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Capítulo 3

Penulis: Celeste Vega
—Señora, señor, la cena está lista —anunció la empleada saliendo de la cocina con tono respetuoso.

Doña Fernández se levantó del sofá.

—A comer, Víctor debe tener hambre.

—El osito —dijo el niño, abrazando su muñeco hecho a medida con una gran sonrisa.

—Claro que sí, te llevaré a comer junto con el osito —Clara sonrió y levantó a Víctor en brazos.

Luego, se dirigió educadamente a Olivia:

—Señora Fernández, me adelanto con Víctor al comedor.

Todos se dirigieron hacia el comedor.

Olivia, con el muñeco de rizo en las manos, se sintió perdida por un momento.

Se suponía que ella era la señora de la casa.

Pero siempre la aislaban. La ignoraban.

El pastel y el muñeco se le resbalaron de las manos y cayeron al suelo.

Ella retrocedió un paso, dispuesta a salir de ese lugar tan frío y sin una gota de humanidad.

Sergio le sujetó la muñeca. Ella levantó la vista y se encontró con su mirada imperiosa.

—A comer.

Olivia miró hacia la mesa del comedor.

El sitio que se suponía debía ser suyo estaba ahora ocupado por Clara.

Olivia giró la muñeca con un movimiento casi imperceptible y logró soltarse del agarre de Sergio.

—No voy a interrumpir su momento familiar.

Dicho esto, salió sin siquiera levantar la cabeza.

—¡Olivia!

Sergio frunció el ceño mirando su espalda.

¿Esa mujer ahora se atrevía a mostrarle esa actitud?

—No le hagas caso —dijo Doña Fernández echando un vistazo hacia la puerta.

—Esa sorda desagradecida, no debí permitirle entrar a la casa en primer lugar.

—Así es, Sergio —secundó Paula, la Señorita Fernández, quien había permanecido en silencio hasta entonces—. Sentarse a comer con una mujer que usó artimañas para casarse contigo es rebajar el estatus de nuestra familia.

A Sergio no le agradaba Olivia.

Pero nadie se mete con lo suyo sin su permiso.

Dijo con tono indiferente:

—¿Y qué hay de mí? ¿Qué significa entonces que yo coma con ella todos los días?

—Eh...

Paula se quedó muda, pero enseguida trató de arreglarlo

—Sergio, lo tuyo con ella es solo temporal. Cuando se divorcien...

—Cállate.

La voz de Sergio bajó aún más, helada.

—No vuelvas a hablar así frente a Víctor.

—Cállate, jeje.

Víctor imitó lo que había oído y soltó una risita, repitiendo la palabra como si fuera un juego.

***

Ya había anochecido.

La noche era inmensa y una humedad cargada de frío la golpeaba de frente.

Era un frío que calaba hasta los huesos.

Olivia se abrazó a sí misma, caminando como un alma en pena por el camino de la residencia Fernández.

Las lágrimas se agolparon en sus pestañas nublándole la vista, pero no se atrevió a dejarlas caer.

Tenía parte de la culpa de haber llegado a esta situación.

No tenía derecho a llorar.

Lo único que podía hacer era buscar una salida para romper con ese estancamiento.

Pero, ¿dónde estaba esa salida?

Al pasar por una zona boscosa, un haz de luz amarilla parpadeó a sus espaldas, iluminándose y apagándose.

Poco después, el conocido Rolls-Royce se detuvo lentamente a su lado.

La ventanilla bajó hasta la mitad, revelando el rostro perfilado del hombre, quien habló con tono gélido:

—Sube al auto.

Olivia ya estaba acostumbrada a su manera de dar órdenes.

Podría haberse negado, pero en un instante cambió de opinión y subió.

Para su sorpresa.

Clara no estaba en el vehículo.

Sentado en el asiento trasero, Sergio lucía elegante y distinguido, recostado relajadamente contra el respaldo.

No dijo nada, simplemente se quedó mirándola.

Olivia bajó la vista, evitando el contacto visual.

—¿Estás tan enojada que ni siquiera te importa tu hijo?

Hizo una pregunta absurda.

Ella se mordió el labio, pensando sus palabras por un momento, antes de levantar la cabeza y mirarlo fijamente:

—Sergio, ¿te gusta mucho Clara?

Los profundos ojos del hombre se entrecerraron ligeramente.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que quiero decir es que, si te gusta, deberías divorciarte y casarte con ella. Estoy de acuerdo con el divorcio.

—¿Bajo qué condiciones?

Su tono era indiferente, pero dejaba traslucir una ira casi imperceptible.

—La condición es que me permitas acompañar a Víctor mientras crece y que sea yo quien elija a sus tutores. Pero tranquilo, no voy a pelear contigo por la custodia.

Olivia terminó de decir esto con mucha calma.

