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Capítulo 7

Author: Grin
—Luci es tu hermana y yo soy… bueno, casi su cuñado. ¿Qué tiene de malo que la cuide?

David la ignoró y fijó la vista en Alonso.

—¿Y tú qué tienes que ver con el señor Garza? ¿Por qué te ayuda él?

Marisol siguió la dirección de su mirada. Alonso, impecable en su traje, avanzaba bañado por el sol. Irradiaba una autoridad tan natural que parecía dueño de todo a su alrededor.

La pregunta de David iba dirigida a ambos.

Alonso ignoró la evidente animosidad de David y se acercó a Marisol.

—¿Necesita algo, señorita Ríos?

Marisol reaccionó.

—¿Señor Garza? ¿Usted qué hace…?

—Lo del choque… como se lastimó, estuve pensando y quise asegurarme de que estuviera bien, ver cómo seguía su herida.

Le tendió una bolsa con desayuno.

—Adri me pidió que se lo trajera.

¿El choque? David recordó entonces. Marisol se lo había mencionado por encima el día que rompió el compromiso.

Marisol había sido totalmente sincera desde el principio.

Al recordar sus palabras, David sintió la incomodidad recorrerlo.

—¿Y por qué no dijiste que la persona del choque era el señor Garza, Marisol?

Ella ya no tenía ganas de discutir con David. Le había dicho todo lo necesario.

Aceptó la bolsa del desayuno.

—Le agradezco por la molestia de venir hasta acá.

Menos de veinticuatro horas y Alonso volvía a presenciar una escena lamentable.

Solo quería salir huyendo de ahí.

—David, la próxima vez que me busques, que sea para entregarme mi parte de las acciones ya dividida. No tenemos nada más de qué hablar.

Dicho esto, se volvió hacia Alonso.

—¿Señor Garza, si no tiene prisa, le invito un café?

—Claro.

Alonso asintió.

Al verlos darse la vuelta para irse, David gritó con desesperación:

—¡Maris, yo no voy a dejarte! ¡No podemos separarnos!

Al oírlo, Lucía arrugó la frente. Sus ojos, cargados de una oscura intención, siguieron la figura de Marisol hasta que desapareció.

Esperó a que se perdieran de vista para acercarse a David y preguntar con suavidad:

—¿David? ¿A qué se refería mi hermana con eso de dividir las acciones?

—Marisol puso el capital inicial de la empresa. Le ha dedicado mucho esfuerzo.

El orgullo le impidió a David dar más detalles. Aseguró con firmeza:

—Pero no va a renunciar a eso. No se atrevería.

—Pero… —Lucía fingió preocupación—. Ahora conoce al señor Garza. Quién sabe si se le ocurran otras cosas…

—Luci —la interrumpió David, molesto—. Deja de inventar cosas sobre tu hermana.

—Yo… —Lucía bajó la mirada, adoptando un tono frágil—. David, solo me preocupa cómo está mi hermana ahora. Me da miedo que haga alguna tontería.

—Y si lo hace, no solo se va a lastimar ella, sino que también podría afectarte a ti, a tus intereses.

Al ver que David se quedaba callado, con la duda reflejada en la cara, Lucía propuso con cautela:

—Mira, ya que fue mi hermana la que pidió dividir las acciones, ¿por qué no le devuelves el capital inicial y ya?

—Así arreglan cuentas de una vez, y eso te conviene. Además, estoy segura de que con tu talento, la empresa va a crecer muchísimo más.

El halago perfectamente calculado de Lucía dio en el blanco. David se sintió complacido.

Era cierto que Marisol lo había apoyado mucho estos años, pero la empresa no dependía solo de ella para funcionar.

Ahora que Marisol misma lo proponía, era la oportunidad perfecta para dejar las cuentas claras. Así, incluso si volvieran a estar juntos, ella ya no tendría pretexto para meterse en los asuntos de la compañía.

Además, llevaba tiempo buscando la forma de demostrarle a su abuelo que podía sacar adelante el negocio familiar sin depender de ella.

Convencido, David miró a Lucía con renovada ternura.

—Luci, tú sí que te preocupas por mí.

Lucía le dedicó una sonrisa encantadora.

