Despedida de Siete Días
Mis padres adoptaron a un huérfano. Yo le tomé mucho cariño y lo quería como a un hijo propio.
Hasta que me di cuenta de que se parecía cada vez más a mi esposo, Javier Mendoza, y que a mi hermana menor llamaba "mamá" a escondidas.
Resultó que mi esposo que tanto amaba me había sido infiel desde hacía tiempo.
Él y mi hermana habían formado una feliz familia en secreto.
Hasta contaban con la bendición de mis padres.
Cuando todo se supo, mi hermana me rogó que los dejara ser felices, y mis padres me ordenaron que les cediera el lugar.
El niño que había criado con todo el amor me gritó que ojalá muriera de la peor manera.
Pero lo que nadie esperaba era que Javier se negara al divorcio.
Lloraba suplicándome perdón, diciendo que me amaba profundamente y que lo del niño había sido solo un error.
Fingí creer en su pasión y le dije:
—Siete días. Te doy siete días. Si logras demostrarme tu sinceridad, te perdonaré.
Él, eufórico, cumplió mi cada deseo y me trató como a un tesoro.
Hasta donó todos sus ahorros a mi nombre y obligó a mi hermana a arrodillarse en la nieve para pedirme perdón.
Todos pensaron que al final lo perdonaría, hasta el día en que la policía vino a pedir la identificación de un cadáver. Ese día él enloqueció por completo.
Lo que Javier nunca supo es que en realidad yo llevaba siete días muerta. La Muerte me había permitido regresar por siete días para darle mi propia despedida.