La máquina del tiempo estalló en una luz blanca, ardiente. Cerré los ojos con fuerza, pero, entre ese resplandor, se coló una voz amarga y cargada de desprecio:—Mis padres amenazaron con quitarse la vida, si no me casaba contigo... Vanesa Suárez, qué bien juegas tus cartas. Pero, aunque nos casemos, ¿qué crees que vas a ganar? ¿De verdad crees que esto va a funcionar?Abrí los ojos de golpe. Y ahí estaba él, Leandro Fuentes, de pie frente a mí. Vivo. Con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón de vestir, me miraba con esa mueca burlona que le conocía tan bien. No era el Leandro maduro, sobrio y contenido que había muerto por mí. Este era el de hace diez años: joven, arrogante, con ese aire desganado que tanto me enamoró cuando todo comenzó.Sentí un nudo en la garganta.La máquina del tiempo había funcionado, pero hubo un error. No volví al inicio, al momento en que lo conocí... sino al día en que íbamos a casarnos.Por suerte, aún no era tarde; aún podía corregir el
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