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Capítulo 7

Author: Valeria Montes
—Me dijeron que la hija favorita de los Soto está herida. ¿Es cierto?

—Sí, acabo de pasar por la sala de emergencias. Casi no podía creerlo. La señorita solo tiene unas contusiones leves, pero toda la familia está como loca en el estado de alerta roja… El señor Soto dejó de lado un proyecto de valor de miles de millones para acudir corriendo al hospital a ver a su hija; y el esposo de la señorita convocó a todos los especialistas de la ciudad para que la atendieran a medianoche… Dios, la ama demasiado, ¿no crees?

—Uf… En ginecología también hay una paciente apellidada Soto que acaba de someterse a una cirugía de aborto. Ningún familiar, ni su esposo ha venido a cuidarla… Pobre…

—Pues, tienes razón… Bueno, tengo que trabajar ya.

El goteo del agua resonaba en el pabellón silencioso, resaltando su soledad en la noche. Nadia mordió su labio con frustración para callar los sollozos.

Durante la comida familiar, no había escuchado la voz de Sergio. Debía estar de viaje. Si ella no erraba la suposición, el “esposo” que las enfermeras mencionaron era Carlos…

Su amor hacia Sía era casi “conmovedor”. No obstante, cada muestra de su amor hacia Sía era una burla cruel a su propio matrimonio, aquel que alguna vez ella creyó feliz…

Ella lo había tratado con toda sinceridad casi sacrificándose durante esos tres años su matrimonio: aunque no podía ver, con la ayuda de Margarita conseguía prepararle la ropa y aprendió a cocinar sus platillos favoritos, aunque la harina le causaba alergias...

No obstante, todos sus esfuerzos para él no valían nada. Pues bien, si era así, ella les daría lo que querían. Así podrían dejar que sus sentimientos salieran sin problema a la luz.

***

Nadia pasó una noche en el hospital. Al ser dada de alta, su cuerpo aún temblaba por la debilidad. Sin visión, cada paso era una completa incertidumbre para ella. Cuando por fin logró salir a la calle, era la hora pico en la mañana. Agitó la mano por quince minutos sin que ningún taxi se detuviera.

Justo cuando desistía, de pronto un auto negro frenó frente a ella. La ventana descendió, revelando una cara con un perfil perfectamente esculpido.

—¿Adónde se dirige, señora? —le preguntó el hombre con voz como el terciopelo.

Aliviada, Nadia creía que había llegado un taxi libre. Dio un paso adelante a tientas, luego se inclinó hacia cuidadosa la ventana.

—A la Villas Nube Blanca, por favor.

El conductor salió respetuoso del auto. Le abrió atento la puerta y la envolvió con su propio abrigo. Ella intentó rechazarlo, pero la actitud del hombre era implacable.

—Acaba de salir del hospital. Supongo que no querrá volver por un resfriado.

El frío de la madrugada era intenso. Cuando esperaba en la calle, ella ya no podía controlar el temblor. Nadia decidió aceptar el gesto amable del hombre.

—Muchas gracias, señor —le agradeció con cortesía.

En el auto, el calor finalmente alivió el entumecimiento de su cuerpo. El hombre la observó por el retrovisor. Notó la piel pálida y los labios descoloridos de Nadia. Una sombra de preocupación cruzó por su mirada, y sin querer, su cara se ensombreció.

Nadia, por supuesto, no podía ver esa mirada intensa y apasionada del hombre. Solo creía que había encontrado a alguien amable. Nunca imaginó que, algún día, el único consuelo que podía recibir vendría de un extraño y no de su familia, ni de su propio esposo…

El viaje transcurrió sin problema alguno. Al bajar, Nadia le pagó los gastos.

—Quédese con el cambio, por favor.

Él la miró fijamente, observándola. Aunque parecía estar serena, él podía ver un dolor contenido en sus ojos. Tras unos cuantos segundos, tomó el dinero.

—Gracias —le dijo.

Nadia no se demoró. Se alejó con rapidez.

El hombre observó atento cómo ella entraba a la residencia. Marcó un número antes de ordenar:

—Cancela mi vuelo de esta noche. Me quedaré en Puerto Coral estos días.

—Entendido, señor.

