La elegante y espigada figura de Gabriel se recortaba en el umbral; sus pupilas oscuras, ligeramente contraídas, se detuvieron en ella.Él también pareció quedarse sin aliento por un instante, observándola sin pestañear.La mente de Regina se quedó en blanco unos segundos. Cuando reaccionó, sintió que toda la sangre se le agolpaba en la cabeza; de inmediato, se cubrió el pecho con ambas manos y, presa del pánico, le espetó:—¿Por qué no tocaste la puerta?Él la contempló desnuda, sin el menor asomo de disimulo, simplemente la miró. Sus labios se entreabrieron apenas y, con voz grave y algo ronca, dijo:—Le pedí a mi asistente que te comprara algo de ropa…Vio la bolsa que él sostenía, pero su mirada era demasiado directa, demasiado penetrante.La invadió una mezcla de vergüenza y enojo.—¡Déjala en el suelo y cierra la puerta!Él asintió con un leve murmullo, se inclinó para depositar la bolsa en el piso de la habitación y, al incorporarse, sus ojos se desviaron hacia ella de nuevo, ca
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