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Capítulo 7

Author: Peachy
Tres días después, por fin tuve en mis manos el acuerdo de terminación.

Dante había cumplido su promesa y firmado el documento.

Miré el papel, sintiendo una ligereza que no experimentaba desde hacía mucho tiempo.

—Felicidades, señorita Elara.

Antonio me entregó una carpeta.

—Aquí tiene los archivos de sus proyectos.

La abrí. Adentro estaba el registro de mis cinco años de trabajo. Cada pintura, cada artefacto, contenía un pedazo de mi alma.

—Hay un último evento al que necesita ir —continuó Antonio—. Es esta noche, a las ocho. Una fiesta que organiza la familia Rossi. Considérelo su última obligación.

Arrugué la frente.

—Pensé que el contrato ya se había cancelado.

—Oficialmente, es válido a partir de mañana —explicó—. Tome lo de esta noche como una despedida.

De acuerdo. Una última vez.

Regresé a mi departamento y me puse un sencillo vestido de noche color negro.

La mujer del espejo parecía en calma, pero su mirada estaba vacía. Este era el precio. El precio por amar al hombre equivocado.

A las 8 p.m., llegué a la mansión de la familia Rossi.

Había una fiesta ostentosa para celebrar el compromiso.

Dante e Isabella anunciaban oficialmente la fecha de su boda.

En tres meses.

Me quedé entre la multitud, observando a la pareja abrazarse en el escenario.

Isabella llevaba un vestido rojo, como una rosa en pleno florecimiento.

Dante la rodeaba con el brazo por la cintura, con una sonrisa que rara vez mostraba.

—Queridos invitados —dijo Isabella por el micrófono—, gracias por estar aquí con nosotros en nuestra primera fiesta desde el compromiso.

El salón estalló en aplausos.

—Esta noche, le tengo una sorpresa muy especial a mi prometido.

Le hizo un gesto a Dante para que se subiera la manga de la camisa. El corazón comenzó a latirme con fuerza.

Tenía un tatuaje en la muñeca. Una brújula de estrella. El nuestro. De hacía tres años.

“Guía”, había dicho él. Porque yo era la suya.

Recordaba esa tarde, acostados en las camillas del estudio de tatuajes; me tomó la mano y me dijo: “Este es nuestro secreto. Nunca va a cambiar”.

Pero cuando Dante se subió la manga, no vi nuestro tatuaje.

La brújula de estrella seguía ahí, pero estaba rodeada por un nuevo diseño.

El escudo de la familia Rossi.

Una serpiente enroscada, rodeando la brújula.

La nueva tinta cambiaba el significado del original.

—Lo… actualizamos —anunció Isabella, con voz triunfante—. Simboliza nuestro futuro, no su pasado.

Le tomó la mano y besó el tatuaje modificado. Hubo más aplausos.

Yo estaba de pie en un rincón. Mi corazón, ya entumecido, no sentía nada.

El tatuaje que alguna vez simbolizó nuestro amor había sido cubierto con el escudo de su familia. Igual que mi huella en su vida, que estaba siendo borrada, pedazo por pedazo.

—¿No es hermoso?

Isabella había aparecido a mi lado. Levantó su copa de vino, con una sonrisa.

—¿Viste el tatuaje? Dante me dijo que fue un error impulsivo de su juventud. Por fin se corrigió.

Apreté los puños, clavándome las uñas en las palmas.

—Dante lo dijo. Hay errores tan feos que es necesario enterrarlos por completo.

Me recorrió con la mirada, con una sonrisa petulante y cruel en los labios.

—Entiendes lo que digo, ¿verdad, Elara? Tú eres el error que está tratando de enterrar.

La miré, a la mujer que sería la esposa de Dante.

—Tú ganas —dije en voz baja.

—Claro que sí.

Isabella sonrió con gusto.

—Esto nunca fue una competencia. ¿En serio creíste que una restauradora de arte podía competir con la princesa de la mafia? ¿Y todo ese numerito con Marco? ¿La ruleta rusa?

Se rio un poco.

—Fue una prueba. Mi prueba. Para ver a quién protegería cuando todo se viniera abajo. Me eligió a mí.

Se inclinó hacia mí.

—Te sirvió en bandeja de plata, querida. Nunca tuviste la más mínima oportunidad.

Así que mi vida estuvo en juego… solo para que la princesa de la mafia castigara a la amante de su prometido. Y que, frente a ella, Dante nunca me elegiría a mí...

Se dio la vuelta para irse, pero luego volteó de nuevo.

—Por cierto, el tatuador dijo que el diseño original era difícil de cubrir. Pero Dante insistió. Quería que desapareciera.

Su sonrisa se volvió todavía más cruel.

—Dijo que no quería dejar ni el más mínimo rastro.

No quería dejar ni el más mínimo rastro. Esas palabras atravesaron mi letargo.

Miré a Dante en el escenario, riendo y hablando con sus invitados. En su muñeca, el tatuaje modificado brillaba bajo las luces.

Nuestro pasado, mi existencia… lo había borrado todo.

Isabella me pisó el pie con su tacón.

—Que no se te olvide. Hay cosas que no son para alguien de tan poca monta como tú.
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