Capítulo 461

En el Palacio de Concordia, Lucio se quedó de pie detrás de una celosía tallada, y habló con la mujer que estaba sentada al otro lado.—Así están las cosas, emperatriz —dijo con voz firme.—Neron nos presiona cada vez más y ya no hay vuelta atrás. Este envío de provisiones es clave. Dígame cuántos hombres necesita; tenemos que asegurar que el cargamento llegue al sur sin problemas.La emperatriz respondió con calma:—No necesito mucha gente. Solo los que sean de confianza… y que obedezcan.Lucio se preocupó.—Sé que domina las artes marciales, pero hay que ser prudentes. Sospecho que los convoyes anteriores los asaltaron por orden de Neron. Si ya la tiene en la mira, no va a permitir que llegue al sur tan fácil. Mejor lleve más escoltas.Serafina lo miró de frente.—Si sabes que Neron está detrás de todo, deberías investigarlo a fondo. En cuanto al transporte, déjamelo a mí.Lucio bajó un poco la cabeza.—Sí.***A la mañana siguiente, las concubinas se reunieron en el Palacio de Conco

Capítulo 462

Esta vez, Aurelia había venido con una única petición: salvar una vida.—Mi doncella, Indira… —dijo, disfónica.—Ella asumió un crimen que yo cometí y la enviaron a la Casa del Castigo. Hoy vine a confesar mi culpa y a pedirle… que la libere.Serafina la observó en silencio, firme y seria.—¿Sabes que el que tiene culpa debe pagarla?Aurelia bajó la mirada.—Lo sé. Estoy dispuesta a recibir mi castigo. Pero Indira es inocente. Desde que entré al palacio, viví presa de mis propios demonios. Ahora… quiero salvarme a mí misma.Serafina respondió con calma:—Voy a hacer lo que deseas.Aurelia exhaló con alivio y, arrodillándose, le habló con honestidad:—Su Majestad, emperatriz, intenté muchísimas veces derribarla para ganarme el aprecio del emperador. Fue mi error. Usted no me guarda rencor y, aun así… ha sido buena conmigo.Serafina la interrumpió:—Estás equivocada.Aurelia alzó la mirada, confundida.La voz de Serafina sonó tranquila, casi serena:—No quería decírtelo, pero ahora creo

Capítulo 463

Antes de salir con las provisiones, Cayo ya había investigado todo.El gobernador de Luminaris era el mayor obstáculo en el camino. Con la excusa de revisar los cargamentos, se quedaba con parte del dinero del ejército. Una práctica tan vil como común.Serafina les hizo una seña a sus escoltas para que mostraran los documentos.Uno de ellos le habló al oficial a cargo:—Somos comerciantes legítimos. Aquí está la orden de Lucio…Pero el hombre arrojó los papeles al suelo, con desprecio.—Incluso la gente de Lucio debe seguir las reglas de Luminaris. Aquí se hace lo que manda esta ciudad.El escolta se enfureció.—¡Atrevido! ¿Cómo te atreves a hablar así del mandato del príncipe?¡Paf!El oficial le dio una bofetada.—¡El atrevido eres tú! Bastará una palabra mía para que no crucen las puertas de la ciudad.Los guardias que iban con Serafina eran la élite imperial. El propio emperador los había elegido antes de ir al frente, con una única orden: proteger a la emperatriz a toda costa y ob

Capítulo 464

Neron, furioso, lanzó la jaula de pájaros al piso.Un ave, asustada, aleteó, golpeó la pared y cayó al piso, inerte.Neron, sin pizca de compasión, la aplastó con el pie.—Ese Arcabuz de Bambú es el tesoro más preciado de Claudio. Para evitar que caiga en manos enemigas, no deja que nadie lo toque, y menos que alguien se lo lleve como arma. ¿Cómo se atreve la emperatriz? ¿Dónde están Lucio y la Oficina de Armamento Militar? ¡Vengan, vamos a ir de inmediato al palacio de Lucio!***En el Palacio de LucioComo sabía que Neron iba a explotar, Lucio ya lo esperaba.—¿El Arcabuz de Bambú? No sé nada —dijo, con una sonrisa tranquila, tan calmado que parecía incapaz de molestarse.Neron golpeó la mesa con furia.—¡Permitiste que la emperatriz se llevara el Arcabuz de Bambú! Si cae en manos del enemigo, ¿vas a poder asumir esa culpa? ¡Ordena que lo recuperen ya!Lucio, imperturbable, tomó un sorbo de té.—Entiendo. Voy a investigar a fondo. Si es cierto, ese Arcabuz de Bambú hay que recuperarl

Capítulo 465

Al ver a la persona frente a él, la cara de Claudio perdió su serenidad habitual.—¡Emperatriz! Tú…Arturo también se quedó atónito.¿Cómo podía la emperatriz estar en ese lugar?De repente, el emperador se lanzó hacia ella y la abrazó con fuerza.Al ver la escena, Arturo se retiró discretamente.Claudio apretó a Serafina contra su pecho, sintiendo su calor.Era la batalla más incierta que había librado jamás.Virgilio no seguía las reglas de la guerra: cada movimiento suyo era una trampa.Serafina intentó apartarlo un poco cuando lo escuchó decir:—Déjame abrazarte un momento. Tengo… frío.Era septiembre. En la Ciudad Imperial quizá comenzaba a hacer frío, pero en el Sur aún hacía un calor infernal.Serafina lo empujó suavemente.—Come algo primero.Él no tenía hambre, pero ella sí.La noche anterior había combatido sin descanso, masacrando tropas enemigas para recuperar la ruta de suministro.Esa misma mañana había seguido marchando para entregar los víveres, sin detenerse ni un segu

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