Él jadeaba levemente, con el flequillo pegado a su frente, empapado en sudor.—¿¡Qué haces aquí!? ¿¡Cómo entraste!? —pregunté, poniéndome alerta de inmediato.Justo lo estaba insultando, llamándolo demente... y ¡zas!, se aparece como invocado. No se puede hablar mal de la gente ni a sus espaldas.—Renata… volví.Antes de que pudiera reaccionar, Santiago me envolvió en un abrazo fuerte. Su perfume de limón me invadió la nariz. Era mi favorito. Antes.Lo empujé con fuerza. Mi cuerpo lo rechazó por completo, con náuseas instantáneas.—¡Fuera de mi casa o llamo a la policía! —grité con furia.Asco. Miedo. Rabia. Todo se mezclaba como veneno en mis venas.Santiago se quedó helado, y, de pronto, bajó la mirada hacia su reloj, murmurando:—Pero si ya pasó el tiempo… el efecto del fármaco debería haber desaparecido…—¡Te vas ya mismo! —exclamé, sacando mi teléfono para marcar.Pero él se lanzó hacia mí y me lo arrebató.—Renata, tranquila, soy yo, Santiago. No soy un extraño. Solo…
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