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Tras 1099 días en la oscuridad
Tras 1099 días en la oscuridad
Author: Valeria Montes

Capítulo 1

Author: Valeria Montes
A altas horas de la noche, Nadia terminó en el hospital tras satisfacer las insaciables demandas sexuales de su esposo, Carlos Pérez.

En los cuchicheos de las enfermeras de ginecología, Carlos era un hombre dominante pero fiel a su relación. Después de todo, hacía tres años, cuando Nadia quedó ciega y la familia Sánchez anuló públicamente su compromiso, fue Carlos quien se le declaró sin dudarlo y se casó con ella. Desde entonces, él había sido el único salvador de su vida.

Pero ahora, parada frente a la puerta del pabellón, ella temblaba de pies a cabeza sosteniendo con fuerza su bastón. Al otro lado de la puerta, un hombre apuesto, Carlos, se apoyaba contra la pared, mostrando un rastro de cansancio. Metió la mano en el bolsillo buscando un cigarrillo, pero al recordar que estaba en el hospital, controló el deseo.

—Carlos, Nadia está embarazada. Si sigue sin poder ver, podría dañar al bebé sin querer por cualquier movimiento. Te arrepentirás si algo le pasa. Creo que debemos programar un trasplante de córnea para ella.

Carlos quedó pensativo al escuchar el consejo de su amigo, Martín Morales, pero al final lo rechazó con firmeza.

—No es necesario.

Martín suspiró y decidió decirle lo que llevaba años callando.

—Hace tres años, cuando Sía Soto necesitaba un trasplante de córnea, atropelló a Nadia. No solo la ayudaste a arrebatarle las córneas de Nadia, sino que también le mentiste a esa inocente mujer diciendo que su ceguera era causada por un hematoma cerebral cerca del nervio óptico… Durante estos años, ha habido tantos donantes disponibles, ¡pero preferiste mantenerla ciega! Todo por Sía, ¿cierto?

Carlos no lo negó porque así lo era. Mientras Nadia siguiera ciega, nunca sería una amenaza para Sía. Suspiró con pena.

—Aunque Sía no pudo casarse conmigo, juré protegerla toda la vida. En cuanto a Nadia… perdió a Sergio Sánchez, pero yo le di mi vida entera a cambio. Eso ya es más que suficiente.

Martín se sentía incómodo al escucharlo.

—Para Sía, una mujer que no te ama, ¿vale la pena todos tus esfuerzos? Sabes que gracias a tu condición de salud y el bebé en el vientre de Nadia es una bendición de Dios. ¿De verdad vas a poner en peligro a tu único hijo por Sía?

Por un instante, Carlos parecía debatirse por dentro, pero pronto recuperó su calma.

—Si sigue ciega, la cuidaré en el resto de su vida. Al mismo tiempo, necesito que el bebé llegue al mundo sano y salvo. Pues, actúa en consecuencia.

Las lágrimas nublaron la visión ya inexistente de Nadia. Casi dejó caer el bastón por el temblor incontrolable de sus manos. Al oír los pasos de Carlos, regresó a toda prisa a la cama tambaleando y se cubrió con la manta, fingiendo como si nada hubiera pasado.

Pronto, la puerta se abrió. Carlos se le acercó, y sus dedos largos acariciaron su mejilla, apartando un mechón de pelo que le cubría los ojos.

Ella contuvo la respiración. Cada caricia que antes creía llena de amor, ahora le provocaba un dolor sofocante en el pecho, hasta respirar le dolía.

Después de que Carlos saliera, ella se atrevió a abrir los ojos, permitiendo que las lágrimas rodaran por sus mejillas. Tuvo que morder su labio inferior para contener los sollozos.

Resultaba que, todo su amor era solo una mentira elaborada por el hombre al que amaba con el alma, solo para limpiar todos los obstáculos en el camino de su propio amor… Y sus ojos… ¡Le había arrancado los ojos para dárselos a otra!

"Carlos… ¿Cómo pudiste ser tan cruel?", pensó ella con dolor.

Ese matrimonio de tres años, aquella salvación en la que creyó, ahora le parecía no más que un mal chiste.

Media hora después, Nadia salió del pabellón. Sosteniendo su bastón guía, caminó junto a la pared. Avanzó lentamente hasta un espacio más abierto cuando, de repente, volvió su "mirada" hacia la dirección opuesta.

Aunque estaba ciega, en esos tres años sus otros sentidos se habían agudizado en la oscuridad. Y en ese momento, captó un aroma familiar: Carlos estaba allí, a unos metros, hablando por celular. Él notó su presencia. Colgó abruptamente tras unas breves palabras y se le acercó a ella.

Elegante y educado, esas eran las palabras que la gente usaba para describir a Carlos. Al menos, cuando ella aún podía ver, su primera impresión de él había sido la de un príncipe de cuento de hadas: elegante, refinado e inalcanzable.

Con una leve sonrisa, Carlos tomó su mano con la ternura de siempre.

—¿Por qué saliste del pabellón? Tus manos están tan heladas. Hace frío hoy. ¿La cuidadora no te puso una chaqueta?

Nadia retiró la mano de inmediato, con su mirada vacía fijada en nada. Carlos no entendió su repentina acción.

—¿Qué ocurrió? ¿Estás enojada?

Íntimamente, le rodeó la cintura por detrás. Su fragancia masculina la envolvió al instante, mientas la consolaba con voz mimosa.

—¿Quién te molestó? Dímelo y lo haré pagar.

Nadia sintió que el corazón se le partía en dos.

"Carlos... ¿y si el que me lastimó... eres tú?"

En su abrazo, un leve temblor recorrió su cuerpo, pero logró calmarse en segundos. Al girarse hacia él, fingió un tono de quejas.

—Las enfermeras me dijeron que estoy embarazada. Qué molesto eres. Anoche no me dejaste dormir y ahora... ¿qué pasa si el bebé...?

Antes de que pudiera terminar de hablar, Carlos la interrumpió y se puso serio.

—No digas tonterías. Nuestro hijo nacerá sano. No permitiré que le pase nada malo, cariño.

Aunque Carlos era un caballero, era una bestia feroz en la cama. Sabía que él ya no la amaba, pero estaba segura de que él aún deseaba su cuerpo. Así eran los hombres. Pueden separar el amor del placer.

—Mi amor, lo siento. Es que no sabía que estabas embarazada. No te enojes. Me duele verte así —la consoló él.

Era el mismo Carlos suave y atento de siempre, pero ahora ella entendía que era solo una mentira para engañarla: solo cuando ella lo amaba ciegamente, él podía proteger la vida feliz de su amor…

Sintiendo un nudo de amargura en la garganta, Nadia forzó una sonrisa.

—Carlos, ¿algún día nos divorciaremos? —le preguntó.

Al escucharlo, Carlos se puso tenso. Sin razón aparente, la palabra "divorcio" lo hizo sentirse nervioso.

—¿Hm? ¿Qué dijiste?

Ella mantenía la misma sonrisa.

—Dime... ¿terminaremos como esas parejas rotas? —le lanzó otra pregunta.

De pronto, ella sintió que Carlos le apretaba la cintura y la atraía hacia sí.

—Nadia, jamás te dejaré irte de mí —le dijo él con un tono muy serio.

"¿Por qué no? ¿Por miedo a que arruine la vida de Sía? ¿La ama tanto…?", pensó ella con amargura.

Apretó un poco los labios, quedándose callada.

¿Qué debería hacer ahora? Ya no lo quería ni un poco… Pero, antes de que lo abandonara, tenía una última cuenta que cobrar: aquellos que la habían lastimado tendrían que pagar el precio.
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