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Capítulo 6

Author: Natalia Eugenia
Al instante, María sintió que algo no estaba bien. Gritó desesperada, moviendo las manos. Pero Robert ni siquiera la miró, sino que lo observó por un largo rato, antes de tirarlo al suelo, riéndose.

—¿Así que has estado pidiéndole dinero a Nahia a mis espaldas? Y eso que apenas la conoces… Eres una sinvergüenza. Sabía que había algo raro en ti, pero veo que tu amor al dinero es peor de lo que pensaba.

Se acercó lentamente, su sombra cubrió por completo a María, mientras en sus ojos, amenazantes, comenzaba a crearse una tormenta.

María sabía que Robert estaba furioso, ya había sentido su ira antes. Y esa rabia era algo que no podía soportar.

Sentada en la cama, María retrocedió, con mucho miedo, sacudiendo la cabeza de un lado a otro y suplicándole. Sin embargo, él no era demasiado comprensivo, por lo que la levantó de la cama y la arrojó al suelo con violencia.

El sentimiento de vergüenza por estar desnuda fue un golpe duro, y, rápidamente, se acurrucó, intentando conservar algo de dignidad.

Robert se rio en su cara.

—¿Qué tanto te estás cubriendo? ¿En serio crees que me importa? No te miraría jamás, ni aunque fueras una mujer decente.

María cerró los ojos, avergonzada, y sus lágrimas empezaron a caer.

Sabía que Robert no sentía ningún interés por ella, una mujer con discapacidad. Cada vez que tenían relaciones, él la presionaba contra la almohada, tratándola como si fuera Nahia.

En los ojos de Robert, ella no era más que una simple sustituta, una herramienta para satisfacer sus deseos.

María apretó los dientes, tragándose su sufrimiento. Extendió la mano para recoger el cheque. Ese dinero era muy importante para ella. Se quedaría con él, aunque tuviera que perder su dignidad.

Sin embargo, al ver su desesperación, Robert se enfureció aún más. Con una expresión que daba miedo, levantó el pie y le pisó la mano con fuerza.

María sintió un dolor punzante y se puso pálida. No pudo gritar, solo temblaba mientras él la miraba, antes de levantar el cheque y rasgarlo, destruyéndolo por completo.

Los pedazos del cheque cayeron sobre María, quien los iba agarrando con las manos, sintiendo cómo las lágrimas de frustración no dejaban de caer.

Al ver su ansiedad por el dinero, Robert no pudo ocultar su desprecio.

—Los pobres siempre tienen hambre de dinero. Si realmente lo necesitas, ven y pídemelo, tal vez te dé un par de dólares, pero ni se te ocurra andar pidiéndole a Nahia. No me saques de mis casillas.

Dicho esto, se inclinó y agarró la cara de María, obligándola a mirarlo.

Su rostro, cubierto de lágrimas, parecía frágil y triste, y algo en él tocó el corazón de Robert, quien, sin darse cuenta, comenzó a frotar bruscamente sus labios con el pulgar.

María giró la cabeza con dolor, pero eso solo pareció molestar más a Robert, quien, con la mirada sombría, la levantó y la arrojó sobre la cama, antes de acercarse a ella en dos zancadas.

María sabía lo que iba a suceder y, aterrada de que pudiera dañar al bebé, comenzó a luchar con todas sus fuerzas, logrando que, por accidente, la palma de su mano rozara la mejilla de Robert.

La situación se puso tensa, y María lo miró aterrada mientras él giraba lentamente la cabeza hacia ella, con ojos que se parecían a los de una bestia.

María trató de disculparse con señas, pero Robert la atrapó rápidamente por ambas muñecas, las levantó por encima de su cabeza y susurró con voz grave:

—María, ¿cómo diablos se te ocurre golpearme? ¿Quieres que te mate o qué?

María estaba aterrada. Comenzó a llorar, con un sonido suave como el de un gatito, lo que, como siempre, no hizo más que avivar la ira de Robert.

Sin piedad, la volteó de nuevo, obligándola a poner la cara contra la almohada, y comenzó a presionarla contra él, sin importar sus intentos de resistirse.

En ese momento, su teléfono sonó, interrumpiendo el caos.

Robert respondió de inmediato, con su voz llena de irritación:

—¿Qué carajos pasa?

Hubo un breve silencio al otro lado, antes de que Nahia hablara en un tono débil:

—Robert, ¿no ibas a recoger tus cosas? ¿Por qué aún no has vuelto? Estoy sola en el hospital y me siento muy sola.

Robert miró el teléfono y se dio cuenta de que había sido demasiado brusco, así que suavizó su tono:

—Tengo que resolver un problemita primero, pero pronto estaré allí.

Del otro lado, Nahia murmuró un simple «está bien» antes de colgar.

Al final de la llamada, Nahia arrojó el teléfono al suelo con furia, con los ojos brillando de rabia. Estaba furiosa.

No era ninguna boba. Solo con escuchar la voz áspera y llena de deseo de Robert, y los sollozos apagados de María en el fondo, sabía perfectamente lo que estaba sucediendo entre ellos.

Cuanto más pensaba en ello, más furiosa se ponía.

—Maldita sea, acaba de aceptar mi dinero y ahora se atreve a seducir a mi hombre… esa maldita zorra. ¡Me las va a pagar!

Nahia recogió su teléfono y envió un mensaje rápido.

Cuando recibió la respuesta, un brillo despiadado apareció en sus ojos, mientras esbozaba una sonrisa malvada.

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