Lo único que recibió a cambio fue una risa fría por parte de Sergio.

—¿Jugando a hacerse la víctima para sacar ventaja? Te salió buena la jugada.

—No es cierto.

Olivia se quedó atónita y explicó con cierta urgencia:

—Solo pienso que Víctor es aún muy pequeño y no ha formado su propio criterio sobre el bien y el mal. No quiero que viva todos los días en un ambiente donde se le enseñe a odiar a su madre biológica, porque su madre simplemente está sorda, no ha cometido ningún crimen atroz.

—Sergio, casi pierdo la vida para traer a Víctor al mundo.

Se le enrojecieron los ojos y la voz se le quebró.

Recordó el momento en que dio a luz a Víctor.

Doña Fernández sabía perfectamente que el bebé no venía en buena posición, pero aun así obligó al médico a que fuera un parto natural. Y cuando ella sufrió una hemorragia masiva, su suegra exigió sin dudar que salvaran al niño y no a la madre.

Si no fuera porque es de las que aguantan todo, ese día no pasaba viva del parto.

Y Sergio no sabía nada de esto.

Doña Fernández, decidida a hacerle la vida imposible, había calculado el momento exacto para enviarlo a otra ciudad con cualquier excusa.

Para cuando Sergio regresó, madre e hijo ya estaban a salvo.

Aunque Sergio no había querido tener ese hijo, no pudo resistirse a la alegría de convertirse en padre por primera vez, e incluso le transfirió quinientos mil dólares como recompensa.

Y esa fue la única vez que Sergio le sonrió después de casarse.

El resto del tiempo, la trató como a una desconocida.

—Olivia, ¿acaso fui yo quien te pidió que tuvieras a Víctor?

Sergio la miró con frialdad y le hizo la pregunta pausadamente.

Olivia guardó silencio.

Ella había insistido en tener a Víctor.

Cuando descubrió que estaba embarazada, él quiso que abortara sin pensarlo dos veces. Fue ella quien le suplicó desesperadamente para poder conservar al bebé.

No tenía palabras para responder.

El silencio en el auto se volvió pesado, hasta que sonó el celular de Sergio.

Él contestó y la voz preocupada de Clara se escuchó a través de la videollamada:

—Sergio, ¿Olivia está bien? ¿Ya la recogiste?

—Sí.

Asintió.

—Qué bueno que no pasó nada, entonces descansen temprano.

—¿Víctor ya se durmió?

Al mencionar a Víctor, Clara sonrió de inmediato:

—Víctor acaba de decir que extrañaba a su papá y que quería dormir con él. Me costó un buen rato calmarlo y dormirlo.

Apenas terminó de hablar, se escuchó la vocecita tierna de Víctor:

—Madrina, abrazo.

—Está bien, te abrazo para dormir.

La voz de Clara era tan dulce que parecía derramar miel.

Olivia miró la pantalla del celular y vio justo el momento en que Clara abrazaba a Víctor con total devoción.

Esa intimidad era algo que ella nunca había experimentado.

El dolor que acababa de sufrir en la mansión familiar volvió a aplastar su corazón sin piedad.

El auto se detuvo justo frente a la entrada de la casa.

Olivia abrió la puerta, bajó y corrió directamente hasta el segundo piso.

Se apoyó de espaldas contra la puerta de la habitación principal.

Llorando, se deslizó lentamente hasta quedar sentada en el suelo.

Ella solo quería abrazar a su hijo, estar con él, ¿por qué tenía que ser todo tan difícil?

"¿Hasta cuándo va a durar este matrimonio que ya se siente como una condena?"

Levantó la mirada llena de lágrimas hacia la foto de boda colgada sobre la cabecera de la cama.

El hombre apuesto y distante, la chica tímida y cautelosa, aquello no era una foto de bodas, ¡era una sentencia!

Era una situación de la que deseaba escapar de inmediato.

Se levantó, corrió hacia la cabecera, descolgó el cuadro de la boda y lo arrojó con fuerza contra el suelo.

Se escuchó un estruendo.

El marco se hizo pedazos.

La pareja, que ya de por sí no encajaba, ahora tenía aún más grietas sobre sus figuras.

Al oír el alboroto, Sergio empujó la puerta y entró.

Al ver que Olivia, siempre tan dócil, había destrozado la foto de bodas, se quedó atónito por un instante. Luego frunció el ceño y le sujetó la muñeca con su mano.

—Olivia, ¿qué significa esto? ¿Ya no quieres seguir con esto?

—¡Sergio, quiero divorciarme de ti!

Olivia lo miró con los ojos llenos de lágrimas, pero con una determinación que nunca antes había mostrado en su rostro.

—¡Ya me cansé! No quiero seguir viviendo esta vida sin dignidad. Quiero el divorcio, ¡y no estoy bromeando!
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