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Capítulo 7

Author: Natalia Eugenia
En la mansión Bonnet, Robert finalmente ya no pudo seguir. María llevaba un buen rato llorando sin parar, y, entre lágrimas, terminó vomitando, haciendo que todo el interés que él podía tener desapareciera de inmediato.

Desde el baño, escuchó el sonido de María al vomitar, y Robert, alzando la voz, dijo:

—No me digas que estás enferma con algo raro. Si estás tan mal, mejor ve al médico y no vengas a pegarme nada.

María salió del baño, envuelta en una bata, moviendo la cabeza con incomodidad. No podía dejar que Robert supiera que lo que tenía eran náuseas por el embarazo, así que escribió en su teléfono:

«Comí algo pasado.»

Robert miró la pantalla de su teléfono sin prestarle mucha atención, antes de decir:

—No olvides lo que te pedí. Nahia quiere algo ligero hoy. Ve a prepararlo ahora mismo. Yo me voy a bañar y luego iré al hospital.

María sintió alivio al escuchar que Robert se iría, y salió corriendo sin pensarlo. Al verla irse tan decidida, Robert se puso algo molesto.

Cuando terminó de bañarse y se cambió, Robert bajó de nuevo, encontrándose con que María ya había preparado la comida. Echó un vistazo rápido y notó que solo había preparado una porción.

—¿Y esta miseria?

María no entendió, hizo un gesto con las manos, preguntando si no era para Nahia. Había pensado que a Robert ni siquiera le importaba la comida que ella preparaba. Durante un tiempo, había intentado cocinar con mucho cuidado para él, pero Robert nunca había probado nada y todo terminaba en la basura.

Robert la miró con desprecio, pero no dijo nada más. Le lanzó una tarjeta bancaria y le pidió que fuera al supermercado a comprar más cosas para preparar algo más interesante para Nahia. Luego tomó la comida y salió de la casa.

Cuando él se fue, María suspiró con melancolía. Miró la parte de su mano que se había quemado mientras cocinaba, sintiendo cómo le ardía.

Aun así, no pensaba contárselo a Robert, al fin y al cabo sabía bien que lo tomaría a burla. Así que, sin más, sacó una crema para quemaduras y se la aplicó con cuidado.

De hecho, ya estaba acostumbrada a cuidarse sola.

La hermana de María había estado enferma durante años y era su único pariente vivo. Si no tuviera a su hermana, no habría nadie que la ayudara, si algo le pasara.

Mientras cerraba el bote de crema, recibió un mensaje de Jeison Bonnet, el cual, al leerlo, hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.

Jeison le decía que se arrepentía muchísimo de haberle presentado a Robert y que estaba dispuesto a ayudarla a salir de allí y mudarse a otro país. Además, su hermana también sería trasladada a un hospital en el extranjero. Pero, lo más importante, era que él se comprometía a cubrir todos los gastos médicos.

María respiró aliviada, y rápidamente respondió el mensaje con gratitud, pensando que, finalmente, no tendría que preocuparse más y podría irse de ese infierno.

Secándose las lágrimas, recogió la tarjeta que Robert le había dejado, considerando que, dado que se iría pronto, podría hacer una última cosa por él. Compraría más comida y le llenaría la despensa.

Al salir del supermercado, María se dio cuenta de que no había llegado a tiempo para tomar el autobús. Por lo que, pensando que la mansión no quedaba demasiado lejos, decidió regresar a pie.

No obstante, mientras caminaba, comenzó a sentirse repentinamente incómoda.

Era de noche, había poca gente en la calle, y todo estaba tranquilo, prácticamente en silencio, que solo era interrumpido por el viento que soplaba de vez en cuando.

Sin embargo, María empezó a escuchar pasos detrás de ella.

La oscuridad la envolvía, y el viento hacía que las hojas de los árboles crujieran de forma extraña. El miedo de pronto la invadió, por lo que no pudo hacer más que acelerar el paso. Pero, apenas había avanzado menos de un metro, cuando un grupo de hombres la rodeó.

María se detuvo y dio unos pasos hacia atrás.

El líder, un hombre rubio, frotándose las manos, sonrió de manera lasciva:

—Oye, mi amor, ¿te gustaría dar una vuelta con nosotros?

Una alarma se disparó en la cabeza de María. Dejó caer la bolsa y, en un impulso, comenzó a correr.

Sin embargo, al segundo siguiente, la atraparon, sujetándola con fuerza. Un trapo mojado le cubrió la boca y la nariz, y, en menos de un par de segundos, perdió el conocimiento.

Cuando María despertó, su cabeza parecía a punto de estallar de dolor.

Rápidamente recordó lo que había sucedido antes de perder el conocimiento.

Intentó moverse, notando que no estaba atada, así que sacó su teléfono y envió un mensaje de emergencia a todos sus contactos, esperando que alguien pudiera ayudarla.

Cuando terminó de enviar los mensajes, vio una notificación de un mensaje sin leer.

Era de la médica que atendía a su hermana. María sintió un estremecimiento y un mal presentimiento.

Temblando, abrió el mensaje. Era una frase simple y directa:

«Tu hermana está muy mal, ven al hospital cuanto antes.»

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