Tuya hasta el último latido

Tuya hasta el último latido

By:  GrinUpdated just now
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Marisol Ríos estaba enferma; le quedaba poco tiempo de vida. Ese día tuvo una revelación: frente a la muerte, todo lo demás carecía de importancia. Su familia, egoísta y abusiva, que solo sabía aprovecharse de ella... ¡ya no los quería en su vida! Su prometido, David Peña, el mismo que acababa de pedirle matrimonio para luego involucrarse con su propia hermana, Lucía... ¡tampoco lo quería ya! Despojada de todo, por fin podía ser libre... Poco a poco, en su círculo social comenzaron a circular rumores sobre ella. Que Marisol se relacionaba con gente muy influyente. Que se le veía acompañada de hombres más jóvenes. Que su fortuna personal crecía sin parar y derrochaba dinero sin medida. Que Marisol... Tiempo después, cuando aquellos que la habían despreciado descubrieron su situación, uno tras otro, desesperados, le suplicaron llorando su perdón. Sus padres, con fingida dulzura: —Mi niña, tú siempre serás nuestra hija querida. Anda, regresa a casa con nosotros, ¿sí? Su ex prometido, el traidor: —Marisol, a la única que quiero es a ti, lo juro. Por favor, dame otra oportunidad. Pero ya era demasiado tarde. Un sujeto de semblante endurecido se interpuso. —Si alguien se atreve a molestar de nuevo a la señorita Ríos, le romperé las piernas. ... Tiempo después, ese caballero, una figura poderosa y casi inalcanzable, se arrodillaba ante ella. —Viva o muerta, Marisol, tú eres mía. Alonso Garza nunca se consideró a sí mismo una buena persona. Como cabeza de una de las familias más poderosas, había forjado su camino con decisiones implacables y una determinación férrea, labrándose una reputación temible. Nadie habría imaginado que aquel sujeto formidable y peligroso llevaba a una joven guardada en lo más profundo de su ser, y así había sido durante ocho años. La poca ternura que poseía, estaba reservada por completo para ella.

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Chapter 1

Capítulo 1

«El tumor cerebral está creciendo muy deprisa y su ubicación complica las cosas. La probabilidad de éxito de la cirugía es muy baja...».

«Si decide no operarse, le quedaría menos de un año de vida».

Las palabras del médico resonaban en su mente sin cesar.

Marisol Ríos salió del hospital aturdida, en una especie de limbo. Para cuando subió al taxi, el informe médico que apretaba en la mano ya estaba completamente arrugado.

Al fin, cayó en cuenta de que debía comunicárselo a su prometido, David Peña.

Sacó el celular; los dedos le temblaban tanto sobre la pantalla que apenas pudo teclear el mensaje.

[Vuelve temprano a casa. Tengo algo que decirte.]

De repente, la paralizó un estruendo, seguido de una violenta sacudida del carro.

La inercia la proyectó hacia adelante y su cabeza golpeó contra el respaldo del asiento delantero. Sintió un dolor agudo y vio todo negro por un instante.

Pronto, el bullicio la rodeó.

Antes de que pudiera reaccionar, la puerta del carro se abrió de golpe y un joven se asomó.

—Señorita, ¿está usted...?

—Estoy bien...

Marisol hizo un gesto vago con la mano, instintivamente. Solo pensaba en llegar a casa cuanto antes, sin percatarse siquiera de que la expresión del muchacho había cambiado por completo.

Al instante, el joven la sujetó con firmeza por la muñeca.

—¡Ahora mismo la llevo al hospital!

—No hace falta...

Él ignoró su protesta, la levantó en brazos y se dirigió con rapidez hacia la puerta trasera de un Roll Royce Cullinan.

—¡Tío, la voy a llevar al hospital!

La ventanilla estaba a medio bajar, dejando ver solo el perfil impasible del hombre que iba dentro: tez pálida, rasgos definidos y unas gafas de montura fina sobre una nariz recta. Bajo los cristales, unos ojos rasgados y distantes permanecían fijos en la tableta que sostenía, ajeno al caos circundante.

Incluso en medio de aquel desastre, mantenía una calma imperturbable.

—Adelante.

Con el permiso concedido, el muchacho se apresuró a subir.

Marisol sentía la cabeza cada vez más pesada, un mareo intenso la invadió y, sin poder evitarlo, buscó apoyo dejándose caer sobre el pecho del joven.

...

Cuando despertó, Marisol estaba en una cama de hospital, con un dolor sordo en la cabeza.

No había nadie a su alrededor.

A duras penas logró incorporarse. Se quedó sentada un momento, recuperándose, hasta que recordó a David.

Él detestaba la impuntualidad.

Sintió una punzada en el pecho y, sin importarle el mareo, se levantó a toda prisa y salió de la habitación.

El vestíbulo de Urgencias bullía de gente. Ella avanzaba apoyándose en la pared cuando, de reojo, sus ojos captaron una figura familiar entre la multitud.

¡Era David!

Llevaba a Lucía Ríos en brazos, caminando a toda prisa. ¡En un instante, desapareció entre la gente!

Marisol se quedó petrificada, sin saber cuánto tiempo transcurrió hasta que el celular vibró en su bolsillo.

Lo sacó. Era un mensaje de David.

[Hoy no regreso. Lo tuyo mejor lo vemos mañana.]

«Qué triste y familiar era esa actitud».

No era la primera vez que él la dejaba en segundo plano para priorizar al primero que se atravesara.

En la mente de David, cualquier persona, cualquier cosa, parecía tener prioridad sobre ella, su prometida.

