La Dulzura de la Traición

«¿De verdad?»

Tras ese mensaje, un emoji con ojos brillantes apareció en la pantalla.

Apagué el teléfono. No tenía ganas de contestar.

En la sala, las voces burlonas se mezclaban con las risas.

—Si de verdad se lo quita, le presto mi coche nuevo tres meses.

—¿Solo tres? Yo quiero mínimo un año.

—¡Hecho!

Las carcajadas estallaron. La escena era absurda.

Volví al cuarto y empecé a meter cosas en la maleta sin prestar atención, metiendo adentro todo lo que veía. Solo cuando mi pierna golpeó la esquina de la mesa y me dolió de verdad, empecé a llorar.

Iván se había encaprichado con una chica siete años menor: Natalia Torres. Le había comprado coche, departamento, y la había llevado de viaje por medio mundo.

Pero Natalia ni siquiera le daba la mano. Solo lloraba.

—Tú ya tienes esposa, lo que hacemos está mal… le estamos fallando.

Y, con esas lágrimas, Iván se derritió. Voló de regreso, me pidió el divorcio y se apareció con el acta en la mano para consolarla.

Yo, por supuesto, me negué. Le armé una escena. No podía creer que quisiera divorciarse por eso.

—Es solo por aparentar, ¿sí? —me dijo, abrazándome con ternura fingida—. En unos días lo anulamos y ya, ¿sí, mi amor?

Pero no pasaron ni unos días y Natalia apareció frente a mí, llorando y aferrada al pecho de Iván.

—De verdad amo demasiado a Iván… ¿no podrías dejar que se quede conmigo?

Sus amigos se reían, diciéndome que no tomara en serio a una chiquilla como ella, que fuera más madura.

Iván, sentado a un lado, parecía dudar… pero me mandó otro mensaje:

«Dile que sí, solo hazle creer que tiene una oportunidad.»

Y como siempre… me tragué el orgullo y dije que sí.

Otra vez sonó el celular:

«¿De verdad? No me estás mintiendo, ¿no?»

Me ardieron las mejillas y respondí casi sin pensar:

«Sí, sí, sí. No te estoy mintiendo.»

Apenas terminé de cerrar la maleta, Iván me llevó al hospital.

Iba de buen humor, hablando de mi cumpleaños, de que este año era especial porque sería el quinto que pasábamos juntos.

—Vi unas islas hermosas… ¿cuál te gusta más, amor? —preguntó, y me besó en la mejilla, sonriendo—. Ay, ya sé que te encanta la zona tropical. Pues entonces compro una allá.

Solo cuando bajamos del coche notó mis ojos hinchados. Quiso secarme las lágrimas, pero le aparté la mano sin decir nada.

Entramos. Cuando el médico del área de ginecología me interrogó, Iván me acarició la espalda y me susurró:

—No te pongas así, amor. Ya habrá otro bebé. Es que Natalia se puso muy sensible…

El médico ni se inmutó. Me hizo unas preguntas mecánicas y me pidió esperar.

Iván se quedó conmigo un rato. Pero yo veía por el rabillo del ojo cómo no dejaba de escribirle a Natalia.

«Ya, ya… la operación tarda un poco. En cuanto salga, vuelvo contigo. Me prometiste que hoy podía besarte, ¿eh? No te vayas a echar para atrás.»

Pero Natalia seguía armando su show.

Al ver que yo no reaccionaba, Iván se paró de golpe.

—Amor, me tengo que ir. Haz tú sola el procedimiento, ¿sí? Ya te dejé el nuevo departamento arreglado. Luego te pides un taxi y listo.

Se fue deprisa, sin siquiera mirarme o esperar mi respuesta.

Yo me quedé en la camilla, sintiendo cómo el cuerpo se me vaciaba, y todo por dentro se volvía silencio.

Al salir del quirófano, lo primero que vi fue una notificación.

El mensaje contenía una imagen de un boleto de avión.

Vuelo: Londres – Santa Esperanza.

Seguido de un:

«Espérame.»