Maximiliano observó a Ricardo y continuó:—Para mí, es como una hermana. Y si a ella hay algo que no le gusta o no quiere hacer, no puedes obligarla. Tienes que respetarla. Si no te entra en la cabeza, mejor ni te le acerques.El respeto era fundamental.Ricardo asintió sin dudarlo un instante.—De acuerdo, ¡entendido!«Regi no era como las demás», pensó. «Ya fuera por Maximiliano o por el cariño de conocerse desde niños, si aceptaba ser su novia, la trataría como una reina».Maximiliano volvió a servirse una copa.Héctor lo observó de reojo. Maximiliano mantenía los párpados semicerrados, sus emociones veladas, indescifrables.En ese instante, el celular de Héctor vibró en su bolsillo. Lo sacó, miró la pantalla y contestó de inmediato:—Bueno…—Nos falta uno para la partida, ¡ven de una vez!La voz al otro lado de la línea sonaba impaciente.Héctor respondió con un rápido «Sí»; su actitud, sumisa como la de un nieto ante su abuelo, no sorprendió a nadie. No en vano, Andrés, tenía fama
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