—Selena, rápido, llama a Luz. Escuchar esa voz me estremeció. Me di cuenta que había vuelto a vivir. Sin dudarlo, saqué mi teléfono y marqué el número de Luz. Frente a mí estaba Hugo Quiroga, mi tío político, tenía el rostro enrojecido, la mirada nublada y ardiente. En el pasado, fue justo esa mirada la que me hizo cometer el error más grande de mi vida. Esta vez, aparté la vista y salí de la habitación sin dudar. —Aguante un poco más. Su amada llegará en diez minutos —dije, cerrando la puerta tras de mí. Al hacerlo, escuché una voz ronca desde dentro, llamando por mi nombre. Pero fingí no oírlo, cerré con fuerza y me quedé esperando afuera. Diez minutos después, Luz llegó apresurada. Me miró con una expresión tensa y, al notar que mi ropa estaba intacta, noté como respiró aliviada. Antes de entrar, me lanzó una mirada fría.—Ya puedes irte, no te necesitamos aquí. Y sin responder, di la vuelta y subí a mi habitación. Esa noche no volví a dormir, y no fue hasta pasada l
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