Las palabras, idénticas a las de mi vida pasada, cayeron sobre mí como un meteorito, aplastándome el pecho.Aunque ya estaba preparada, el dolor me dejó sin aliento.Por Adriana, mi hermano y Pablo no dudaron en traicionar su ética profesional y cargarme a mí con la muerte de un inocente.Hasta los ocho años fui la consentida de ambos: lo mejor de la mesa era para mí, me protegían de cualquier injusticia, y giraban todo el día a mi alrededor.Pero desde que Adriana apareció, todo cambió.Me convertí en alguien invisible, prescindible.Si era así, ni hermano ni compañero de infancia me hacían falta.Me dejaron en detención preventiva, a la espera de que avanzara la investigación.Aun así, yo no sentía prisa alguna.No habían pasado ni dos días tranquilos cuando la familia de Carmelo irrumpió otra vez en la comisaría, exigiendo dinero y mi vida como compensación.En mi vida anterior, aprovechando un momento en que el personal estaba de servicio fuera, Adriana sugirió que pidieran una dis
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