El padre de Carmelo no podía dejar de temblar, la incredulidad se le marcaba en todo el rostro.—¿Qué dijiste? Si te atreves a engañarme, te juro que te mato.Mi hermano intervino de inmediato, tratando de frenar mis palabras:—¡Lila, no digas estupideces!Yo lo ignoré por completo y hablé con calma.—Alguien me mandó un video como prueba. Si no me crees, míralo tú mismo.Le di play. En la penumbra de la escalera, Adriana hablaba a escondidas por el celular. Su cara estaba llena de ansiedad, daba pasos cortos sin parar, la voz quebrada casi en llanto.—¿Qué hago? Solo quería darle un escarmiento a ese mocoso de Carmelo, así que le inyecté un poco de penicilina a la que era alérgico. Nomás quería que sufriera un rato, pero no pensé que la reacción iba a ser tan fuerte… se murió de inmediato.La noche estaba tan silenciosa que la voz de mi hermano se distinguía sin dificultad. Del otro lado de la línea, él la tranquilizaba con detalle:—A las cinco no tienes que poner otra inyección? En
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