Capítulo 6

Los ojos de la madre de Carmelo brillaron de pronto; parecía mucho más tranquila.

—¿Él es el forense prodigio? Muy bien, si él hace la autopsia, yo me quedo en paz.

—Por fin vamos a descubrir quién mató a mi hijo… Ay, mi pobre niño.

En mi vida pasada también me llené de esa esperanza, y fue el informe de Pablo el que me condenó con sus propias manos.

Ese truco ya lo conocía. Pero yo ya no era la misma de entonces.

Al notar mi silencio, Adriana me lanzó una burla envenenada.

—¿Qué pasa, Lila? ¿Acaso no quieres la autopsia? ¿De qué tienes miedo?

Miré el celular y presioné enviar en el mensaje que ya había escrito de antemano.

Alcé la vista y fijé mis ojos en las pupilas de Pablo, aquellas que alguna vez reflejaron mi silueta y un cielo lleno de estrellas, y le pregunté con toda seriedad.

—Pablo, con tu capacidad… ¿vas a descubrir la verdad y devolverme la inocencia, verdad?

Él se acomodó las gafas y me miró con un gesto donde lo sincero se mezclaba con cierta altivez.

—No culpo jamás a un inocente, ni dejo libre a un culpable.

Bien. Era la última oportunidad que le daba.

Si volvía a fallar, sería su propia ruina.

—De acuerdo —respondí—. Acepto que sea Pablo quien realice la autopsia.

Mientras aguardábamos los resultados, mi hermano se me acercó.

Su tono sonaba afectuoso, como si todo lo hiciera por mí.

—Lila, hazme caso. Antes de que salga el resultado, confiesa voluntariamente. Así podremos buscar una condena más leve. La muerte por negligencia médica apenas son tres años de cárcel. Yo puedo mover contactos, cuidarte allá dentro, y cuando regreses seguirás siendo la consentida de la familia.

Adriana, a su lado, asentía con entusiasmo, los ojos brillándole de expectación.

En mi vida pasada, novata frente a un caso de muerte, caí presa del pánico. Las palabras de mi hermano me convencieron con facilidad.

Yo, incluso, me sentí conmovida, creyendo que de verdad pensaba en mí.

Pero nunca llegué al juicio: me mataron los familiares a golpes en la puerta de la comisaría.

¿No era eso lo que querían? Que yo cargara con la culpa de Adriana. ¡Ilusos!

Levanté la mirada y lancé una sonrisa helada hacia Adriana.

—Adriana, ¿Escuchaste? Todavía estás a tiempo de confesar.

Mi hermano se levantó de golpe de la silla.

—¿Qué actitud es esa? Te dije que confesaras tú. Jamás dije que Adriana pagara por ti.

Encogí los hombros y fruncí los labios.

—Cuando salga el resultado de la autopsia, todo se aclarará.

Adriana respiraba con violencia, el pecho subiéndole y bajándole.

—Muy bien. Mi hermano se preocupa tanto y tú no lo valoras. Entonces espera y asume las consecuencias.

Las consecuencias… aún estaba por verse quién las tragaría.

Dos días después, todos volvimos a reunirnos en la comisaría.

Con solemnidad, Pablo abrió el informe y me señaló con firmeza.

—La hora de la muerte fue entre las cinco y las seis. El fallecido murió por una reacción alérgica a la penicilina. Fue Lila quien aplicó el medicamento equivocado, provocando el shock anafiláctico que le costó la vida.