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Capítulo 6

Author: Grin
—Bueno, se trataba de ayudarte, ¿no?

Adrián intervino mientras conducía.

—Te reconocí en cuanto te vi. Le conté a mi tío y decidió ayudarte. Es que a él no le gusta deberle nada a nadie.

—Tío, ¿a que sí?

Alonso guardó silencio.

Adrián lo interpretó como una afirmación y levantó una ceja con aire de presunción.

—Dicen que no hay mal que por bien no venga, y hoy lo comprobé. Que te chocáramos por detrás fue una suerte para ti, ¡ya verás!

—¿Y encima tienes el descaro de justificar tu imprudencia al volante? —inquirió Alonso con voz grave.

Adrián rio con nerviosismo.

—Solo intentaba animarla, ¿no ves? Seguro está bien desanimada después de lo que le pasó.

—Estoy bien —Marisol sonrió apenas—. Y tienes razón en lo que dices.

«No hay mal que por bien no venga. Estar enferma me ha hecho ver con claridad muchas cosas y a muchas personas. Después de tantos años, hoy es el día en que me siento más libre y tranquila. De ahora en adelante, ya no soy la prometida de David Peña, ni la señorita Ríos. Soy solo yo misma. Lo único malo es que no me queda mucho tiempo para serlo.»

Marisol respiró hondo, con suavidad.

«Qué más da. Vivir al día tampoco está tan mal.»

Al llegar al edificio de apartamentos, Marisol les agradeció respetuosamente una vez más.

—Les agradezco mucho que me hayan traído. Lo del choque fue un accidente, y yo estoy bien, no se preocupen más por eso.

Dicho esto, Marisol bajó del carro.

Adrián la observó alejarse y exhaló un suspiro profundo.

—Se ve que es buena gente... ¿Por qué le tuvo que tocar una enfermedad así de grave?

—Tío, ¿tú crees que por eso... por lo de su enfermedad... se decidió a mandarlo todo al diablo?

Adrián recordó la fiesta de compromiso y golpeó el volante con rabia.

—¡Es que no tienen vergüenza! ¿Son su familia y les importa más el qué dirán que su vida?

Durante un buen rato, Alonso permaneció en silencio, mirando por la ventanilla. Sus ojos rasgados, ocultos en la penumbra, revelaban una expresión indescifrable.

—Tío, ¿en serio la vamos a dejar así nomás?

Adrián, famoso por su buen corazón, no podía dejar de pensar en la enfermedad de Marisol; no se quedaba tranquilo.

—Es que oí al doctor decir que lo de su tumor cerebral no pinta nada bien...

—Dame sus estudios.

Alonso apartó la vista, se recargó en el asiento y cerró los ojos, dejando claro que no quería seguir con el tema.

Adrián se quedó atónito.

—Tío, ¿te vas a meter? ¡No lo puedo creer! Hoy seguro que el sol salió por el oeste...

—Cállate.

Su voz sonó grave, teñida de una exasperación apenas contenida.

Adrián tragó saliva y obedeció, guardando silencio. Solo en su mente, masculló: «Algo no cuadra. Mi tío está muy raro».

...

Al día siguiente.

Marisol había dormido de maravilla, algo poco común últimamente, y despertó sintiéndose despejada y llena de energía.

Después de asearse, se puso los audífonos y bajó a comprar el desayuno, tarareando una melodía en voz baja, muy a gusto.

De pronto, una mano le aferró el hombro con fuerza, haciéndola retroceder un paso y casi perder el equilibrio.

El semblante airado de David apareció ante sus ojos. Marisol arrugó la frente; su buen humor se evaporó.

—¿Qué te pasa ahora? Te llamo y haces como que no oyes, ¿o qué?

Marisol se quitó los audífonos con calma.

—La cancelación de ruido es buenísima, no deja pasar «ni los ladridos».

— ¿¡Qué dices!?

David sospechó que lo estaba insultando, pero le costaba creer que la mujer que siempre lo había puesto en un pedestal fuera capaz de algo así.

Al recordar su propósito, David controló su molestia y dijo con cierta incomodidad:

—Ah, traías audífonos. Disculpa, me aceleré un poco y te hablé feo.