Pero nunca imaginó que llegaría el día en que su propia hermana, Lucía, ocupara ese lugar.

«¿Por qué?».

Marisol sentía el corazón desgarrado. «¿Por qué tenía que ser Lucía?».

Casi por instinto, marcó el número de David. El celular sonó varias veces antes de que él contestara. Su voz denotaba impaciencia.

—Ya te dije que no voy a volver...

—¿Dónde estás ahora mismo? —preguntó Marisol con voz áspera, conteniendo las lágrimas.

—¿Pues dónde voy a estar? —replicó él, con una sombra de culpa, antes de añadir—: Estoy en la oficina, tengo muchísimo trabajo.

Marisol apretó el celular con fuerza, una sonrisa amarga se dibujó en sus labios. «Perfecto. Seguía mintiéndole».

Quizá al notar algo extraño en su voz, David suavizó un poco el tono.

—Maris, pórtate bien y espérame en casa, ¿sí? En cuanto termine, voy contigo.

—Ay...

Un quejido coqueto interrumpió la conversación desde el otro lado.

Marisol lo oyó con claridad, pero fingió no haber escuchado nada. Respondió con un hilo de voz:

—Está bien. Te espero.

La llamada se cortó de golpe.

Él ni siquiera se despidió, estaba demasiado ocupado en consolar a Lucía.

Marisol bajó el celular. El corazón, que hasta hacía un momento le dolía hasta hacerla temblar, pareció detenerse, dejando solo una sensación de desolación y vacío.

David lo había olvidado, claro.

Esa misma tarde tenían que ir juntos a recoger los trajes para la fiesta de compromiso.

...

Al volver a la hacienda, Marisol se encerró en la que sería la recámara nupcial y cayó rendida en la cama.

En sueños, sus veintiséis años de vida pasaron ante sus ojos como una película acelerada.

La habían cambiado al nacer.

A los doce años, su padre adoptivo, un jugador empedernido, acumuló una enorme deuda, y su madre adoptiva intentó usarla para extorsionar a su familia biológica.

El plan fracasó y la mujer terminó en la cárcel.

Ella regresó con los Ríos, su familia biológica, pero Lucía, la hija falsa criada por ellos, no tenía adónde ir y se quedó.

Al principio, los Ríos intentaron compensarla por todos los medios. Fue la época más feliz de su vida.

Pero poco a poco, todo cambió.

Los lazos de sangre no pudieron competir con el cariño nacido de la convivencia diaria que sentían por Lucía.

Se convirtió en la pieza que no encajaba en la familia Ríos. El afecto que ella anhelaba y no recibía era el arma que Lucía usaba para presumir y sentirse superior frente a ella.

Hasta que apareció David, como un rayo de sol en su oscura existencia.

La gente la criticaba por su devoción, decían que se humillaba por él; lo que no sabían era que ella se aferraba a él como a un salvavidas.

Siempre creyó que David la quería… ¿por qué si no habrían llegado hasta el punto de comprometerse?

Faltaba solo una semana para su fiesta de compromiso.

—Cásate conmigo. Te cuidaré toda la vida.

—Acepto.

Entre luces borrosas, Marisol vio con horror que la novia en el altar era Lucía.

Atrapada, sin poder moverse, vio cómo Lucía recibía el anillo de compromiso…

Marisol despertó sobresaltada, bañada en sudor.

Afuera ya había amanecido.

Pero la habitación seguía vacía. Solo estaba ella.

David no había vuelto en toda la noche.

Marisol ya no quería averiguar si había estado con Lucía.

Tras aquella pesadilla, el dolor de cabeza era más intenso, como un recordatorio constante de que le quedaba poco tiempo y no debía desperdiciarlo en los demás.

Al levantarse para asearse, Marisol descubrió que llevaba un gran vendaje en la frente, manchado de sangre seca.

La herida del choque había sido más grave de lo que pensó.

Sacó el botiquín y se cambió la venda ella misma. Hizo una mueca de dolor. Se mordió el labio. «Me estoy muriendo, ¿y todavía me asusta un poco de dolor?».

Terminó de curarse y se miró en el espejo.

Tenía la cara pálida, los ojos sin vida, un aspecto demacrado. Parecía haber envejecido años en una sola noche.

«Ni siquiera al final he logrado vivir como una persona plena». Se sintió patética. Una vida tan corta, y la había dedicado por completo a vivir para los demás.

Su mente, antes un torbellino de confusión, de pronto se aclaró.

Se dio una ducha sin prisas y bajó. Dolores, la empleada, ya estaba atareada en la cocina.

—Señorita, en cuanto termine de arreglar aquí, si quiere me dice qué más hace falta comprar y yo...

—No hace falta —la interrumpió Marisol—. Prepárame unos fideos sencillos, por favor.

Dolores se quedó extrañada al oírla. Asomó la cabeza desde la cocina y miró a Marisol.

—¿El señor Peña no viene a comer?

—No sé. —Marisol estaba sentada a la mesa, editando un mensaje en el celular. Sus dedos se detuvieron un instante—. Supongo que sí vendrá.

«Aunque no tiene caso prepararle nada. Seguro que no probará bocado».

Terminó de escribir y envió el mensaje a un grupo.

[David Peña y yo cancelamos nuestro compromiso.]

Dolores no tenía idea de lo que Marisol estaba haciendo, pero no podía evitar sentirse extraña.

Durante años, Marisol le había cocinado a David; lo tenía tan mal acostumbrado que él solo comía lo que ella preparaba. A veces, incluso estando enferma, se metía a la cocina para que él no pasara hambre.

¿Por qué hoy parecía otra persona?

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