—¿Cómo crees? Si tú eres tan bueno conmigo, ¿cómo voy a dejar que salgas perdiendo?

—Mm.

David asintió. Lanzó una última mirada cargada de intención hacia el edificio de Marisol y dijo:

—Vamos, te llevo a tu casa.

...

Marisol llevó a Alonso a su departamento. Preparó café y, al volver a la sala, lo encontró de pie junto al ventanal.

Alonso, con su casi metro noventa de estatura, vestía un traje azul marino que acentuaba sus hombros anchos y cintura estrecha. Su porte distinguido era tan perfecto como innato.

La sencillez del departamento parecía desentonar con su presencia imponente.

Marisol se sentía un poco cohibida cuando, de improviso, él se giró y sus miradas se encontraron. Ella se quedó inmóvil por un instante.

—Si sigue viviendo aquí, él va a continuar hostigándola.

Marisol tardó un segundo en procesarlo y respondió casi sin pensar:

—No tengo a dónde más ir.

Alonso guardó silencio un momento. Caminó hacia Marisol, tomó con naturalidad la taza que ella sostenía y dijo con calma:

—Podría quedarse en mi casa.

Marisol se quedó sin palabras. «¿Qué?»

—Por mucho poder que crea tener David, no puede meterse conmigo ni con mis propiedades.

Tomó un sorbo de café.

—Si en serio quiere deshacerse de él, no tengo inconveniente en ayudarla.

—Pero… —Marisol dudó—. Señor Garza, de veras, no quisiera molestarlo con mis problemas.

«Alonso controla todo el imperio de la familia Garza. ¿Cómo iba a atreverse a involucrar a alguien así en su lío?»

«Además, apenas se conocían. Que Alonso la hubiera ayudado una vez ya era mucho. Sería un abuso pedir más.»

—En realidad, la herida ya casi no es nada.

Se llevó una mano a la frente para tocarse la herida y, sin querer, presionó un poco. Hizo una mueca de dolor.

—¡Ay!—

Alonso le sujetó la muñeca, suave pero firme. Su expresión mostró preocupación al ver la herida de cerca.

—¿No ha ido al hospital a que se la revisen o le cambien el vendaje?

Marisol retiró la mano y retrocedió un paso instintivamente.

—No, es una heridita de nada. Yo me las arreglo.

Al notar la cautela de Marisol, Alonso comprendió que quizás había sido demasiado directo.

—Disculpe.

Terminó su café de un trago y dejó la taza sobre la mesa.

—Piense en mi propuesta, por favor. Si cambia de opinión o necesita algo, contácteme.

Alonso se fue. Marisol no lo acompañó a la puerta.

Fue al recoger la taza que descubrió una tarjeta de presentación debajo de ella.

Había pensado que las palabras de Alonso eran pura cortesía, pero la tarjeta demostraba que hablaba en serio.

«¿El legendario Alonso Garza, conocido por ser implacable en los negocios, realmente era tan… considerado?»

Tomó la tarjeta y recordó las innumerables veces que David había comentado cuánto le gustaría conocer a Alonso Garza.

La tarjeta que David anhelaba con todas sus fuerzas estaba ahora en sus manos.

«Por un instante fugaz, una idea perversa cruzó su mente: usar a Alonso para obligar a David a dejarla en paz de una vez por todas. Eso sin duda pisotearía el orgullo de David.»

Pero desechó la idea al instante. Enfrentarse a alguien como Alonso, o peor, usarlo, era jugar con fuego.

Hizo un gesto negativo con la cabeza y arrojó la tarjeta sin cuidado en una caja cercana. «Me estoy muriendo, sí, pero no tengo prisa por acelerar el proceso.»

«Toda vida, por corta que sea, merece ser vivida.»

...

Abajo, frente al edificio, Alonso subió a su carro. Miguel, su asistente, le entregó una carpeta.

—Jefe, aquí está la información que pidió.

—Bien.

Durante el trayecto, Alonso hojeó los documentos. A medida que leía, su expresión se endurecía con notoriedad y una furia contenida asomó en su mirada.

«¡Así que esta es la vida que ha llevado todos estos años!»

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