal?

—¿Sigues enojada? Ya te expliqué todo.

Con el ceño fruncido, viendo que la mujer seguía con cara de pocos amigos a pesar de sus explicaciones, Héctor respiró hondo, se aguantó su enojo y trató de acercarla a él como siempre.

Pero cuando apenas le había tocado el brazo, se espantó por lo caliente que estaba.

—Inés, ¿por qué estás tan caliente? ¿Todavía tienes calentura?

Levantándose rápido, Héctor le tocó la frente, sintiendo su calor, con ansiedad en sus ojos oscuros.

—No puedes seguir así, necesitas ir al hospital ahorita mismo.

—No es necesario, nomás necesito tomar medicina. Todavía tengo cosas que hacer. Zafando su mano con fuerza de la palma del vato, Inés hizo un esfuerzo pa’ mantenerse en pie y se dio la vuelta pa’ irse.

No necesitaba su preocupación, solo quería salir echando chipote de la empresa.

—En tu estado, la medicina no va a hacer ni cosquillas. ¡No, vente conmigo al hospital ahorita! Al ver que la mujer casi se iba de boca y aun así insistía en chambear, a Héctor se le subió el chile.

—Ya dije que no necesito… —Una marejada de mareo le invadió la cabeza, y su ropa ya estaba empapada de sudor frío en la espalda. Inés abrazó fuerte la carpeta, queriendo irse lo más pronto posible.

—¡Dije que sí necesitas!

—¡Ahorita mismo me vas a hacer caso!

Viendo lo terca que era la mujer, a Héctor también se le calentó la sangre y la levantó en brazos.

—Tú, bájame…

En los brazos del vato, Inés forcejeó con todas sus fuerzas.

Pero en su estado, no era rival pa’ Héctor y al final tuvo que dejarse llevar por él hacia el hospital, sintiendo náuseas con su contacto.

——

Veinte minutos después, Inés estaba sentada afuera de urgencias, tomándose la temperatura con un termómetro.

Héctor, sentado a su lado, sostenía un vaso de papel con agua caliente y le dijo suavemente:

—Inés, estás bien deshidratada. Éntrale al agua rápido.

—¿No te tomaste medicinas pa’ la calentura anoche? ¿Por qué tienes fiebre otra vez?

—Es mi culpa, debí haberte dado medicina otra vez esta mañana…

Inés, con los ojos cerrados, recargada en la pared fría, escuchaba a Héctor mascullar a su lado, con el ceño cada vez más fruncido.

—¡Órale, Tío Héctor!

—de repente, una voz de chamaco chillón apareció junto a Inés.

—¿Enrique?

—¿Qué onda? ¿Qué haces aquí? ¿Y tu jefecita?

Al ver a Enrique, vestido con un trajecito negro, una corbata azul, los ojos rojos e hinchados de tanto llorar, las pupilas negras de Héctor se le hicieron chiquitas, el corazón se le apachurró, y volteó de volada detrás del niño.

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