Gabriel encontró la cafetería y, al empujar la puerta, distinguió de inmediato a las dos personas sentadas junto a la entrada.En cuanto la señora vio a su nieto, se levantó radiante de la silla, lo tomó de la mano y lo llevó hasta Regina. Con una sonrisa amplia, anunció:—Mira, Gabo, te quiero presentar a alguien. ¡Si no hubiera sido por Regi hoy, quién sabe qué me habría pasado!La señora, entre emocionada y prolija, le contó a su nieto todo lo ocurrido ese día.Al terminar, recalcó con solemnidad:—Regi me salvó la vida, Gabo. ¡Tienes que agradecérselo como se debe de mi parte!Gabriel observó la cara sonriente de la mujer, pero su propia expresión se endureció visiblemente.Regina se puso de pie y lo saludó.—Doctorcito Solís, ¡qué coincidencia encontrarnos de nuevo!La abuela se mostró sorprendida.—¿Cómo? ¿Ya se conocían?Gabriel permaneció en silencio, con el semblante serio.Regina sonrió y explicó:—Señora, soy Regina Morales. Mi mamá era Irene Herrera, ¿no se acuerda?—Ah… ¿
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