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Capítulo 5

Author: Natalia Eugenia
María se levantó cojeando, y salió del baño en silencio. Quería recoger su celular, ya que no tenía dinero suficiente para comprarse uno nuevo. Sin embargo, sus movimientos eran torpes, por culpa de la sangre que aún manaba de su frente, nublándole la vista, y estuvo a punto de caer.

Afortunadamente, alguien la sostuvo antes de que tocara el suelo.

Al girarse, vio que Jeison Bonnet, el tío de Robert —quien había acudido al hospital por una revisión—, la con tristeza.

—María, ¿cómo diablos terminaste así?

María no esperaba encontrarse con él de esa manera, por lo que, avergonzada, bajó la cabeza. Sin embargo, cuanto más lo hacía, más le dolía a Jeison, quien enseguida comprendió que aquellas heridas eran obra de Robert.

—¿El desgraciado de mi sobrino... te ha hecho esto?

Pensó que lo que debía ser un feliz matrimonio, en realidad había empujado a María al abismo.

Rápidamente, la llevó a urgencias, encargándose de todo, y antes de marcharse aseguró de manera ambigua:

—Tranquila. Yo me encargaré de todo. Déjalo en mis manos.

María no entendió por completo a qué se refería, y, con el celular roto en las manos, miró un punto indefinido frente a ella.

—¿Así que estabas aquí? Te he buscado por todo el hospital.

Al darse vuelta, Nahia apareció frente a ella, mirándola con una sonrisa arrogante y, claramente, disfrutando a María empapada.

—¿Has visto cuánto se preocupa Robert por mí? Si eres inteligente, deberías irte sin esperar que alguien te eche. De lo contrario, no harás más que pasar vergüenza cuando te saquen a patadas, vas a quedar muy mal.

María apretó los labios. Ella ya había decidido irse, pero escuchar esas palabras de Nahia le resultaba de lo más hiriente.

No obstante, no quería enfrentarse a ella, por lo que guardó su teléfono, y se dio la vuelta para irse.

—¿Qué actitud es esa? ¿Me odias? —la detuvo Nahia, molesta—. Olvídalo, no voy a pelear con una maldita muda. Ya sé que para gente como tú es difícil encontrar trabajo, pero no digas que soy tan mala. Toma este dinero y vete, deja a Robert.

Sin más, Nahia le metió un cheque en las manos. La cantidad no era demasiado grande, solo eran quince mil dólares, pero, eso, para María era una fortuna.

Al ver que María dudaba, Nahia se burló:

—¿Te parece poco? En estos meses en la casa de Robert, seguro que has obtenido lo suficiente. ¡Es mejor que lo tomes y te largues de una buena vez!

María intentó explicar, sintiéndose impotente. Ella nunca le había pedido dinero a Robert, solo aceptaba lo que él le daba para los gastos médicos, lo cual siempre había agradecido.

Nunca se había atrevido a pedir más, por miedo de fastidiarlo.

Aunque quería rechazar el cheque, pensó en las dificultades que tendría después de irse de casa de Robert. Más aún, teniendo en cuenta el bebé que venía en camino. ¡Los gastos serían enormes!

Si Nahia quería pagarle para que se fuera, ¿por qué no aprovechar la oportunidad?

María había sido criada por sus padres para no codiciar lo que no era suyo, pero ahora, contra su propia voluntad, terminó aceptando el cheque, sintiéndose un tanto avergonzada.

Pensó que, algún día, cuando tuviera dinero, le devolvería a Nahia lo que le había dado.

Con cuidado, guardó el cheque en su bolsillo, pensando que Nahia probablemente pasaría más tiempo en el hospital, y que Robert estaría allí para cuidarla. Eso significaba que era el momento perfecto para ir al banco y extraer el dinero.

Con esto en mente, decidió primero ir a la casa de Robert, para cambiarse de ropa. Estaba empapada y no quería enfermarse. No era que le importara demasiado, pero no quería que eso pudiera afectar a su hijo.

La mansión de Robert era grande, con varias habitaciones aparte de la principal.

Y, aunque María era su esposa, solo podía dormir en la habitación de huéspedes. Robert solo la llamaba a la cama principal cuando quería satisfacer sus deseos carnales, tras lo cual, la despachaba sin más.

Una vez en el dormitorio, María se desnudó y se secó con una toalla.

Inconscientemente, puso una mano sobre su vientre. Aunque su cintura era delgada y su abdomen apenas se notaba, podía sentir cómo una nueva vida crecía allí.

Suspiró, esperando la llegada del bebé, pero también dudando si sería capaz de ser una buena madre.

Tomó su ropa y, justo cuando estaba a punto de ponerse la camisa, la puerta de la habitación se abrió de golpe.

Robert no sabía cuándo había regresado, y se quedó en la puerta, viendo a María completamente desnuda. Sus ojos se entrecerraron.

María era delgada, con la piel blanca como la nieve. Sus mejillas se sonrojaron, y, avergonzada, se cubrió con la manta, moviéndose como un pobre niñito asustado.

Por su parte, Robert tragó saliva y se esforzó por ocultar cualquier señal de deseo en su interior, mientras la regañaba:

—La mano de Nahia está bastante mal. Lo justo sería que tengas algo de responsabilidad. No espero que cuides de ella, pero desde hoy en adelante, te quedarás en casa a hacerle la comida. Yo me encargaré de llevarla al hospital. ¿Entendido?

María asintió rápidamente, envolviéndose más en la manta, con el rostro rojo como un tomate.

Robert la observó unos segundos, luego aflojó el cuello de su camisa y, al prepararse para irse, vio un trozo de cheque asomando entre la ropa mojada en el suelo.

Lo levantó, extrañado, y, al leerlo, su expresión cambió, ahora mostrando una expresión amenazante.

—María, ¿no me digas que le has pedido dinero a Nahia?

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