Después de llevarle comida a Mateo, Regina, de camino a casa, pasó por una farmacia. Necesitaba algo para el estómago; últimamente, todo lo que comía lo devolvía, y la indigestión era constante. Mientras esperaba a que el farmacéutico le diera sus medicamentos, oyó la voz de una muchacha detrás de un estante:—Este mes no me ha bajado la regla, creo que estoy embarazada, ¿qué hago?A Regina se le heló la sangre. Algo hizo clic en su mente y abrió los ojos de par en par, aterrada, mientras se llevaba una mano al vientre.—Te dije ese día que usaras condón, pero tú con que eran mis días seguros y no pasaba nada. Acabo de buscar en internet y dice que igual una puede quedar embarazada. Ahora devuelvo todo, seguro que sí estoy embarazada, ¡cien por ciento! No me importa, no quiero ser madre soltera. Ve a hablar con tus papás para que vengan a mi casa a pedir mi mano. ¡Tenemos que casarnos antes de que se me note la panza!—¿Qué? ¿Que tus papás no aceptan lo nuestro? ¿Y aun así te acostaste
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