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Capítulo 5

Author: Peachy
—¡Dije que te largues!

La voz de Dante retumbó en la habitación. Mark palideció, pero se levantó y se interpuso entre nosotros para protegerme.

—Señor, por favor, cálmese. Elara está herida...

—Lo que pasó no es tu maldito problema.

Dante avanzó un paso, como un depredador que acorrala a su presa.

—¿Y tú quién demonios eres?

—Soy su amigo.

La voz de Mark temblaba, pero no retrocedió.

—Y tengo todo el derecho de preocuparme por ella.

Dante se rio, pero no había ni un poco de gracia en el sonido.

—¿Amigos?

Se giró para mirarme.

—¿Desde cuándo te juntas con gente normal?

—Por favor, no.

Me costó trabajo sentarme.

—Mark solo estaba siendo amable...

—¿Amable?

Me interrumpió.

—¿Sabes a dónde te lleva la amabilidad? A que te maten.

Sacó su celular.

—Encuéntrame todo sobre un tal Mark. Absolutamente todo.

Su voz era peligrosamente baja.

—Quiero su árbol genealógico. Su madre. Su padre. Y averigua a qué escuela va su hermana o su prima, quien sea.

A Mark se le fue el color de la cara.

—¡No lo hagas!

Grité.

—¿Estás loco, Dante?

—No estoy loco.

Colgó y miró a Mark.

—Estoy protegiendo lo que es mío.

—¡Eso es una amenaza! —dijo Mark, furioso.

—Sí, lo es —respondió Dante sin el menor rastro de vergüenza—. Ahora, lárgate. Y no te le vuelvas a acercar en tu vida.

Mark me dirigió una mirada de disculpa, impotente.

—Lo siento mucho, Elara.

Dejó las rosas blancas sobre la mesita y salió deprisa de la habitación. La puerta se cerró y me quedé a solas con Dante.

—¿Ya estás contento?

Lo miré con dureza.

—Otra persona inocente lastimada por tu culpa.

—¿Inocente?

Dante se acercó a mi cama.

—Qué tonta eres. En mi mundo no existe la gente inocente.

—¿Y yo qué? ¿Yo no soy inocente?

Por un instante, su seguridad pareció temblar.

—Tú eres diferente.

—¿En qué soy diferente?

Me reí con amargura.

—Tú también me lastimas.

Silencio. Tras un largo momento, habló.

—Voy a compensártelo.

—No quiero nada de ti.

—Un proyecto de restauración de primer nivel en Milán —dijo, como si no me hubiera escuchado—. Un original del Renacimiento. Solo hay cinco personas en el mundo calificadas para tocarlo.

Tuve que admitir que la propuesta me aceleró el pulso. Era la oportunidad con la que había soñado toda mi carrera.

—¿Y qué quieres a cambio? —pregunté con desconfianza.

—Que olvides lo que pasó. Isabella no volverá a molestarte.

Su voz se suavizó.

—Te lo prometo.

—¿Y de qué sirve tu promesa?

Se sentó en el borde de la cama.

—Sé que me odias. Pero tenemos que seguir trabajando juntos. Tienes que trabajar para mí.

—No.

Negué.

—Voy a renunciar.

Alargué la mano hacia mi bolso en la mesita de noche, con la intención de sacar la nueva carta de renuncia que había preparado.

En ese momento, sonó su teléfono.

—¿Isabella?

Contestó, y su voz se suavizó.

—¿Qué pasa, mi amor?

Observé cómo cambiaba su expresión, y sentí malestar.

—¿Qué? ¿Ahora?

Arrugó la frente.

—Está bien, voy para allá.

Colgó y se puso de pie.

—Tengo que irme.

Me lanzó una mirada.

—Descansa. Mañana te quiero en la oficina.

—Espera...

Pero ya se había ido. Como siempre. Una llamada de Isabella era suficiente para que lo dejara todo.

Me quedé acostada en la cama del hospital, con la mirada fija en el techo.

***

Al día siguiente, volví a la oficina y encontré el escritorio de Mark vacío.

Le pregunté a una compañera.

—¿Dónde está Mark?

—Lo transfirieron a la oficina de Londres. Se fue anoche.

Dijo en voz baja.

Se me detuvo el corazón. Dante siempre cumplía su palabra. Irrumpí en su oficina.

—¿Transferiste a Mark?

—Sí. ¿Algún problema?

No levantó la mirada de sus documentos.

—Voy a terminar mi contrato, con efecto inmediato.

Dejé caer de golpe mi carta de renuncia sobre su escritorio .

—Me niego a trabajar para ti un día más, aunque consigas que me veten en todas las galerías del país.

Levantó la mirada hacia mí.

—Para terminar el contrato antes de tiempo, necesitas mi autorización.

—Pues dámela.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque todavía te necesito.

Se puso de pie.

—A tu contrato le quedan dos años.

—¿Dos años? ¡No puedo esperar dos años!

—Entonces tendrás que aguantarte.

Caminó hacia mí.

—Tú me perteneces.

—¡Yo no le pertenezco a nadie!

En ese preciso momento, su teléfono volvió a sonar.

—¿Isabella?

Contestó, con la voz tensa.

—¿Qué? ¿Dónde estás?

Vi cómo su cara pasaba de una leve preocupación al pánico total.

—¿El Club Blue Moon? ¿Qué haces ahí?

Su voz se elevó.

—¡Maldita sea! ¡Voy para allá!

Colgó, con un gesto grave.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Isabella se metió en un juego con Marco Valenti. Y perdió. Perdió en grande.

Dijo mientras se ponía el saco. Marco Valenti. Ya había escuchado ese nombre. El capo más sádico y viejo de Nueva York, famoso por ser impredecible y brutal.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo...?

—Vienes conmigo. Ahora.

Me interrumpió.

—No voy a ir.

—No te lo pedí, fue una orden.

Su mirada se volvió peligrosa.

—¿Quieres irte?

Se acercó tanto que su sombra me envolvió.

—Bien. Una última cosa. Vienes conmigo esta noche. Haces exactamente lo que yo te diga. Y después, tendrás tu libertad.

Lo miré, consciente de que no tenía otra opción.
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