Estaba sumergida en la lectura cuando una llamada de César me interrumpió de golpe.Cuando atendí, su voz, grave y magnética, sonó al otro lado del celular:—Mi equipo de relaciones públicas pregunta si quieres que retiremos esas publicaciones.Sonreí para mis adentros, y, tranquila, respondí:—No hace falta. Si tienes dinero extra, mejor inviértelo en nuestra boda. No pienso permitir que lo gastes en otros.Desde el otro lado, escuché su risa suave:—Está bien. Hoy iremos a que te pruebes el vestido. También llegaron tres variedades de rosas para la boda; ve a elegir la que más te guste.«Apenas ayer decidimos casarnos, y ya están aquí esas flores. Qué eficiencia».Desde que decidimos casarnos, César y su gente se encargaban de todo. Yo, felizmente, no movía ni un dedo. Él nunca me reclamaba nada, solo preparaba cada detalle para que yo decidiera.Recordé cuando decidimos casarnos, Nelson y yo. En ese entonces, todo era lo contrario. Yo me encargaba de todo, y cada vez que le
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