—Maris, mira, lo de la fiesta de compromiso... ya no importa. Haz lo que quieras, con tal de que estés contenta. Pero ya deja de hacerla de pleito, ¿quieres?

Mientras hablaba, David intentó tomarle la mano, pero ella lo esquivó, dejándolo con la mano extendida en el aire.

Marisol retrocedió, paseando una mirada indiferente sobre Lucía, que estaba detrás de él.

—David, lo nuestro se acabó.

—Maris, ya no digas esas cosas por puro coraje —la impaciencia de él era evidente—. Te pasaste de la raya esta vez.

—Hermana, David te buscó toda la noche. Estaba preocupadísimo por ti... —intervino Lucía, acercándose con un tono lleno de supuesta compasión—. Él te quiere tanto, ¿cómo puedes hacerlo sufrir así?

—¿O sea que estuvieron juntos toda la noche?

Marisol, entendiendo la implicación, replicó al instante.

Lucía entró en pánico.

—Yo... yo solo quería acompañar a David para que te pidiera perdón. Hermana, entre David y yo no hay nada, te lo juro. Si no me crees a mí, al menos deberías creerle a él, ¿no?

—¿Lo conoces desde hace años, no sabes cómo es David?

Lucía miró a David con los ojos enrojecidos.

—Ayer el señor Garza dijo cosas horribles de David, solo por defenderte...

Al oír mencionar a Alonso, el semblante de David se endureció. Preguntó con frialdad a Marisol:

—¿Y tú dónde te metiste anoche con Alonso? Marisol, qué bien te lo tenías guardado. ¿Desde cuándo lo conoces?

—¿Que él te defendiera en la fiesta fue planeado? Arruinaste todo a propósito para echarnos tierra a Luci y a mí, para que todos pensaran que yo tuve la culpa, ¿no es así?

A Marisol le dio risa, una risa amarga.

«David no es lo bastante listo como para ocurrírsele estas cosas. Seguro que Lucía se lo estuvo insinuando anoche. Tantos años de serle leal, para que unas cuantas palabras venenosas de Lucía basten para que sospeche que tengo algo con Alonso. Es ridículo.»

—¿De qué te ríes? —La expresión de David se agrió todavía más—. Mira, lo digo por tu bien. Todavía estás a tiempo de recapacitar, y yo puedo hacer como si nada. Alonso es de otra liga, no te conviene meterte con él.

—¿Le crees a ella, en serio?

Marisol señaló a Lucía con el dedo, una sonrisa burlona asomando en sus labios.

David se quedó sin palabras.

Lucía agitó las manos, nerviosa.

—Hermana, yo no...

—Si uno no ha hecho nada malo, no tiene por qué temer lo que digan los demás.

David dio un paso, interponiéndose delante de Lucía, en un gesto claro de protección.

Marisol apretó los puños.

«Ya no aguanto más. Si sigo soportando esto, voy a necesitar una medalla a la paciencia».

—Está bien.

Marisol respiró hondo y dijo con voz clara y firme:

—Entonces déjenme hacer un recuento de qué «tan inocente» es su relación.

—David, ¿dónde estabas el año pasado en nuestro aniversario? En la fiesta de fin de rodaje de Lucía.

—Te preparé una sorpresa con mucha ilusión, te llamé y me dijiste que estabas trabajando hasta tarde, que se te había olvidado el aniversario. ¿Y qué pasó? Que al rato te vi en unas fotos que subió Lucía a sus redes.

—Y el mes pasado, cuando me moría de dolor de cabeza, no hubo forma de localizarte. Acabé inconsciente en el hospital, y tú apareciste hasta el día siguiente.

—Esa noche, ¿dónde estabas? Con Lucía. Porque «tenía cólicos» y necesitaba compañía.

Marisol enumeraba los hechos con una calma metódica, pero por dentro sentía un dolor caótico que la desgarraba.

«David me abandonó tantas veces... Ya era hora de que me tocara a mí.»

—David, lo nuestro debió terminar hace mucho tiempo.

—Yo...

Su voz sonó rasposa. Justo cuando iba a intentar explicarse, vio una figura que se acercaba a lo lejos. Su mirada se intensificó un poco.

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