***

Agotada por el aborto y la noche en vela, Nadia apenas podía mantenerse en pie por el cansancio. En ese momento, recibió una respuesta de uno de los detectives privados que había contactado. Dijo que podría encargarse de su caso, pero a un precio muy alto porque el objetivo de investigación era Carlos Pérez, un adinerado poderoso. Sería una complicada tarea, tanto que estaría arriesgando su vida.

Nadia aceptó su propuesta sin dudarlo dos veces. El dinero no era el problema clave. Él era el único dispuesto a ayudarla por ahora. Ella necesitaba que Carlos y Sía le dieran una explicación sobre lo sucedido hacía tres años: el accidente automovilístico y la negligencia hospitalaria que le había arrebatado la vista.

Después de transferirle el pago inicial, ella fue al dormitorio por ropa limpia. Fue entonces cuando notó que aún llevaba puesto el abrigo que el amable conductor le había prestado. En su prisa por bajarse del auto y con la mente en otra parte, se había olvidado de devolvérselo.

“Cuando el conductor lo recuerde, seguramente volverá por él", pensó mientras dejaba la prenda al pie de la cama antes de dirigirse al baño. Tras una ducha rápida, se dejó caer exhausta sobre la cama. El agotamiento físico y emocional la venció por completo.

Aproximadamente una hora después, el sonido de un motor apagándose anunció el regreso de Carlos. No había dormido en toda la noche mientras cuidaba a Sía en el hospital. Sus ojos también estaban enrojecidos por el cansancio. Después de llevar a Sía de vuelta a casa, había regresado para pedirle a Nadia una explicación sobre lo que había hecho frente a todos. Al entrar, Margarita lo recibió y le preparó sus pantuflas mientras tomaba su chaqueta.

—¿Dónde está Nadia? —él le preguntó.

—Llegó a casa hace poco y ya se quedó dormida. Las mujeres embarazadas suelen necesitar más descanso —Margarita le respondió sin pensarlo dos veces.

—¿Ella llegó a casa hace poco? —preguntó Carlos.

Margarita se quedó con dudas. ¿Carlos no lo sabía? Ni él ni Nadia habían regresado después de la comida familiar, asumió que se habían quedado a pasar la noche en la casona y habían vuelto a casa por separado. Pero por el tono de Carlos, percibió que algo andaba mal… No se atrevió a mentir y se despidió.

De pronto, una tensión llenó el aire. Antes de que pudiera reaccionar, Carlos ya subía corriendo las escaleras. Al llegar al segundo piso, abrió con violencia la puerta de la habitación.

A plena luz del día, las cortinas estaban corridas, sumiendo la habitación en penumbras. Vislumbró la silueta en la cama, pero, con un gesto brusco, abrió las cortinas. La luz intensa del sol iluminó el cuarto al instante. Ella se removió ligeramente en sueños. Parecía estar molesta por los sonidos causados.

Carlos se detuvo en seco al borde de la cama, observando a la mujer con quien había compartido su lecho durante tres años. Su camisón de seda blanca resaltaba la palidez de su piel. Los mechones sueltos de su cabello cubrían parcialmente su carita delicada. Él podía ver la piel fina de su pecho, lo que le recordó las bonitas curvas que se escondían bajo la delicada tela.

Tenía que admitirlo: Nadia tenía un cuerpo exquisito. Aunque no la amaba, siempre anhelaba ese cuerpo. Recordó su noche de bodas. Tuvo el encuentro con ella con la intención de castigarla en nombre de Sía. Solo quería humillarla y hacerla sufrir.

Sin embargo, cuando entró en su cuerpo, se quedó sorprendido por la resistencia… No esperaba que ella todavía fuera virgen. No supo por qué, pero en ese instante su corazón se ablandó y se enamoró de ese exquisito cuerpo.

Pensando en eso, se sentó lentamente en la cama, acariciando de manera inconsciente su mejilla.

—Mientras no le causes problemas a Sía, seguirás siendo mi esposa para siempre —susurró.

Decidió mejor dejar todo para cuando ella despertara. No obstante, al darse la vuelta para irse, se detuvo en seco por lo que vio: en el borde de la cama, había un abrigo de hombre.
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