LOGINCinco años de relación bastaron para que Mariana Beltrán le entregara el alma entera a Emilio Navarro. Pero en la noche de bodas descubrió que él ya se había casado en secreto con su hermana adoptiva, y que el acta matrimonial en su mano no era más que una mentira cuidadosamente tejida para engañarla. En ese instante, el corazón de Mariana se apagó por completo. Después del choque provocado, el fin de su carrera como bailarina y el plan de embarazo prestado… al final, ella regresó a casa para aceptar un matrimonio arreglado por su familia. Cuando volvieron a encontrarse, Emilio alcanzó a ver cómo Sebastián Cruz, el heredero más intocable de la capital, la tomaba con delicadeza entre los brazos, protegiéndola como si fuera algo irremplazable. Emilio se quedó con los ojos rojos, se arrodilló casi enloquecido y suplicó: —Mariana… fue mi culpa. Te lo ruego, vuelve conmigo. Pero Sebastián se interpuso con el rostro helado: —Lárgate. No manches la vista de mi esposa.
View MoreComo solo eran cuatro en la mesa, usaban una mesa pequeña.Por eso, la pierna de Luciana tocó la de Emilio con una facilidad casi insolente.Emilio levantó la mirada y le dio una ojeada fría, para luego apartar los ojos sin darle importancia.Alzó la jarra y sirvió la bebida en el vaso de Mariana, colocándoselo delante como si nada pasara.Su expresión seguía tranquila, imperturbable, como si lo que ocurría bajo la mesa simplemente no existiera.Luciana, envalentonada, levantó el pie y empezó a rozarle la pierna con la punta del zapato.Emilio permaneció igual: sereno, educado, casi afectuoso.Ni siquiera la miró.Y con voz cálida le preguntó a Mariana:—¿Por qué no tomas un poco? Recuerdo que antes te gustaba mucho.Mariana apenas le echó un vistazo a la taza. No dijo nada.La verdad era que sí le gustaba lo que preparaba Alisa.Pero como era Emilio quien se lo servía, lo único que le provocaba era náusea.Que hoy le pidiera el divorcio tenía muchas razones, y una de las más claras er
Cuando la tos de Alisa finalmente cedió, ella apretó la mano de Luciana.—Ay, hija… mamá solo está preocupada por ti… —suspiró largo, como si algo le pesara en el corazón, pero sin terminar la frase.Luciana bajó la mirada con un leve sobresalto de culpa; estaba por hablar, pero Alisa ya se incorporaba.—Bueno, voy a preparar algo para comer.—Mamá, deje que la empleada la haga. ¿Para qué se cansa?Alisa sonrió con ternura.—Lo que hace la empleada nunca sabe igual que lo que yo preparo. A tu hermano y a tu cuñada les encanta mi comida.—¡Pfft! Ellos dos están cenando a la luz de las velas por allá fuera… ¿qué caso tiene que usted se moleste? —Luciana masculló, molesta.—Acabo de llamar a tu hermano. Me dijo que ya vienen de regreso. Seguramente no han comido mucho. Igual pueden comer un postrecito —respondió Alisa mientras se dirigía a la cocina.Cuando Mariana y Emilio regresaron, la casa estaba llena del olor dulce de postres.—Mamá —saludó Emilio.Alisa salió de la cocina con un de
Mariana soltó una risa.¿De verdad tenía el descaro de decir algo así… después de haberse ido a sacar el acta de matrimonio con otra?Su risa hizo que el semblante de Emilio se volviera aún más incómodo.Era cierto que en estos días había perdido la mesura por completo; pero qué podía hacer él, si Luciana por fin había vuelto al país y podía tenerla cerca todo el tiempo. Estaba demasiado feliz.Además, en su cabeza, Mariana siempre había sido alguien fácil de manipular, fácil de calmar.Nunca imaginó que podría hacerla enojar lo suficiente como para decirle la palabra “divorcio”.Pero bueno, era un arrebato.Solo eso, pensó.En ese momento, un mesero se acercó cargando un enorme ramo.—Señor Navarro, aquí está el arreglo que pidió.Emilio lo tomó y se levantó para colocarlo frente a Mariana.—Mariana, ya no te enojes. Vivamos bien juntos, ¿vale?Frente a ella, una montaña de rosas rojas, vivas, brillantes.Y de pronto, Mariana recordó.Años atrás, cuando Emilio le confesó su amor, llev
Mariana remarcó con fuerza la palabra “divorciarnos”, cargándolas de una ironía punzante.Pero Emilio ni siquiera lo percibió.Estaba demasiado aturdido por el simple hecho de que Mariana, su Mariana, se atreviera a pronunciar esa palabra delante de él.—Mariana… ¿qué… qué estás diciendo?Que ella le hablara así…En su mundo, eso era algo que simplemente no podía existir.Mariana no repitió nada.Solo lo observó con una calma implacable.Pasó un largo rato antes de que Emilio recuperara un mínimo de cordura.—Mariana —se frotó la frente con una sonrisa amarga—, que te molestes un poco, lo entiendo. Pero decir algo así… es demasiado. Hemos estado juntos tantos años, por fin tenemos el acta de matrimonio… ¿cómo puedes soltar la palabra “divorcio” tan a la ligera?Antes de que ella respondiera, él siguió hablando:—Lo sé. Estos días te he hecho sentir mal. Y lo de esta mañana… fue mi error.—No necesitas decir nada de eso —Mariana soltó una risa helada—. Ya hablé claro: quiero separarme d






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